domingo, 24 de agosto de 2014

Herbert's Hippopotamus: Marcuse and Revolution in Paradise



This documentary examines the turbulent life in California of political philosopher Herbert Marcuse (1898-1979), author of One-Dimensional Man, Reason and Revolution and Eros and Civilization, among other books, professor of philosophy at the University of California San Diego, and a visionary and influential force for the student movement worldwide during the Sixties and Seventies. Blending archival footage, interviews, re- created scenes and voice-over narration, the video profiles not only the life of Marcuse but also the history of student protest and social activism. The video features interviews with Marcuse's student Angela Davis, former UCSD Chancellor William McGill, colleagues Fredric Jameson and Reinhard Lettau, and rare footage of Marcuse and former California Governor Ronald Reagan. Directed by Paul Alexander Juutilainen Five minutes of the program at the end withheld due to technical sound problems; very little is missing.

domingo, 6 de julio de 2014

Relaciones infinitas, relaciones sin límites ni fronteras x Crimeth Inc.

Esto es acerca de las llamadas "relaciones no-monógamas", sobre algunos de los beneficios de intentar una de las alternativas al modelo de amor de "salir/casarse/divorciarse". Tu respuesta a este artículo probablemente sea similar a la que yo tuve unos años atrás cuando leí una discusión sobre el tema por David Sandstrom en el fanzine sueco Handbook for Revolutionaries: "Buena idea, pero no va conmigo, por supuesto...". Resultó que yo estaba equivocado. Si he de recordar una lección que haya aprendido una y otra vez, debería darme cuenta de que a menudo las ideas que me incomodan o me hacen poner a la defensiva al principio a la larga se convierten en las más importantes para mí. No quiero decir que vaya a ofrecer un programa al que deban unirse inmediatamente, pero no podemos poner más enfasis en que debemos abirnos a nuevas ideas, por si acaso resultan ser útiles en nuestras vidas.

Hace un par de años tuve una maravillosa experiencia estando de gira, en la que finalmente experimenté qué se sentía al disolver los roles masculinos: durante la gira todo el mundo en la banda y la gente girando con nosotros tuvimos la oportunidad de abrirnos y ser un apoyo emocional y sentimental, y de repente la experiencia de estar con un montón de chicos se convirtió en algo totalmente diferente de lo que había vivido hasta ese momento. En este ambiente seguro y de apoyo mutuo, todos nosotros realmente nos sentimos libres, sin miedo de hacer cualquier cosa, sin más dudas o necesidad de muros para protegernos. En la superficie, simplemente era que no teníamos miedo de tocarnos unos a otros y abrazarnos, y dejamos de quejarnos y de ser egoístas; pero las implicaciones de esto eran inmensas: me di cuenta de que no había necesidad de limitar mi apoyo emocional y mis relaciones íntimas a mis relaciones románticas. Podía crear y beneficiarme de estas cosas en todas las relaciones.

Esto me hizo pensar en mis relaciones románticas. Si no había motivo para que mis relaciones de amistad no fueran como mis relaciones amorosas, ¿por qué no podían mis relaciones amorosas ser como mis amistades? Cuando pensaba sobre esto, mis amistades tenían un montón de cosas que mis relaciones amorosas nunca tenían: mis amig@s nunca se ponían celos@s o posesiv@s, mis amistades nunca se adherían a un a imagen estrictamente socializada de lo que "deberían" ser, y mientras mis amistades generalmente continuaban de una forma u otra en mi vida, cada vez que una relación amorosa no era perfecta como en las películas, se acababa y no volvía a ver a mi amante nunca más.

Todas mis relaciones de amor habían sido más o menos así: al principio conocía a una persona maravillosa, uníamos nuestros horizontes, vivíamos experiencias increibles junt@s y acabábamos enamorándonos. Al principio nos sentíamos más libres juntos de lo que nunca nos habíamos sentido, y el mundo parecía lleno de ilimitadas posibilidades y felicidad salvaje. Pero lentamente, sin confiar en el resto del mundo o en el futuro en el que podríamos no sentir todas estas cosas maravillosas, construíamos nuestra relación como si fuera un castillo, para dejar fuera el mundo peligroso y frio, y proteger nuestra pasión convirtiendola en una institución. El sexo, que al principio fue algo surgido de la forma más natural y libre, se convertía en celos guardados como el sello que santificaba nuestra relación de amor, como prueba de que era diferente de todas nuestras otras relaciones. (esto, visto en retrospectiva, parece un rol muy extraño para el sexo). Inevitablemente, me levantaba un día y me daba cuenta de que la pasión libre que nos unía se había esfumado y había sido reemplazada por el hábito, la rutina y el miedo a los cambios: el castillo que habíamos construído se había convertido en una tumba, encerrándonos dentro y lejos del mundo exterior, que habíamos estado necesitando para ofrecer nuevas cosas a la otra persona. Dentro del ataud, cada vez discutíamos más, cada un@ exigiendo a la otra persona demostrar su amor, sacrificando cada vez más cosas- cuando el amor se supone que debe permitirte vivir más, no impedir tu participación en una comunidad más amplia a cambio del aseguramiento de una compañía básica. Enamorarse era como encontrar una entrada secreta al jardín del Eden, una economía de regalo en la que compartíamos todo sin preocuparnos por un "trato justo"; pero ahora habíamos vuelto a esa economía del intercambio, compitiendo para ver quién necesitaba más, quién podía controlar más. Tras todos mis intentos de trascender los roles estereotipados de la gente en las relaciones amorosas, de repente me daba cuenta de que era un "novio" otra vez, con una "novia" (lo cual no es un rol muy saludable para nadie en esta sociedad sexista), sin tener ni idea de cómo había ocurrido.

Empecé a pensar cual es la razón por la que continuamos cayendo en estos patrones, y cómo podríamos evitarlos. El tema de la limitación seguía apareciendo; la idea de que algunas cosas deben tener límites para que la relación funcione. Con mis amig@s, nada tiene límites, y nada es exigido: nos ofrecemos lo que cada cual puede, cuando puede darlo, y no exigimos nada que no salga de forma natural para l@s demás.
Decidí investigar qué otros modelos de relaciones amorosas existen, y descubrí que hay una larga tradición de relaciones sin estos límites y expectativas: relaciones no monógamas, o "abiertas".

No estoy intentando decir que las relaciones monógamas sean malas, pero hay miles de tipos de relaciones, y generalmente solo nos permitimos una sola forma, y esto es ridículo. Exploremos un poco.

Cada vez que oigo algo sobre otr@ esposa/marido/novio/novia engañando, cada vez que oigo a alguien hablando con orgullo sobre cómo (en el nombre de la monogamia) ha conseguido resistirse a hacer algo que realmente le apetecía, cada vez que tengo que escuchar a alguien patéticamente lamentándose de sentirse atrapad@ en una relación o incapaz de satisfacer sus deseos por algún tipo de miedo, cada vez que tengo que presenciar a alguien mirando como un voyeur ("no hay nada malo en mirar si no tocas..."), me siento furioso de ver cómo estamos atrapados en este sistema de relaciones de una sola opción, aceptando estos síntomas de ahogo como inevitables en vez de experimentar con las otras posibilidades. Ante todo, nuestro convencimiento de apoyar la monogamia como la única opción nos impide ser honest@s con l@s demás. Tenemos que atrevernos a cuestionar todas estas complejidades de la vida y el deseo de forma abierta, incluso si resulta doloroso.

L@s punk rockers siempre actuamos como si fuéramos muy radicales, pero cuando se trata de llevar a cabo formas radicalmente diferentes de vivir que encajarían mas con nuestras ideas, no se nos ocurre cuestionar nuestros hábitos programados. Muchas veces nuestras ideas revolucionarias son solamente insignias o una ideología diferente a la que votar, no un catalizador para transformar nuestras vidas. Éste es un tema que afecta a todo el mundo, en el que los valores anarquistas pueden ser puestos a prueba en el mundo real, pero pocas veces he visto esta discusión en nuestra comunidad; si vamos a cuestionar la forma en que funciona el mundo, deberíamos llevar este cuestionamiento a nuestras propias relaciones personales y a lo mejor intentar alternativas ahí antes de proponer soluciones para los males del mundo; si realmente tenemos soluciones para los males de la sociedad, vamos a ponerlas en practica para solucionar los males de nuestras relaciones.

¿Qué es una relación abierta?

Lo más importante aquí es superar la idea de que el valor de una persona se mide dependiendo de si esa persona por si sola es suficientemente "buena" para otra persona. El mundo es infinito, y nosotr@s también lo somos- ninguna cantidad de vivencias, ningún número de interacciones con l@s demás debería ser "suficiente" para nadie, de la misma forma que ningún número de interacciones con la persona amada serán nunca suficiente. Poner fronteras a lo que otra persona pueda hacer o sentir como una condición para que pueda recibir mi amor o afecto va en contra de todas mis creencias como anarquista y como ser humano; quiero creer en l@s demás para saber lo que necesitan, y nunca limitarles- ciertamente no creo que mi vida vaya a ser más rica gracias a las limitaciones que ponga en l@s demás. Tenemos que liberarnos para llegar a ser nosotr@s mism@s. Esto no es referente solamente a l@s amantes o l@s amigos o las parejas sentimentales, también hace referencia a otros proyectos, necesidades o incluso el deseo de soledad- es desesperante como a much@s de nosotr@s nuestr@s parejas a menudo nos piden que nos sacrifiquemos para estar con ellas.

Quiero ser evaluado por lo que soy, por lo que hago de forma natural, no por lo bien que me conformo a las listas de necesidades diseñadas por otra persona. Si alguien puede cubrir algunas de esas necesidades, no se lo negaría a nadie, y no quiero estar celoso cuando l@s demás tengan cosas diferentes para ofrecer; sólo quiero la oportunidad de ofrecer lo que tengo para dar a aquell@s a l@s que quiero, y recordar que esas cosas no tienen precio y que no son comparables al resto de regalos únicos que l@s demás puedan tener. Nadie debería tener el peso de aceptar el rol de "único proveedor" de las necesidades de otra persona (necesidades románticas o no); nuestro papel en el mundo no es el de servir a nadie, sino el de encontrar formas de ser nosotr@s mism@s que también beneficien a l@s demás. Aceptando que el resto del mundo no está "fuera de los limites" de tu compañer@, te liberas del trabajo de ser el mundo entero para tu pareja.

El sistema monógamo establece que la gente se niegue a relacionarse con l@s demás de según qué formas a no ser que se cree una relación romántica- ya que sólo puedes tener una pareja romántica, tienes que estar segur@ de que tu únic@ compañer@ es una buena inversión (y aquí volvemos al mercado capitalista incluso en nuestras relaciones). Las mujeres buscan a los hombres según su potencial económico, los hombres juzgan a las mujeres dependiendo de si su belleza es lo suficientemente resaltable socialmente para ofrecer el prestigio que él espera teniéndola a su lado, y nadie puede experimentar con compañer@s que no cumplan suficientemente estos criterios. De esta forma, igual que en las amistades, pueden haber personas en el mundo con las que puedas pasar maravillosos momentos románticos una o dos veces al mes, pero con las que no tienes suficientes cosas en común como para verlas continuamente y luego casarte, etc. (aunque vemos a menudo parejas mal avenidas haciéndose cada vez más miserables que hubieran sido mucho más felices como compañer@s esporádic@s). Las relaciones no-monógamas hacen esto último posible sin pagar ningún precio de infelicidad mutua.

He decidido que no quiero volver a tener una jerarquía de valores entre mis amistades y mis relaciones amorosas: ambas cosas son cruciales, irreemplazables en mi vida, y a la mierda quien me quiera hacer escoger entre una de las dos. Y no sólo eso, también he decidido dejar de clasificar las cosas como "amor" o "amistad" dependiendo de detalles superficiales arbitrarios- los sentimientos que comparto con algunas de mis amistades son tan íntimos y tan bonitos que es ridículo que no les llame amantes sólo porque no nos acostamos juntos. Es absurdo que el sexo sea la línea divisoria entre nuestras relaciones, entre aquellas que tienen preferencia, entre con quién vivimos, con quién dormimos, a quién le hacemos más caso y junto a quién moriremos. En las relaciones abiertas, el sexo no está acotado con tantas implicaciones y restricciones. El amor y el deseo fuera de las líneas del modelo de la monogamia son perseguidos desde cualquier frente en esta sociedad. El sexo no debería ser contenido, y no debería ser simbólico de nada- debería ser simplemente otra forma de ser físicamente afectiv@s l@s un@s con l@s otr@s, de dar placer a l@s demás, de ser emocionalmente expresiv@s... tomando las responsabilidades que comporten las relaciones pero sin tener que contentar a la expectación social ni a ningún tabú moral.

Una relación abierta es simplemente eso: es una relación en la que las personas pueden ser abiertas y sinceras las unas con las otras y con ellas mismas, en la que nada necesita ser escondido o reprimido o limitado. Una relación en la cual el mundo entero puede ser explorado sin miedo de transgredir fronteras imaginarias. Cuando exigimos honestidad total en una relación que incluye limites y tabúes, nos estamos preparando para traiciones y mentiras; pretender que una persona sea abierta sin ser receptivo de todas las posibles verdades es estúpido y egoísta. Tenemos que apoyarnos un@s a otr@s en todos los aspectos de nuestros caracteres individuales si queremos que la honestidad sea posible; si no, somos como l@s cristian@s cuando van a confesarse, confesando cosas bajo un imperativo moral, con el látigo de la vergüenza preparado para cualquier impulso de falsear. Tenemos que aprender a abrazar y celebrar cualquier cosa que sea buena para cada uno. Si es bueno para nuestra persona amada, lo será para nosotr@s también, ¿realmente somos tan egoístas que no nos damos cuenta de esto?

Para dar un ejemplo de cómo podría funcionar esto, volvamos a mi historia de la gira. Durante la gira, algunas personas crearon lazos, y compartieron mundos privados tal y como lo hacen l@s amantes; pero también recordaron que para que la comunidad funcionara, no podían apartarse de sus relaciones con l@s demás. Cada vez que una persona necesitaba tomarse un descanso de otra o quería expandir sus horizontes un poco, pasaba más tiempo con l@s demás, porque siempre había gente alrededor que también tenía cosas que ofrecer. Todo el mundo se sentía seguro y protegido, y nadie quedaba fuera, porque no estábamos dividid@s en exclusivos dúos.
Por el contrario, la economía de escasez de amantes que funciona en nuestra sociedad ahora mismo nos hace tener prisa por encontrar a otra persona y atarla a nuestro lado, antes de que nos quedemos sol@s. La alternativa, que este miedo a la soledad nos impide ver, parece preferible: un mundo sin barreras, en el que cada un@ de nosotr@s formaría parte de una gran familia de amantes y amig@s, sin distinciones entre un@s y otr@s, y en el que no existieran formatos estrictos para ninguna relación. La experimentación sería constante para cada persona. Para conseguir un mundo así, tenemos que acostumbrarnos a no limitarnos l@s un@s a l@s otr@s, tenemos que dejar de ver el amor como una comodidad limitada.

Los celos, y lo que he aprendido de ellos.

Si, a veces todavía siento celos. He tenido experiencias antes en las que he estado celoso de una manera insana- no sólo de otro hombre, sino de otras cosas hacia las que mis compañer@s mostraban interés o amaban o experimentaban. Ser capaz de tratar con estas cosas ha sido muy importante en el desarrollo de mi confianza y de mi forma de ser. Me costó años llegar a sentir (no solo entender) que si mis seres queridos aman otras cosas o a otras personas, no significa que yo soy menos. Además, si el o ella realmente me quiere, no es porque yo cumpla una determinada lista de cualidades deseadas por la que haya sido escogido- me ama por razones que son únicas en mi, con las que nadie puede competir, así que no hay nada que temer. El amor no es una comodidad limitada; crece, al igual que la felicidad, al compartirse y al ser repartido.

Considero a mis celos como a un adversario poderoso, que puede enseñarme mucho sobre mi mismo si me enfrento a él en vez de protegerme de él controlando a l@s demás. He tenido experiencias en relaciones anteriores donde mis amantes se han limitado para protegerme de mis celos, y ha sido catastrófico para todos, como podéis imaginar.
Una de las cosas que me han enseñado mis celos es a reflexionar sobre mi actitud hacia otros hombres. Es interesante para mí notar que nunca me he sentido amenazado por otras mujeres por las que mis parejas se hayan sentido atraídas o con las que hayan tenido relaciones, pero hacia otros hombres siempre me he sentido mal. En nuestra sociedad, los hombres son condicionados para no confiar los unos en los otros, para odiarse los unos a los otros, para intentar "proteger" a las mujeres de otros hombres (lo cual es como proteger una "propiedad" personal), y esto tiene sentido cuando miramos lo jodidamente mal que muchos hombres se relacionan con las mujeres. Para mi no confiar en los hombres para beneficiar a mi pareja es una paranoia y una estupidez territorial. Si confío en el juicio de mi compañer@, debo confiar en que sepa qué y quién son buenos para él/ella, sin dejar que mi mentalidad de "yo-contra-todos" interfiera.

Algunas objeciones que he encontrado hacia las relaciones abiertas.

"Suena bien en la teoría, pero la forma en qué sentimos es más importante que todas estas abstracciones..."

Algunas personas creen que presentamos ideas y teorías no como soluciones a problemas reales, sino simplemente para demostrar qué buenas ideas se nos pueden llegar a ocurrir. Si no está claro hasta ahora que he estado pensando en esto como un intento de solucionar mis problemas en las relaciones sentimentales en vez de aumentarlos, entonces me disculpo por escribir tan mal lo que quería decir en este artículo. Y si crees que las relaciones abiertas pueden ser duras para tus emociones, simplemente prueba la monogamia en un periodo muy largo de tiempo. Ambas cosas pueden llegar a ser igual de duras.

"Pero la naturaleza humana..."

Jódete! no hay mas que decir. La naturaleza humana es aquello que nosotr@s creamos, y eso lo sabes, lo quieras aceptar o no.

"Supongo que está bien si es lo que quieres probar, pero para mi quiero la monogamia, yo ya estoy servid@"

Mejor para ti, si es realmente cierto. Tod@s nos sentimos cómod@s cuando nuestros deseos coinciden con las reglas sociales: entonces es fácil para nosotr@s sentirnos orgullos@s de nuestros deseos, pensar que son bellos, ya que están aceptados universalmente (de hecho, todo a nuestro alrededor reafirma la idea de lo afortunad@s que somos por sentir lo que sentimos, ya que es lo correcto y perfecto)...pero puede que no siempre seas tan afortunad@. Si alguna vez sientes una necesidad que no esté contemplada en el sistema de la monogamia, no habiendo hecho el esfuerzo de intentar comprender y aceptar formas diferentes de relacionarse y de desear, te encontrarás incomprendid@, odiad@ e insultad@. Nadie debería vivir esto, así que cualquier necesidad o deseo que se tenga debe ser observado desde la opción de la no-monogamia también. De otra forma, tod@s viviremos con el miedo de despertarnos un día con un sentimiento o deseo que es inaceptable, y ese poder fascista del moralismo sobre nuestras vidas es exactamente contra lo que creía que estábamos luchando.

Por eso me considero no-monógamo ahora mismo, incluso habiendo tenido relaciones sexuales con solo una persona en los últimos 5 meses: hago lo que hago no por un compromiso a la monogamia, sino como un compromiso a satisfacer mis deseos y los de l@s demás sin tener en cuenta ninguna jodida norma social. La no-monogamia, de hecho, no es algo exclusivamente referente al sexo, es un acercamiento general a las relaciones entre las personas, como he discutido mas arriba.

"Las relaciones abiertas son malas para las mujeres, son simplemente una forma mas para que los hombres sean egoístas y desaparezcan cuando las mujeres les necesitan..."

Este es el tipo de comentario sexista con el que preferiría no tener que tratar, pero lo he oído varias veces. Me recuerda al viejo mito de que todas las ("buenas") mujeres buscan relaciones monógamas "responsables", y las que no lo hacen deben estar confundidas (así que no hay problema en no confiar en ellas, o en considerarlas putas). Para empezar, han sido mujeres las que me han puesto en contacto con muchas de estas ideas aquí expuestas. En segundo lugar, muchos de los hombres y muchas de las mujeres interesad@s en experimentar diferentes modelos de relaciones durante las últimas décadas no mantenían relaciones heterosexuales, así que este tipo de críticas resultan ridículas. En tercer lugar, la gente que dice cosas como ésta hacen que suene como si pensaran que los hombres solo son emocionalmente receptivos hacia las mujeres que les ofrecen sexo a cambio...espero que esto no sea a lo que tenemos que aspirar en las relaciones heterosexuales.
Finalmente, si, es cierto que los hombres hemos sido condicionados para ser egoístas y poco abiertos en nuestras relaciones, y simplemente cambiando los modelos de relaciones la situación no va a cambiar. Pero esto va a ser un problema en cualquier tipo de relación, no solamente en las relaciones abiertas, y es un problema que debe ser tratado como un tema aparte. Un chico responsable y sensible no va a salir corriendo para conseguir sexo con un/a desconocid@ cuando su compañer@ (o un@ de sus compañer@s) le necesita. Hay muchas trampas escondidas en nuestra sexualidad, ya que gran parte de ella ha sido condicionada y programada por nuestr@s enemig@s; los hombres debemos rechazar las presiones que nos hacen buscar sexo superficial como una forma de evitar intimidad real y apoyo entre personas. Esto me lleva a la última objeción:

"Así que esto significa que abandonas tus sueños románticos, cambiándolos por una serie de episodios sexuales con un@s cuantos conocid@s"?

No. Para nada. No estoy interesado en evitar compromisos personales y relaciones largas- de hecho estoy interesado en protegerlos para que no estén en riesgo innecesario. Quiero asegurar mis relaciones románticas, para que no se vean en peligro por cosas triviales como el aburrimiento temporal o la atracción hacia l@s demás. Quiero crear relaciones que puedan ser estables durante los cambios en mi vida y en mis deseos. De esta forma quiero mantener a mis amantes durante tanto tiempo como mantengo a mis amistades; hasta que la muerte nos separe, pero de verdad, sin que interfieran viejos tabúes (inseguridades, celos...). Por supuesto que esto puede ser duro a veces, de la misma forma que todo es difícil a veces, pero la recompensa de poder hacer que esto funcione compensa, estoy seguro.

Lo que intento hacer aquí es ayudar a que nos liberemos de las tragedias innecesarias en nuestras relaciones amorosas, las inseguridades y el sentimiento de posesión que nos impiden disfrutar de los compromisos y los placeres que podríamos disfrutar tod@s junt@s. Para superar estos obstáculos, tenemos que estar preparad@s para afrontar las tragedias reales con decisión y valentía: no podemos pedir que l@s demás nos protejan de nuestras inseguridades limitándose y reprimiéndose, y tenemos que entender que siempre habrán momentos en los que estemos sol@s. El precio de no intentarlo es absurdo, hoy en día sufrimos tanto las tragedias necesarias como las innecesarias en nuestras relaciones por nuestra falta de coraje. ¿Es demasiado pedir que intentemos algo nuevo?

--extraido del fanzine Inside Front #13

Eros y Civilización x Herbert Marcuse

bajar el PDF aquí

Puntos sobre la Libertad y la Participación en las Comunas basadas en el Amor x Los Diggers

NOTA INTRODUCTORIA:Los Diggers (de digger, excavador, labrador) surgidos en California a mediados de la década de 1960 habrían tomado su nombre de los rebeldes ingleses del siglo XVI cuyo comunismo agrario se basaba en el ideal cristiano; la voz dig también tiene muchas otras acepciones vinculadas con “apreciar”, “comprender”, etc. El grupo fue impulsado por Emmett Grogan, un ex actor de la San Francisco Mime Troup, como movimiento contra el dinero y por la gratuidad de bienes y servicios que organizó voluntarios para distribuir ropa y alimentos, proveer albergues de emergencia y ayudar de varias formas a los numerosos jóvenes que afluían masivamente a las calles de esa ciudad en aquella década. El presente manifiesto fue publicado por Alex Louwsiewkee en el fanzine inglés OZ Nº 4, bajo el título “The Digger thing es your thing... if you are really turned on” y reproducido por Mario Maffi en La cultura underground, vol. I, Anagrama, Barcelona, 1972.

1. La comuna basada en el amor es una organización anárquica exenta de complicaciones de tipo autoritario. Esto significa que no caben en ella los impostores megalómanos, jefes, amos ni charlatanes que fingen ser gurú.

2. En los límites de lo posible, todo el trabajo está distribui-do entre todos. No hay ninguna trampa como esa permanente “división del trabajo” que lleva inevitablemente a la división de las personas en clases diferentes.

3. Todos los conocimientos y las revelaciones son patrimonio común, disponible y gratis para todos. Esto quiere decir que no existe ningún profesionalismo monopolista. Esto significa también que los Diggers pueden convertirse (y se convertirán) en chicos y chicas versátiles e incluso universales con sus espléndidas potencialidades realizadas al máximo, y de este modo serán los progenitores de los seres totalmente conscientes e iluminados de la próxima Era del Acuario. Y cualquier digger contribuirá a la comuna basada en el amor en la medida de las propias posibilidades.

4. Todos los bienes materiales de la comuna se distribuyen entre los Diggers en la medida de las necesidades de cada cual o, cuando los bienes sean abundantes, estarán gratuitamente a disposición de todos.

5. Todos los trabajos pesados serán automatizados de manera de que todos tengan suficiente tiempo libre para dedicarse a sus propias actividades particulares.

6. Cada cual es libre de hacer lo que quiera a condición deque esto no signifique la castración de la libertad ajena.

7. Para asegurar una efectiva libertad personal, nadie estratado ni considerado como propiedad ajena; esto se aplica tanto a los niños como a los adultos. Nadie tiene “derechos” sobre los demás y los padres no tienen “derechos” sobre los hijos.

8. La libertad, el bienestar, la educación, la iluminación de los niños son responsabilidad de toda la comuna.

9. Para asegurar una efectiva libertad sexual, la relación sexual en el interior de una pareja, que podrá ser breve o prolongada, según la exigencia de las partes, se considera como un acuerdo recíproco libremente estipulado. Puede ser libremente roto en cualquier momento por una u otra parte y ambas pueden contraer acuerdos con nuevas partes: un acuerdo normal que cancela automáticamente el anterior. El acuerdo sexual se considera un asunto que concierne exclusivamente a la pareja en cuestión, y no está sujeto a interferencias de una tercera parte. Todos los problemas sexuales son discutidos libremente e ilustrados abiertamente.

10. No existen restricciones tales como leyes, cláusulas y reglamentos, ni presunciones como la respetabilidad y la moralidad farisaica y actitudes del tipo de “soy-mejor-que-tú”. El modo de vida de los Diggers siempre es materia de amor y comprensión.

Si todos los puntos citados se cumplen de manera completa, llevarán la práctica de la libertad y de la participación a un nuevo grado de elevación en la sociedad humana

Prólogo a "El amor libre: Eros y anarquía" x Osvaldo Baigorría

PDF de la Antología completa

Para defender al principio de amor libre se necesitan dosis parejas de inocencia y experiencia. Una vez desacralizados el matrimonio, la familia y la dupla varón-mujer unidos “de por vida”, ¿qué si no la inocencia puede vincular la libertad al amor, en especial si a éste se lo entiende como pasión o atracción entre seres de carne y hueso? La experiencia susurra al oído que la fidelidad es imposible, que la monogamia es una ilusión y que las leyes del deseo triunfan siempre sobre las leyes de la costumbre. La inocencia grita que el amor sólo puede ser libre, que la pluralidad de afectos es un hecho y que el deseo obedece a un orden natural, anterior y superior a todo mandato social establecido.

Podría suponerse que inocencia equivale a ingenuidad, así como experiencia a cinismo. Pero varios de los autores reuni­dos en esta antología intuyeron que la emulsión resultante de la fórmula “amor-libertad” es mucho más compleja. Nunca hubo algo más difícil que ser libertario en las cuestiones de amor. Se puede serlo ante la autoridad, el trabajo o la propie­dad, pero ante los vaivenes del corazón no hay principio, nor­ma o idea que se sostenga firme en su sitio. ¿Hay alguien más parecido a un esclavo que un enamorado?

En tiempos de relativa paz (es decir, sin guerras nacionales, civiles o religiosas declaradas), los celos son las causa primera de homicidios. En nombre del amor, el ser humano mata, po­see y somete a sus semejantes, al tiempo que es poseído por una fuerza o potencia que irrumpe no se sabe bien de dónde y lo arrastra hacia algún destino imposible de vaticinar. La pose­sión es la antítesis de la libertad. ¿Cómo uno puede ser verda­deramente libre cuando ama? Sólo mediante una reinvención de la palabra amor.



Eros es el antiguo nombre de esa potencia. Antes de que adquiriese el carácter sentimental personificado en un joven hermoso, hijo de Afrodita y de padre incierto (Hermes, Ares o el propio Zeus), que volaba con alas doradas y disparaba fle­chas a los corazones, era una fastidiosa fuerza aérea de la natu­raleza que, como la vejez o las plagas, debía ser controlada para que no perturbase el funcionamiento social. Se supone que fue el primero de los dioses, ya que, sin él, ningún otro habría nacido. De todas maneras, siempre fue demasiado irres­ponsable como para formar parte de la hegemónica familia de los Doce olímpicos.

Podemos imaginar distintos acuerdos y conflictos en la hi­potética unión entre Eros y Anarquía, sobre todo si a esta últi­ma no la entendemos sólo como un orden social caracterizado por la ausencia de Estado. Se ha argumentado que an-arché es el rechazo de todo principio inicial o causa primera, de todo origen único y absoluto: “La causa primera nunca existió, nunca pudo existir… La causa primera es una causa que en sí misma no tiene causa o que es causa de sí misma” (Bakunin). Se ha descrito a la energía anárquica como un caos ciego de impul­sos autónomos, así como una construcción voluntaria de for­mas asociativas entre fuerzas que luchan por afirmarse y reco­nocerse sin disolver las diferencias que las oponen (Proudhon). En vez de un modelo político utópico situado al final de los tiempos, se trataría de una potencia abierta a la creación cons­tante de individuaciones (Simondon), acaso relacionada con la ancestral idea griega de apeiron que usó Anaximandro para describir ese fondo indefinido e indeterminado a partir del cual surgen sin cesar los seres individuales. Que este principio sin principio pueda unirse felizmente y sin peleas conyugales con aquel dios alado es algo que aún está por verse.

Por cierto, los autores aquí presentados no tienen una opi­nión única u homogénea sobre la pareja de Eros y Anarquía ni sobre su hijo legítimo: el amor libre. Por ejemplo: mientras que para Cardias -iniciador del experimento conocido como Colo­nia Cecilia en el Brasil del siglo XIX- el adulterio es la forma más indigna de ese amor, para Roberto de las Carreras la figu­ra del Amante es bandera de lucha contra el matrimonio bur­gués, según el panfleto publicado en Montevideo en 1902, en el cual el autor relata cómo descubre a su propia mujer en bra­zos de otro hombre y, en vez de sentirse traicionado, exalta a la adúltera como la mejor alumna de su enseñanza erótico-libertaria.

Hemos titulado El amor libre a esta heterogénea -y mayormente heterosexual- selección de textos como homena­je a un título ya clásico de libros y artículos anarquistas y a un ideal que también pertenece a la tradición romántica y modernista. Se intenta mostrar así la diversidad de miradas históricas sobre la cuestión, reuniendo fragmentos escritos por militantes sociales en publicaciones de fin del siglo XIX y princi­pios del XX, junto a otros de origen contracultural que, sin ser estrictamente anarquistas, presentan una sensibilidad libertaria en el tratamiento del tema.

Claro que se encontrarán suficientes acuerdos de fondo. El amor que aquí se llama libre es aquel que cuestiona toda doble moral, hipocresía o cinismo. Como dice René Chaughi en “El matrimonio es inmoral”: si dos personas desean unirse ante un dios, nada hay que criticar. Todo lo contrario: el problema es el carácter hipócrita de quienes aceptan someterse al rito religio­so sin haber pisado una iglesia desde la primera comunión. La mentira pertenece, en esta concepción, al campo del enemigo. El militante anarco-erótico sería, ante todo, un moralista.

Durante mucho tiempo, amor libre fue sinónimo de unión libre: una relación no sujeta a leyes civiles ni religiosas. En épo­cas en las que el matrimonio era indisoluble y el divorcio un horizonte polémico, la libertad de dos personas de unirse con prescindencia de la ley y de separarse “cuando el amor llegue a su fin” era motivo de escándalo pero no contenía necesariamen­te la posterior idea de liberación sexual. Además, era por lo ge­neral una definición de vínculo entre un varón y una mujer, no entre dos o más mujeres ni entre dos o más varones. Esa pro­puesta hoy puede ser vista como una demanda que cuestionaba al matrimonio jurídico y a la moral del siglo XIX pero que, de algún modo, quedaría obsoleta durante la segunda mitad del XX.

No obstante, el amor plural, la camaradería amorosa o el “maridaje comunal” son relatos y prácticas que los anarquistas que más pensaron sobre el tema ya manejaban hace casi ciento cincuenta años como formas de relación en las cuales la expre­sión “amor libre” significa literalmente aquello que hoy sugie­re a nuestros oídos. Los militantes que defendieron esos mode­los intentaron resolver acaso la cuestión más delicada que pue­de plantearse entre dos que se aman: qué hacer cuando aparece el deseo por otros u otras.

A ese deseo se lo puede negar. O puede reconocerse su irrup­ción aunque se utilicen instrumentos de contención o repre­sión. Puede satisfacérselo con encuentros ocasionales prohibi­dos pero intentando autocontrolarse (“no voy a enamorarme”). Mantener una relación paralela clandestina (“es sólo sexo”); o sostener una pareja abierta (“mi compañero lo sabe”); o lan­zarse a experimentar dentro del laboratorio social modos di­versos de intercambio de afectos y atracciones. Como ha dicho Woody Allen, el corazón es un órgano muy flexible.

Si observamos las distintas propuestas de formas innovado-ras de relacionarse, como las comunidades afectivas, el amor entre camaradas libres, el “abrazo polimorfo” o el “beso amorfista”, advertiremos que el grado de ruptura y la origina­lidad temática de estos autores no se destaca únicamente sobre el fondo de época en el que se desplegó su pluralidad de modelos. De hecho, ellos parecen tener vigencia en la medida en que perdure la compulsión bipersonal a entrar en pareja y casarse.

En verdad, sería difícil hallar un período histórico capaz de absorber o asimilar la radicalidad de algunas de estas solucio­nes a los problemas de la vida afectiva. Por ejemplo, la revolu­ción sexual de la segunda mitad del siglo XX no es fácilmente homologable al amor libre, una noción más vieja y más con­tundente. Aunque la contracultura y el liberacionismo de las décadas de 1960-70 tenían influencias anárquicas, la idea de una sexualidad libre también se articuló con ciertos dispositi­vos de poder, incitó al sueño de múltiples intercambios sexua­les sin pagar por ellos (libre en el sentido de free: gratuito) o bien legitimó la posibilidad de cosificar cuerpos acotados como objetos de deseo. Ya el reemplazo de “amor” por “sexo” im­plicó algún grado de pérdida de la inocencia.

En realidad, la noción de amor libre apunta más alto: no a la mera posibilidad de tener múltiples relaciones sexuales sino a la de amar a varias personas al mismo tiempo. Reintroduce la no­ción de camaradería, de compañerismo afectivo. Afirma que se puede querer bien a (querer el bien de) dos o más seres simultá­neamente. Insiste en que uno siempre está amando a varios al mismo tiempo, aunque con diferentes intensidades y propósitos. Apuesta, por lo tanto, a una nueva educación sentimental.

Desde luego, a una idea tan guapa se le pueden excusar sus fragilidades. Éstas se encontrarán en las bases de su misma cons­trucción. El amor libre también se asienta sobre un acuerdo, pacto o modelo de conducta que intenta cabalgar sobre los cambiantes desplazamientos del deseo. Y es difícil llevar la rien­da, manejar, calcular la polifacética naturaleza del flujo que lleva a dos o más cuerpos a unirse o apartarse con la misma inesperada e incontrolada fuerza pasional.

Como lo advirtió Bataille, en el campo de Eros siempre está en juego la disolución de las formas constituidas. La fusión de los amantes, pese a sus promesas de felicidad recíproca, intro­duce la perturbación y el desorden, elevando la atracción a un punto tal que incluso la privación transitoria de la presencia del otro puede llegar a sentirse como una amenaza de muerte. Amar, en cierto sentido, es vivir en el temor de la posible pérdi­da del amado.

Esto es lo que detecta Malatesta. En contra del amor libre como construcción teórica superpuesta artificialmente para reemplazar a la pareja monogámica, el texto del militante obrero y agitador italiano introduce una problematización más pro­funda del vínculo entre amor y libertad. Sin esperanza alguna de que un cambio radical de costumbres elimine las penas de amor, Malatesta recuerda que este sentimiento, para ser satis­fecho, precisa de dos libertades que concuerden y que la reci­procidad es una ilusión desde el momento en que uno puede amar y no ser amado.

Alguien se une a otro por cierta promesa implícita de que ello va a colmar sus necesidades de compañía, goce, conten­ción. La promesa añade que esa satisfacción será (deberá ser) correspondida. Luego, el aferrarse a tales demandas convierte a unos y a otros en poseídos y posesos. Hay proporciones ex­tremas y moderadas de apego, pero es verdaderamente raro encontrar un amor entre seres humanos que no esté atravesa­do por esa obsesión.

Por su parte, en la Enciclopedia Anarquista de Sebastián Faure (ver el anexo “Glosario no monogámico básico”), Jean Marestan reflexiona sobre la conveniencia de que el amor se ennoblezca mediante la inteligencia y se desplace desde la pa­sión hacia sentimientos más dulces y duraderos: el compañe­rismo, la amistad, el cariño, la estima; o sea, afectos más suaves, livianos, lentos o moderados. Allí también se critica el de­seo de posesión que es considerado no un mal en sí mismo sino cuando toma las proporciones extremas de la apropiación y el acaparamiento.

O sea que aquí el amor no es ningún absoluto, ni una esen­cia universal inextinguible como lo sería un dios. Tampoco la libertad, un término relativo si los hay: siempre aparece en re­lación con otra cosa. Se es libre de algo o alguien. Libertad puede significar la ruptura de un mandato conyugal así como un librarse del amor entendido como atracción entre cuerpos. En este último caso, ser libre implicaría atravesar el campo del erotismo quizá para derivar hacia aquello que los cristianos llamaron agapè y los budistas karuna, más un amor-compasión que un amor-pasión, una entrega no egoísta a los otros, un don que se volcaría sobre todos los seres sin distinción. Un amor libre de atracción, posesividad, apego, propiedad. ¿Es posible? Si uno se libra del estar aferrado a una sola persona, ¿podrá sentir ese amor capaz de derramarse sobre todos sin diferen­ciación? ¿No es probable que termine, tarde o temprano, enca­denándose a otro número limitado de objetos del deseo? Son preguntas que precisan ser encaradas si queremos entender mejor los puntos de tensión y equilibrio que presenta la con­flictiva pareja de Eros y Anarquía.

A no dudarlo: en estas páginas se redefine al amor como un gesto que rompe las reglas sociales y económicas. Su fuerza destructora se dirige contra el cálculo, el interés, la manipulación; es decir, contra el mundo de lo profano y lo utilitario. Éstos serían los auténticos obstáculos para una voluntad de sentir que tiende a escapar de toda reglamentación. Los anarquistas del siglo XIX proponían destruir la familia jurídica justamente para que el sentimiento sea más sólido, durable, basado en una convicción interior. Se trataba, en suma, de re­conocer, sincerar los vaivenes de la vida. Esa apuesta por la verdad es lo que convierte al amor libre en un principio esen­cialmente moral.

Sólo resta esperar que la fuerza de los argumentos expues­tos en esta antología ilumine a quienes sospechan, sea por ino­cencia o experiencia, que ninguna forma ideal -ni siquiera la noción de amor libre- podrá colmar las expectativas de felici­dad duradera (“para toda la vida”) de dos o más que se aman, así como ninguna convención, rito o regla aprobada ante testi­gos podrá sujetar por completo al anárquico movimiento de los corazones.

Buenos Aires, Abril de 2006.

El matrimonio es inmoral x Rene Chaughi

Dos seres, un hombre y una mujer, se aman. ¿Acaso pensa­mos que serán lo suficiente discretos para no pregonar de casa en casa el día y la hora en que...? Pensamos mal. Esta gente no parará hasta que hayan participado a todo el mundo sus pro­pósitos: parientes, amigos, proveedores y vecinos recibirán la confidencia. Hasta entonces no creerán permitida la “cosa”. Y no hablo de los matrimonios de interés, en los que la inmorali­dad es flagrante desde un principio; me ocupo del amor, y veo que, lejos de purificarlo y darle una sanción que no ha menes­ter, el matrimonio lo rebaja y lo envilece.

El futuro esposo se dirige al padre y a la madre y les pide permiso para acostarse con su hija. Esto es ya de un gusto du­doso. ¿Qué responden los padres? Deseosos de asimilar su hija a esas damas tan necias, ridículas y distinguidas como ricas, quieren conocer el contenido de su portamonedas, su situación en el mundo, su porvenir; en una palabra, saber si es un tonto serio. No hay otra expresión mejor para calificar a este tratante.

Veamos a nuestro joven aceptado. No pensemos que la se­rie de inmoralidades está cerrada: no hace más que comenzar. Desde luego, cada uno va en busca de su notario, y tienen prin­cipio, entre las dos partes, largas y agrias discusiones de co­merciante en las que cada uno quiere recibir mucho más de lo que da; dicho de otro modo: en las que cada uno trata de hacer su negocio. La poca inclinación que los dos jóvenes pueden sentir el uno por el otro, los padres parecen empeñarse en desvanecerla, emporcándola y ahogándola bajo sórdidas preocupaciones de lucro. Después vienen las amonestaciones en las que se hace saber, a son de trompetas, que en tal fecha el señor “X” fornicará, por primera vez, con la señorita “Y”.

Pensando en estas cosas, uno se pregunta cómo es posible que una muchacha reputada y púdica pueda soportar todo esto sin morirse de vergüenza. Pero es, sobre todo, el día de la boda, con sus ceremonias y costumbres absurdas, lo que encuentro profundamente inmoral y, digámoslo en una palabra, obsceno. Aparece la prometida arreglada -como los antiguos adorna­ban a las víctimas antes de inmolarlas sobre el altar- con vesti­mentas ridículas; esa ropa blanca y esas flores de azahar for­man un símbolo completamente fuera de lugar: fijan la atención sobre el acto que se va a realizar y se hacen insistentes de una manera vergonzosa.

¿Hablaré de los invitados? ¿De su modo de vestir tan pre­tenciosamente abobado, sus arreos tan risibles como enfáti­cos, sus maneras pomposas y tontas, sus juegos de una feal­dad extraordinaria? ¿Enumeraré todas estas gentes estiradas, empomadas, acicaladas, enfileradas, apretadas, rizadas, em­butidas en sus vestimentas, los pies magullados en estrechas botinas, las manos comprimidas por los guantes, el cogote molido por el cuello postizo; todo este mundo preocupado de no ensuciarse, ansioso de engullir, “hambrones”, como les dice el poeta, venidos con la esperanza de procurarse una de esas comidas que forman época en la existencia de un hom­bre gorrón?

¿Cómo pueden dos jóvenes resolverse, sin repugnancia, a comenzar su dicha ante una decoración tan abominablemente grotesca, a realizar su amor entre estas máscaras y en medio de tan asquerosas caricaturas?

En la calle se corre para verlos: totalmente son cómicos; las comadres asoman a las puertas, los chiquillos gritan y corren. Cada uno procura ver a la desposada: los hombres con ojos de codicia, las mujeres con miradas denigrantes; y, por todo, se oyen soeces alusiones a la noche nupcial, frases de doble senti­do que dejan entender -¡oh, tan discretamente!- que el esposo no pasará mal rato. Y ella, pobre muchacha, el dulce cordero, causa y fin de tan estúpidas bromas, cuyas tres cuartas partes llegan a sus oídos, sin duda alguna, ¿se esconde en un rincón del carruaje, tras la obesidad propicia de sus padres? ¡Oh, no! Ella, entronizada descaradamente en su carruaje, se asoma a la ventanilla sonriente para atraer la atención de la multitud. Y lo que la vuelve radiante de alegría, mucho más que el amor del prometido y la legítima satisfacción fisiológica, es considerarse mirada y envidiada; es poder eclipsar -aunque no sea más que por un día- a las peor vestidas, burlarse de sus antiguas amigas que permanecen solteras, crear en torno de sí celos y tristezas, en fin, ostentar esa ropa impúdica que la ofrece a las risas del público y debían llenarla de vergüenza. Bien considerado, todo esto es de un cinismo que subleva.

Después, en la alcaldía, donde oficia un señor cualquiera, sin otro prestigio que la ostentación de una banda azul, blanca y roja. Tras la desolante lectura de algunos artículos de un có­digo idiota, humillante e insultante para la dignidad de los dos seres a quienes se aplican, el individuo de la banda patriótica pronuncia una elocución vulgar, pedestre, y todo está terminado. He ahí nuestros dos héroes unidos definitivamente. Sin esa algarabía preliminar, la fornicación de esta noche habría sido una cosa impropia y criminal; pero gracias, sin duda, a las pa­labras mágicas del hombre de la banda tricolor, ese mismo acto es una cosa sana y normal... ¡Qué digo!, un deber social. ¡Oh, misterio ante el cual aquello de la Trinidad no es más que un juego de niños!

Por mi parte hubiera creído todo lo contrarío. Me parece que un joven y una muchacha que por primera vez se deciden a ejecutar el acto sexual, antes hubieran procurado evitar la pu­blicidad. El acto sexual, aun efectuado de incógnito, no deja de producir molestias; con mayor motivo ante testigos. Parece que esto es inmoral, y que lo moral, noble y delicado es ir a hacer confidencias a un cagatintas gracioso, obtener un permiso, hacerse inscribir y numerar en un registro, como los caballos de carrera cuya descendencia se vigila o el rebaño que se cruza sabiamente.

¿Cómo no ver que si el Estado requiere estas formalidades ultrajantes es sólo por propio interés, a fin de no perder de vista a sus contribuyentes, de conservarlos en el espíritu de obediencia y de poder echar mano fácilmente sobre los futuros vástagos? Es preciso estar inscrito en alguna parte; y si no es en la Alcaldía, será en la Prefectura de Policía. En lista, siempre en lista; no escapamos. El matrimonio es un medio de esclavizar más a los hombres. Defendedle, pues, como instrumento de dominación, como sostén del orden actual si queréis. Pero no habléis de moral.

El cortejo se forma para ir a la iglesia. La sanción que el matrimonio civil no ha podido otorgar a la unión de dos jóve­nes, ¿la dará el matrimonio religioso? Sí, si ellos creen en un Dios y ven en el sacerdote su representante terrestre. En tal caso nada hay que decir. Esto admitido, puede admitirse enci­ma todo cuanto se quiera, y es preciso no extrañarse de nada.

Pero no ocurre así la mayoría de las veces. Algunos no po­nen los pies en ninguna iglesia después de la primera comu­nión. Y si entran hoy, es para hacer como los demás: por conveniencia y, sobre todo, para que la ceremonia sea más bella, la fiesta más completa; para ejecutar su ejercicio ante una luz más viva aún, más brillante.

Durante la misa, las damas murmuran, secretean, ordenan­do los pliegues de sus vestidos, procurando hacer valer sus gra­cias y salpicándose mutuamente, haciendo carantoñas bajo las miradas libidinosas de los hombres. Éstos, mirando de sosla­yo, lanzan frases gordas, sintiendo impaciencia por cargar con tales mujeres. Y mientras el cura con cara socarrona amonesta a los nuevos esposos, el sacristán ataca a los bolsillos de los asistentes.

Los jóvenes esposos han comenzado su unión mintiéndose a sí mismos y mintiendo a los demás, aceptando una fe que no es la suya, prestando el apoyo de su ejemplo a creencias que ellos juzgan quizá perjudiciales, seguramente erróneas y de las que se reirán entre bastidores. Este bonito debut de existencia en la mentira y la hipocresía parece ser la sanción definitiva de su unión, el sello misterioso que la proclama santa e irrevoca­ble. Esta moral es para nosotros el colmo de la inmoralidad. Guardaos de ella.

Una vez hartos los invitados, toman de nuevo los coches, a fin de exhibirse por última vez ante el público: “Miren bien a la desposada vestida de blanco, señoras y caballeros; todavía es pura; pero esta noche dejará de serlo. Es aquel joven gallar­do quien se encarga de ello. Séquense los ojos, que nada cues­ta”. Por un momento se los invitará a palpar. Todos los vian­dantes se animan ante la vista de esta bestia curiosa... que sue­ñan poseer. ¿De cuánta inconciencia debe estar dotada una muchacha para aguantar eso sin saltarle el corazón?

La jornada, tan bien comenzada, acaba aún mejor. Se preludia el ayuntamiento de cuerpos, por medio de una cos­tumbre gráfica general. Algunos, en vista de la boda, ayunan muchos días. Se atiborran. El exceso de nutrición y de vinos hincha el rostro, inyecta los ojos, embrutece más los cerebros; los estómagos se congestionan y también los bajo vientres. En un acuerdo tácito, todos los pensamientos convergen hacia la obra de reproducción; las conversaciones se vuelven genitales. Con velada frase se reproduce la buena picardía de nuestros padres; toda la deliciosa pornografía que floreció bajo el sol de Francia triunfa de nuevo. Las risas se mezclan a los eructos de la digestión penosa. Y todos los ojos acechan ávidamente la sofocación creciente de las mejillas de la esposa. En vano. La casta muchacha de frente pura parece tan desahogada ante esta ignominia como un viejo senador en una casa de citas. No chista. Y gracias que a los postres no venga algún cuplé picaresco a excitar de nuevo el erotismo de los convidados y se haga nece­sario, en casa de la desposada, un simulacro de confusión. Pa­rece como que se quiere envilecer, a los ojos de los nuevos es­posos, la función por la cual se han unido; parece que quieren volverla más bestial de lo que ella es en sí, como si fuese nece­sario que su realización se acompañe de una indigestión, como si fuese indispensable que una tan delicada e importante reve­lación se inaugurase ante una asamblea de borrachos.

¡Ah! Mira, desgraciada, mira todas estas gentes honradas que devuelven por la boca el exceso de comida con que se atragantaron. Éstas son las personas virtuosas que profesan una moral rígida. Están casados también; sus juergas han reci­bido la sanción legal y el sello divino; también los monos de­formes que ellos engendran son de una cualidad superior a la de los demás. Míralos: éste de aquí tiene toda una progenitura en la ciudad; el otro se hace fabricar sus herederos por el veci­no de encima; el señor y la señora “X” se arañan diariamente; aquéllos están separados, éstos divorciados; este vejete com­pró a buen precio a esa hermosa muchacha; este joven se casó con esa vieja por su dinero; en cuanto a aquel matrimonio de allá, todos saben que prospera, a pesar de ser tenido por mode­lo, gracias a las escapadas de la esposa y a los ojos, complacientemente cerrados, del marido. Y es, quizás, el menos repugnante de todos, puesto que, al menos, esos dos se entienden perfectamente. Pero todas estas gentes son honra­das; todas ellas se han hecho inscribir. Sus porquerías han reci­bido el visto bueno del hombre de la banda tricolor y del hom­bre de la sobrepelliz. Por eso son bien recibidos en todas par­tes, mientras que las puertas se cierran para aquellos que han cometido la torpeza de amarse lealmente, sin número de orden y sin ceremonia alguna. ¡La cámara nupcial...!

Teóricamente, la desposada nada sabe del misterio de los sexos; ignora el fin verdadero, único, del matrimonio. Si sabe alguna cosa, es fraudulentamente y en menosprecio de las indi­caciones maternales. ¿Qué vale, pues, este “sí” que ha dado ante una demanda cuya entera significación desconoce? ¿Qué caso hacen, pues, de su personalidad en todo esto, disponien­do de su cuerpo sin su consentimiento, al dejarla, ángel de can­dor, flor de pureza, entre los brazos de un pimiento sobreexci­tado e inconsciente? ¡Qué! ¿Ustedes le darán vuestra hija a un individuo cualquiera, que apenas los conoce, quizá plagado de vicios extraños, en el que la educación carnal, sexual, se ha hecho quién sabe dónde; ustedes la abandonarán para que ha­gan de ella su fantasía secreta, y eso sin prevenirla? ¡Pues esto es monstruosamente abominable! ¡Pues esto es una esclavitud peor que las otras, más infamante y más horrorosa que ningu­na! ¿Qué puede haber más forzado para una mujer que ser poseída a pesar suyo? ¿El acto sexual no es, según que se con­sienta o no, la más grande alegría de las alegrías o la más gran­de de las humillaciones?

¡Ah, si la libertad está de acuerdo con la moral, debe existir en la cuestión del amor o en parte alguna! Este matrimonio no es más que una violencia pública preparada en una orgía.

Texto publicado en la antología El amor libre: la revolución sexual de los anarquistas, Rodolfo Alonso Editor, Buenos Ai­res, 1973.

Consejos para una adultera x CrimethInc.

“LOS BUENOS MATRIMONIOS CUESTAN TRABAJO”

Crecer en un ambiente dominado por la economía capita­lista nos enseña ciertas lecciones psicológicas difíciles de olvi­dar: Cualquier cosa de valor sólo está disponible en dosis limi­tadas. Exige lo que es tuyo, antes de que te dejen sola y sin nada.

Aprendemos a medir compromiso y afecto en términos de cuánto es que los otros están dispuestos a sacrificar por noso­tros, sin imaginar que el amor y el placer pueden multiplicarse cuando son compartidos. En una relación saludable, amigos y amantes se permiten mutuamente hacer, vivir y sentir más. Si sientes en tus entrañas (si no es en tu cabeza) que monogamia significa renunciar a algo (tu “libertad”, como se dice), enton­ces los modelos de explotación han penetrado incluso hasta en tu vida romántica.

Todos sabemos que Los Buenos Matrimonios Cuestan Tra­bajo... Cuando tienes que trabajar en la monogamia, estás de vuelta en el sistema de intercambio: la economía de tu intimi­dad está regimentada del mismo modo que la economía capi­talista, por escasez, amenazas y prohibiciones programadas... Cuando las relaciones se convierten en trabajo, cuando el de­seo está organizado contractualmente, cuando las cuentas son mantenidas y la fidelidad es sustraída -como la mano de obra a los empleados- en un matrimonio que es como una fábrica doméstica vigilada en medio de una rígida disciplina de perso­nal y diseñada para mantener a esposas y maridos encadena­dos a la maquinaria de la reproducción responsables, no debe­ría sorprender que algunos no puedan evitarlo y que también se rebelen.

El adulterio, completamente opuesto al Buen Matrimonio, llega de manera natural, sin siquiera haber sido invitado. De pronto, te sientes transformada, despertada de ese cementerio de la pasión -ya muerta- que ha sido tu relación, para sentir de nuevo esa excitación. No deberías estar sintiendo nada de esto ¡maldita sea! e incluso es la primera vez que has sido exaltada por una felicidad pura y no forzada... Oh, el dulce optimismo de algo nuevo, algo que todavía no es predecible... Es como si la sorpresa, el riesgo, el gozo, la satisfacción fueran de nuevo posibilidades genuinamente imaginables. ¿Quiénes, si pudie­ran sentir lo que están sintiendo ahora mismo, podrían exigirte que te resistieras a ello?

“LA HONESTIDAD ES EL MEJOR PRINCIPIO”

La sociedad, personificada por tu desafortunado esposo, le exige a la adúltera ser honesta y franca en todo, cuando en realidad simplemente la condenará por ello. Intenta asegurar su acatamiento mediante interrogaciones de rutina (“¿quién era ése en el teléfono, querida?”), vigilancia (“¿crees que no me di cuenta de cuánto tiempo pasaste hablando con él?”), búsqueda y ataque (“¿y qué demonios debo suponer que es esto?”) y tác­ticas más serias de intimidación: la expulsión del único hogar y comunidad que probablemente ella conozca. La adúltera, a quien le gustaría poder decir la verdad, es forzada a utilizar el Cocien­te Miseria para calcular si puede permitirse a sí misma decir o no la verdad. El Cociente Miseria indica: divide tu infelicidad actual por las nocivas consecuencias de enfrentarte a ella, mul­tiplícala por tu temor a lo desconocido, y luego piensa dos ve­ces acerca de si es realmente necesario actuar.

Lo que está faltando a nuestra sociedad es la sabiduría de comprender que decir la verdad no sólo es responsabilidad de quien la dice. Si realmente quieres saber la verdad, debes hacérsela fácil a las personas para que te la digan, debes ser realmente comprensivo y estar listo para lo que pueda llegar a ocurrir, y no exigir respuestas a tus “justas” preguntas o jugar al policía bueno/policía malo... Lo único que ello puede con­ducir es a una acción evasiva o, en el mejor de los casos, a que la víctima de tu interrogatorio encuentre formas de mentirse a sí misma como a ti. Ni nuestra sociedad ni sus cornudos y cor­nudas están listos para la revelación de la verdad que la adúlte­ra tiene para ofrecer y que sólo se encuentra segura en los pro­tectores oídos de su amante ilícito.

“LAS PERSONAS RESULTARÁN LASTIMADAS”

Inevitablemente, a pesar de las mejores intenciones y los más secretos planes de la adúltera, las personas resultarán las­timadas. Pero más importante es saber que las personas ya estuvieron lastimándose, sólo que de un modo invisible, en el impuesto silencio doméstico de la “familia feliz”. O de lo con­trario, en un principio no hubieran sido necesarias medidas tan drásticas para que los corazones muertos volvieran a latir.

¿Sería mejor que las rutinas e ilusiones del matrimonio con­tinuaran sin ser jamás perturbadas, y de este modo el tedio de todos pudiera continuar rumbo al amargo final?... Por supues­to que en lugar de engañar podrías haber ido a un consejero matrimonial, haber sido “honesta” con tu cónyuge en lugar de serlo contigo misma y alejarte de los nuevos horizontes que viste comenzar a nacer en los ojos de tu posible amante, inten­tar alcanzar una aceptable imitación-sustituto de felicidad con tu pareja legalmente reconocida o recurrido a automedicarte con una sesión de televisión o Prozac...

“¿QUÉ PASARÁ CON LOS NIÑOS?”

Esto exigen los guardianes de la burguesía cuando oyen acerca de otro matrimonio en peligro por una aventura amo­rosa, aterrorizados de que ellos sean los próximos de la lista. Bueno, ¿y qué pasa con los niños? ¿Crees que puedes proteger a las nuevas generaciones de la trágica tensión que existe entre la complejidad del deseo y la simplicidad de las prohibiciones sociales sólo por respetar tus propias órdenes? Si sofocas tus aspiraciones de felicidad, terminarás sofocando a tus hijos tan­to como a ti misma. Tus niños se beneficiarán si crecen en un mundo donde la gente se atreva a ser honesta con lo que quiere sin medir las consecuencias. ¿Preferirías que aprendan a aplas­tar sus propios deseos y reducirlos a chatos recuerdos de ver­güenza y remordimiento, como tú lo haces?

Y es interesante destacar que la monogamia de la familia nuclear, que autoproclamados jueces protegerán del asalto im­plícito que supone el adulterio, es la misma que sustituyó a las más amplias, fluidas y extendidas estructuras familiares del pasado. En opinión de muchos, los niños eran mejor cuidados y sus padres disfrutaban de mayor libertad. ¿Podría ser que el adulterio sea una ciega y desesperada acción de último recur­so, de entre las rejas de las relaciones contractuales, para rei­vindicar la comunidad extendida que una vez fuimos...?

“EL ADULTERIO ES LA FIEL OPOSICIÓN AL MATRIMONIO”

Finalmente, el adulterio sólo es posible porque las pregun­tas que él mismo realiza quedan sin responder. Al igual que la liberadora de productos, la amotinada y la suicida, la adúltera sólo hace media revolución: viola la ley y la costumbre autori­taria pero de tal manera que ellos permanecen en el mismo lugar y siguen determinando sus acciones, sean éstas de obe­diencia o de rechazo. Sería mejor si realmente expusiera quién es y qué quiere para el mundo entero, sin culpa ni remordi­miento... Luego, su propia lucha podría ser el punto de partida para una revolución en las relaciones humanas de las cuales todos se beneficiarían, y no simplemente un destello de pasión e insurgencia aislada que podrá ser aplastada antes incluso de ser consciente de sí misma.

Protejamos y defendamos a la adúltera de la vergüenza que le impone esta sociedad, sea cuando sea que ella dé este paso, para que efectivamente lo pueda realizar: ella actúa -como lo hacemos nosotros- impulsada por una pasión que arde inex­tinguible por un mundo nuevo.

La trampa de la protección x Emma Goldman

El matrimonio y el amor no tienen nada en común; están tan lejos entre sí como los dos polos y son, incluso, antagónicos. El matrimonio es ante todo un acuerdo económico, un seguro que sólo se diferencia de los seguros de vida corrientes en que es más vinculante y más riguroso. Los beneficios que se obtienen de él son insignificantes en comparación con lo que hay que pagar por ellos. Cuando se suscribe una póliza de seguros, se paga en dinero y se tiene siempre la libertad de interrumpir los pagos. En cambio, si la prima de una mujer es un marido, tiene que pagar por él con su nombre, su vida privada, el respeto hacia sí misma y su propia vida “hasta que la muerte los sepa­re”. Además, el seguro de matrimonio la condena a depender del marido de por vida, al parasitismo, a la completa inutilidad, tanto desde el punto de vista individual como social. También el hombre paga su tributo, pero como su esfera de vida es mucho más amplia, el matrimonio no lo limita tanto como a la mujer. Las cadenas del marido son más bien económicas.

Vivimos en una época de pragmatismos. Ya no estamos en los tiempos en que Romeo y Julieta se arriesgaban a desafiar la ira de sus padres por amor, o en que Margarita se exponía a las habladurías de sus vecinos también por amor. La norma moral que se inculca a la joven no es preguntarse si el hombre ha despertado su amor, sino “cuánto gana”. El único dios y la única cosa importante de la vida pragmática norteamerica­na es: ¿Puede el hombre ganarse la vida? Eso es lo único que justifica el matrimonio. Poco a poco se van saturando con ello los pensamientos de la muchacha, que ya no sueña con besos y claros de luna, o con risas y lágrimas, sino con ir de compras y conseguir rebajas en las tiendas. Esa pobreza de alma y esa sordidez son los elementos inherentes a la institu­ción del matrimonio.

Esta institución convierte a la mujer en un parásito y la obliga a depender completamente de otra persona. La incapa­cita para la lucha por la vida, aniquila su conciencia social, paraliza su imaginación y le impone después graciosamente su protección, que es en realidad una trampa, una parodia del carácter humano. Si la maternidad es la mayor realización de la mujer, ¿qué otra protección necesita sino el amor y la liber­tad? El matrimonio profana, ultraja y corrompe esa realiza­ción. ¿Acaso no le dice a la mujer que solamente bajo su pro­tección podrá dar la vida? ¿No la pone en la picota y la degra­da y la avergüenza si se niega a comprar su derecho a la mater­nidad con su propia persona? ¿Acaso el matrimonio no sancio­na la maternidad, aunque se haya concebido con odio o por obligación? Y cuando la maternidad ha sido elegida, producto del amor, del éxtasis, de la pasión desafiante, ¿no se coloca una corona de espinas en una cabeza inocente, grabando en letras de sangre el odioso epíteto de “bastardo”?

Aun en el caso de que el matrimonio contuviera todas las virtudes que de él se afirman, sus crímenes contra la materni­dad lo excluirían para siempre del reino del amor. El amor, el elemento más fuerte y profundo de toda vida, presagio de es­peranzas, de alegría, de éxtasis; el amor que desafía a todas las leyes, a todas las convenciones; el amor, el más libre, el más poderoso modelador del destino humano, ¿cómo puede esa fuerza todopoderosa ser sinónimo del pobre engendro del Es­tado y de la Iglesia que es el matrimonio?

¿Amor libre? ¿Acaso el amor puede ser otra cosa más que libre? El hombre ha comprado cerebros, pero todos los millo­nes del mundo no han logrado comprar el amor. El hombre ha sometido los cuerpos, pero todo el poder de la tierra no ha sido capaz de someter al amor. El hombre ha conquistado naciones enteras, pero todos sus ejércitos no podrían conquistar al amor. El hombre ha encadenado y aprisionado el espíritu, pero no ha podido nada contra el amor. Encaramado en un trono, con todo el esplendor y pompa que pueda procurarle su oro, el hombre se siente pobre y desolado si el amor no se detiene a su puerta. Cuando existe amor, la cabaña más pobre se llena de calor, de vida y de alegría; el amor tiene el poder mágico de convertir a un pordiosero en un rey. Sí, el amor es libre y no puede medrar en ningún otro ambiente. En libertad, se entrega sin reservas, con abundancia, completamente. Todas las leyes y decretos, todos los tribunales del mundo no podrán arran­carlo del suelo en el que haya echado raíces. El amor no nece­sita protección porque él se protege a sí mismo.

Mientras es el amor el que engendra a los hijos, no hay niños abandonados, hambrientos o carentes de afecto. Conoz­co a mujeres que fueron madres en libertad con el hombre al que amaban. Pocos hijos han disfrutado dentro del matrimo­nio del cuidado, protección y devoción que la maternidad libre es capaz de depararles. Los defensores de la autoridad temen la maternidad libre por miedo a que se les desposea de su presa. ¿Quién lucharía entonces en las guerras? ¿Quién haría de car­celero o policía si las mujeres se negaran a dar a luz indiscriminadamente? “¡La raza, la raza!”, gritan el rey, el pre­sidente, el capitalista, el sacerdote. Hay que salvar a la raza, aunque la mujer sea degradada al papel de pura máquina, y la institución del matrimonio es la única válvula de seguridad contra el peligroso despertar sexual de la mujer.

Pero son inútiles estos esfuerzos desesperados por mante­ner un estado de esclavitud. Son inútiles también los edictos de la Iglesia, los fieros ataques de los dictadores, e incluso el bra­zo de la ley. La mujer no quiere seguir siendo la productora de una raza de seres humanos enfermos, débiles, decrépitos y mi­serables, que no tienen ni la fuerza ni el valor moral de sacudirse el yugo de su pobreza y de su esclavitud. En lugar de ello, desea menos hijos y mejores, engendrados y criados con amor y por libre elección, y no por obligación como en el matrimonio.

Nuestros pseudomoralistas tienen que aprender el profun­do sentido de responsabilidad para con el niño que el amor en libertad despierta en el pecho de la mujer. Ésta preferiría re­nunciar para siempre a la maternidad antes que dar la vida en una atmósfera donde sólo se respira la destrucción y la muerte. Y, si se convierte en madre, es para dar al niño lo mejor y lo más profundo de su ser. Su lema es desarrollarse con el niño, y sabe que sólo de esa manera podrán formarse los verdaderos hombres y las verdaderas mujeres.

En realidad, en nuestro actual estado de pigmeos, el amor es algo desconocido para la mayoría de la gente. No se le comprende, se lo esquiva y muy raras veces arraiga; y cuando lo hace, pronto se marchita y muere. Su fibra delicada no puede soportar la tensión y los esfuerzos del vivir cotidiano. Su alma es demasiado compleja para ajustarse a la viscosa textura de nuestra trama social. Llora, se lamenta y sufre con los que lo necesitan y, sin embargo, carecen de capacidad para elevarse a su altura.

Algún día, los hombres y las mujeres se elevarán y alcanza­rán la cumbre de las montañas; se encontrarán grandes, fuer­tes y libres, dispuestos a recibir, a compartir y a calentarse en los dorados rayos del amor. ¿Qué imaginación, qué fantasía, qué genio poético puede prever, aunque sea aproximadamen­te, las posibilidades de esa fuerza en las vidas de los hombres y las mujeres? Si en el mundo tiene que existir alguna vez la ver­dadera compañía y la unidad, el padre será el amor y no el matrimonio.

El amor entre anarco-individualistas x Emile Armand

Antes de exponer el punto de vista individualista-anarquista frente a la cuestión “sexual”, es necesario ponerse de acuerdo sobre la expresión libertad. Se sabe que la libertad no podría ser un fin, ya que no hay libertad absoluta; como tampoco hay ver­dad general, prácticamente hablando; no existen sino libertades particulares, individuales. No es posible escapar a ciertas con­tingencias. No se puede ser libre, por ejemplo, de no respirar, de no asimilarse y desasimilarse... La Libertad, como la Verdad, la Pureza, la Bondad, la Igualdad, etc., no es más que una abstrac­ción. Luego, una abstracción no puede ser un objetivo.

Considerada, al contrario, desde un punto de vista particu­lar, dejando de ser una abstracción, tornándose una vía, un medio, la libertad se comprende.

En este sentido, se reclama la libertad de pensar, es decir, de poder, sin ningún obstáculo exterior, expresar de palabra o por escrito los pensamientos de la forma que se presenten ante el espíritu.

Vida intelectual, vida artística, vida económica, vida sexual: los individualistas reclaman para ellas la libertad de manifes­tarse plenamente, según los individuos, a tenor de la libertad de los individuos, fuera de las concepciones legalistas y de los prejuicios de orden religioso o civil. Reclaman para ellas, con­sideradas cual inmensos ríos, por donde se vierte la actividad humana, que puedan resbalar sin ningún obstáculo; sin que las esclusas del “moralismo” y del tradicionalismo atormenten o enloden su caudal. Mejor que éstos son las libertades con sus errores impetuosos, con sus nerviosos sobresaltos, con sus impulsivos malos efectos de retroceso. Entre la vida al aire li­bre y la vida de bodega, elegimos la vida al aire libre.

Los individualistas han rendido un merecido servicio a los que quieren conquistar la libre discusión de las cuestiones sexua­les, extendiendo las nociones de libertad sexual y de amor libre, sin que por ello creyeran haber descubierto el amor libre: desde tiempos inmemoriales, el coito ha sido practicado extramoralmente y extralegalmente; hubo esposas que tuvie­ron amantes y maridos que tuvieron queridas.

Los individualistas no quieren codificar el amor en un sen­tido o en otro. Tratan la cuestión sexual como un capítulo de historia natural. Después de haber demostrado que el amor era tan analizable como cualquier otra facultad humana, reivindi­can para cada uno la absoluta facultad de adherirse a la ten­dencia amorosa que pueda responder mejor a su temperamen­to, favorecer su desarrollo y corresponder a sus aspiraciones.

Así, pues, los constituyentes de una pareja dada pueden permanecer unidos toda su vida a la costumbre monógama, como una puede practicar la unicidad y la otra la pluralidad. Puede suceder que, después de cierto tiempo, la unidad en amor aparezca preferible a la pluralidad, y viceversa. La existencia de experiencias amorosas simultáneas puede comprenderse tan­to mejor cuanto que de experiencia a experiencia los grados de sensación morales, afectivas o voluptuosas, varían a veces has­ta el punto en que puede deducirse que ninguna se parece a las que la precedieron o se siguen paralelamente. Son solamente cuestiones individuales, y nada más. Tal es el punto de vista individualista.

El amor libre comprende -y la libertad sexual implica- una serie de variedades adaptables a los diversos temperamentos amorosos o afectivos: constantes, volátiles, tiernos, apasiona­dos, voluptuosos, etc. Y reviste una multitud de formas, va­riando desde la monogamia simple a la pluralidad simultánea: parejas pasajeras o duraderas; hogares de más de dos, poligínicos-poliándricos; uniones únicas o plurales, ignorando la cohabitación; afecciones centrales basadas sobre afinidades de orden más bien sentimental o intelectual, en torno de las cuales gravitan amistades, relaciones de un carácter más sen­sual, más voluptuoso, más caprichoso; no miran los grados de parentesco y admiten muy bien que un lazo sexual pueda unir también parientes muy cercanos; lo que importa es que cada cual encuentre en ello su parte; y, como la voluptuosidad y la ternura son aspectos de la alegría del vivir, que todos vivan con plenitud su vida sexual o sentimental, haciendo dichoso a otro en torno suyo. El individualista no desea otra cosa.

Hay gente que no acierta a comprender cómo un hombre llegado a edad madura pueda enamorarse de una joven. O, recíprocamente, que una joven pueda enamorarse de un hom­bre llegado al otoño de su vida. Es un prejuicio. Hay años en los que el otoño es tan bello que hace reflorecer los árboles. Así es también con ciertos seres humanos, que poseen un tempera­mento amoroso hasta la penúltima aurora de su existencia, la cual no cede a su primera juventud ni la espontaneidad ni la frescura. Un ser llegado a su otoño puede poseer dones natura­les que engendren la seducción; por ejemplo, ser atrayente de­bido a un pasado aventurero y fuera de lo ordinario.

Los que han experimentado y sentido mucho en el dominio de la sensualidad sexual están, indudablemente, más califica­dos para iniciar a los jóvenes porque, generalmente, proceden con una delicadeza y una suavidad que ignora la fogosidad de la adolescencia.

Por otra parte, las necesidades sexuales son más imperiosas en ciertos períodos de la vida individual que en otros: existen estadios de la existencia personal durante los cuales la ternura y el arraigo son de un más alto valor que el de la pura satisfac­ción sensual. La observación de todos estos matices es la que constituye el amor libre aplicado, la práctica de la libertad sexual. Como todas las fases de la vida individualista, el amor libre, la libertad sexual, son una experiencia de la que cada uno extrae las conclusiones que mejor convienen a su propia emancipación.

No he llegado a las ideas que expongo sin haber reflexiona­do larga y profundamente. Ni la pareja ni la familia me pare­cen aptos, bien convencido estoy, para desarrollar la concep­ción anarquista de la vida. La familia es un Estado en pequeño hasta cuando los padres son anarquistas; con mucha más ra­zón cuando no lo es más que uno de ellos, y cuando los chicos se ven sometidos a un contrato muy parecido al social, un con-trato impuesto. No niego que la cuestión es ardua y delicada en exceso; pero admitidas las mejores condiciones, la convi­vencia constante en un mismo medio familiar crea en la criatu­ra una disposición de hábito, una adquisición de costumbres, la práctica de una cierta rutina ética cuyos residuos conserva por mucho tiempo y que salen al paso de su formación autóno­ma. Bien raro es el medio familiar en que al niño no se lo haga doblegarse a la mentalidad media, o hacer como que se doblega, que es aún peor.

Lo mismo ocurre con la pareja que ignora “los amores late­rales”, cuyos constituyentes terminan por compenetrarse en la manera de ver las cosas, de sentir, hasta en las manías de uno y otro. Aquí su individualidad desaparece, su personalidad se anonada, se quedan sin iniciativa propia.

Yo no niego -nadie ha habido que lo niegue- que la monogamia no convenga a ciertos -pongamos muchos- tem­peramentos. Mas basándome en el estudio profundo que de estas cuestiones tengo hecho, me reservo proclamar que la monogamia o la monoandria empobrecen la personalidad sen­timental, estrechan el horizonte analítico y el campo de adqui­sición de la unidad humana.

Oigo decir que la monogamia es superior a otra forma cual­quiera de unión sexual. Diferente, sí; superior, no. La historia nos muestra que los pueblos no monógamos en nada ceden, en cuanto a literatura o ciencia se refiere, a los monógamos. Los griegos eran disolutos, incestuosos, homosexuales, enaltecían la cortesana. Veamos la obra artística y filosófica que realiza­ron. Comparemos la producción arquitectónica y científica de los árabes polígamos con la ignorancia y la tosquedad de los cristianos monógamos de la misma época.

Además, no es cierto como se presume que la monogamia o la monoandria sean naturales. Son artificiales, por el con­trario. En donde quiera que sea, si el arquismo no interviene (el arquismo, es decir, la ley y la policía) ni impone su severi­dad, hay impulso a la promiscuidad sexual. Representémonos las bacanales, saturnales, florales de la Antigüedad -fiestas carnavalescas medioevales, kermesses flamencas, clubs eróti­cos del siglo de los enciclopedistas-, verbenas contemporá­neas. Reacciones que pueden o no gustarme, pero reacciones al fin.

Los sentimientos se hallan sujetos a enfermedades, al igual que todas las facultades o funciones, lesionadas o desgastadas. La indigestión es una enfermedad de la función nutritiva, lle­vada al exceso. El cansancio es el “surmenage” producido por el ejercicio. La tisis pulmonar es la enfermedad del pulmón le­sionado. El sacrificio es la ampliación de la abnegación. El odio es, a menudo, una enfermedad del amor. Los celos, otra.

El nacionalismo, el chauvinismo o la patriotería, la belico­sidad, la explotación y la dominación se encuentran en ger­men en los celos, en el acopio, en el exclusivismo amoroso, en la fidelidad conyugal. La moralidad sexual aprovecha siem­pre a los partidos retrógrados, al conservadorismo social. Moralismo y autoritarismo están enlazados uno a otro como la hiedra al roble.

En una novela utópica de M. Georges Delbruck, En el país de la armonía, uno de los personajes, una mujer, define los celos en términos lapidarios: “Para el hombre, afirma ella, el don de la mujer implica la posesión de dicha mujer, el derecho de dominarla, de apalear su libertad, la monopolización de su amor, la interdicción de amar a otro; el amor sirve de pretexto al hombre para legitimar su necesidad de dominio; esta falta de concepción del amor está de tal forma anclada entre los civilizados que no dudan en pagar con su libertad la posibili­dad de destruir la libertad de la mujer que pretenden amar”. Este cuadro es exacto, pero se aplica tanto a la mujer como al hombre. Los celos de la mujer son tan monopolizadores como los del hombre.

El amor tal y como lo entienden los celosos es, por consi­guiente, una categoría del arquismo. Es una monopolización de los órganos sexuales, palpables, de la piel y del sentimiento de un humano en provecho de otro, exclusivamente. El estatis­mo es la monopolización de la vida y de la actividad de los habitantes de toda una comarca en provecho de los que la ad­ministran. El patriotismo es la monopolización en provecho de la existencia del Estado, de las fuerzas vivas humanas, de todo un conjunto territorial. El capitalismo es la monopolización a beneficio de un pequeño número de privilegiados, en cuya posesión se encuentran las máquinas y los géneros necesarios a la vida, de todas las energías y facultades productoras del resto de los hombres.

La monopolización estatista, religiosa, patriótica, capitalis­ta, etc., está en germen en los celos, pues es evidente que éstos han precedido las dominaciones política, religiosa, capitalista.

A los celosos convencidos que afirman que los celos son una función del amor, los individualistas recordarán que, en su sentido más elevado, el amor puede también consistir en que­rer, por encima de todo, la dicha de quien se ama, en querer hallar alegría en la realización al máximo de la personalidad del objeto amado. Este razonamiento, este pensamiento, en quienes lo alimentan, termina casi siempre por curar los “celos sentimentales”.

En amor, como en todo lo demás, sólo es la abundancia lo que aniquila los celos y la envidia. De la misma forma que la satisfacción intelectual se deriva de la abundancia cultural pues­ta a la disposición del individuo; del mismo modo que aplacar el hambre se deduce de la abundancia de alimento puesto a la disposición del individuo..., la eliminación de los celos depen­de de la “abundancia” sensual y sentimental que pueda reinar en el medio en donde el individuo se desenvuelve.

¿Y de qué forma se aderezará esta abundancia para que nadie sea dejado a un lado, puesto aparte, “sufra”, por así decirlo? He aquí la cuestión que ha de resolverse. En su Teoría Universal de la Asociación, Fourier lo tenía resuelto constitu­yendo el matrimonio de tal forma “que cada uno de los hom­bres pueda tener todas las mujeres y cada una de las mujeres todos los hombres”.

Ése es el remedio para los celos, el exclusivismo sentimental o la apropiación sexual, remedio que yo resumiré en esta fór­mula tomada a Platón: “Todos a todas, todas a todos”. ¿Podrá este remedio conciliarse con los principios del individualismo anarquista, convenir a individualistas?

Mi respuesta es que conviene ciertamente a los individualistas prestos, para tomar una expresión de Stirner, perder algo de su libertad para que se afirme su individualidad. ¿Qué persiguen asociándose, en el dominio sentimental sexual, un número dado de individualistas? ¿Será aumentar, mantener o reducir más y más el sufrimiento? Si lo que persiguen es este último fin, si es en la desaparición del sufrimiento donde se afirma su individuali­dad de asociados, en la esfera que nos ocupa, el amor perderá gradualmente su carácter pasional para llegar a ser una simple manifestación de compañerismo; el monopolio, la arbitrariedad, el reparo a darse desaparecerán cada día más, haciéndose cada vez más raros. Ésa es la camaradería amorosa.

¿Qué se entiende por camaradería amorosa? Una concep­ción de asociación voluntaria englobando las manifestaciones amorosas, los gestos pasionales o voluptuosos. Es una comprensión más completa del compañerismo que la sola camara­dería intelectual o económica. Nosotros no decimos que la camaradería amorosa es una forma más elevada, más noble, más pura; decimos simplemente que es una forma más com­pleta de compañerismo. Toda camaradería que comprende tres, dígase lo que se quiera, es más completa que la que sólo com­prende dos.

Practicar la camaradería amorosa quiere decir para mí ser un camarada más íntimo, más completo, más próximo. Y por el mero hecho de estar ligado por la práctica de la camaradería amorosa con el que es tu compañero, tu compañera, tú serás para mí -su compañera o su compañero- una o un camarada más cercano, más alter ego, más querido. Entiendo, además, que esto significa servirme de la atracción sexual como de una palanca de compañerismo más amplia, más acentuada. Tam­poco he dicho nunca que esta ética estuviese al alcance de to­das las mentalidades.

Se nos dice que es necesario indicar a qué puerto ha de ir a parar el individuo que se lanza al océano de la diversidad de las formas de vida sentimental o sexual; el medio anarquista individualista al que yo pertenezco sustenta otro punto de vis­ta. Pensamos nosotros que es a posteriori y no a priori, según la experiencia, la comparación, el examen personal, que el individualista debe decidirse por una forma de vida sexual antes que por otra. Nuestra iniciativa y criterio existen para que nos sirvamos de ellos sin dejarnos disminuir por la diversidad o pluralidad de las experiencias. La tentativa, el ensayo, la aventura no nos da miedo. Embarcarse lleva consigo riesgos que conviene calcular; hay que mirar bien de frente antes de tomar el barco. Una vez sobre el mar, ya veremos bien por dónde empuja el viento; lo esencial es que fijemos los ojos en la brújula a fin de quedar con la completa lucidez, aptos siem­pre a “faire le point”. Calcular dónde estamos. Consideramos la vida como una experiencia, y la experiencia por la expe­riencia queremos.

GLOSARIO NO MONOGÁMICO BÁSICO x Osvaldo Baigorria


Definiciones adaptadas de varios textos, entre los cuales se destaca la Enciclopedia Anarquista, Vol. 1, compilada por Sebastián Faure y editada por Tierra y Libertad, México, de donde fueron extractados los fragmentos de J. Marestan y E. Armand.

AMOR

“Apego sentimental a una persona o gusto pronunciado por una cosa. Tal es la definición de uso corriente que, sin preten­derla perfecta, parece ser la más apropiada para expresar di­versos sentimientos que, con frecuencia, tanto por su origen como por su naturaleza, no tienen casi ninguna relación entre sí. Nuestra definición no será completa si no distinguimos en­tre el amor que tiene por objeto las cosas y el amor que tiene por base a seres animados, principalmente a los seres huma­nos. Y, en este último caso, distinguir entre el amor que se sien­te por uno mismo y el que sentimos por el prójimo; entre el amor idealista, familiar o apasionado, y el amor sexual, por­que las características no son idénticas.

“El amor a sí mismo está representado por el instinto de conservación personal, con el deseo de adquirir la felicidad y de asegurar el bienestar. Lo que nombramos ‘amor propio’ es el amor a sí mismo concebido desde el punto de vista moral; es decir, el respeto a uno mismo. A medida que éste tiende a con­servar lo que hay de mejor en nosotros, aumenta la inquietud de nuestra dignidad con respecto a la apreciación que puedan tener acerca de nuestra conducta aquellos a quienes le hemos concedido estima y afecto. El amor propio y el amor a sí mis­mo no son defectos, sino grandes y fuertes cualidades que vuelven activo y de trato agradable al individuo, tanto en lo que atañe a su interés particular como, indirectamente, en lo que afecta a virtudes de utilidad social.

“Ni el amor propio, ni el amor a sí mismo deben confundir­se con el egoísmo que, desde el punto de vista de la utilidad social, no es una virtud, sino un vicio, si para la palabra egoís­mo queremos conservar la significación consagrada por el uso y no exenta de razón. En efecto, la palabra egoísmo no signifi­ca -con arreglo a su etimología- amor a sí mismo, sino sobre todo rebuscamiento de satisfacciones personales sin considera­ción a las consecuencias que esa satisfacción pueda tener para el prójimo. Definido así, el egoísmo aparece como un notable factor de tiranía y como uno de los más grandes obstáculos para la armonía social.

“El amor (y, podríamos decir, el gusto particular o la incli­nación) que tenemos por ciertas cosas, en oposición a la indife­rencia, parece provenir exclusivamente de la aversión que experimentamos hacia otras cosas, las costumbres y aptitudes trasmitidas por herencia y por sugestión de nuestra educación primera, modificadas por la propia experiencia y la influencia del medio. Este amor hacia las cosas, que parecen una prolon­gación de nuestro propio yo, o -fisiológica o intelectualmente- como un alimento en relación con nuestras necesidades, es caracterizado por el deseo de posesión, que no llega a ser un mal mientras no tome proporciones extremas, como el deseo irre­frenable de apropiación o de acaparamiento.

“Si examinamos y estudiamos el amor que experimenta­mos por los seres vivientes semejantes o cercanos a nosotros, a los cuales nos ligan simpatías, encontramos algo más que el deseo del goce por la posesión, sobre todo cuando no están en juego ni la pasión erótica ni el ardor sexual. ¿Es que no vemos con frecuencia a gentes bien modestas privarse de satisfacer necesidades perentorias para socorrer, sin ninguna certeza de reciprocidad, a gentes que viven en poblaciones lejanas a las cuales seguramente ni siquiera visitarán nunca? Es porque las costumbres milenarias de la ayuda mutua, más fuerte que las rivalidades de todo género, han establecido una solidaridad que a veces se manifiesta por actos espontáneos libres de cálcu­los, incluso entre seres que pertenecen a razas o especies dife­rentes. Y es porque las personas que amamos son como una especie de prolongamiento de nosotros mismos, y un poco in­cluso nosotros mismos. De ahí que participemos indirectamen­te, a veces de manera muy viva, en sus sufrimientos y alegrías. Y esto nos induce a considerar el amor en su forma más idea­lista: la que aspira a la felicidad propia por la conciencia de la felicidad ajena, aunque ésta se pague con el sacrificio de nues­tro propio placer o de nuestra seguridad. El instinto maternal, la amistad, el misticismo social ofrecen frecuentes ejemplos de lo que acabamos de decir.

“No podemos decir lo mismo del amor cuando es engendra­do por la atracción sexual. Esta forma del amor predispone, en efecto, a un verdadero frenesí de apropiación, a una marcadísima sed de éxtasis egoísta, a pesar de las apariencias. Cuando la vio­lencia exquisita y brutal de esos apetitos se modera, principal­mente en el hombre, es sólo porque intervienen sentimientos más durables y más dulces: el cariño compartido, la estima mutua, la comunidad de costumbres y aspiraciones. Así, según los tempe­ramentos, las circunstancias y el grado de educación, el amor sexual es susceptible de tomar las más variadas formas.

“En cualquiera de sus manifestaciones, ennoblecido por la inteligencia y el saber, o simple y llanamente en su expresión sexual, el amor debe ser libre. Se basta a sí mismo desde el instante en que sin dañar a nadie embellece nuestra existencia y contribuye a nuestra felicidad. El amor no tiene necesidad de la excusa de la procreación, que es solamente su consecuencia normal, ni de una sanción legal o religiosa, que no son más que reglamentos interesados o simples formalidades convenciona­les. El amor contiene su propia poesía y su plena justificación. El humo del incienso y la lectura monótona del código civil son incapaces de hacer nacer el amor en donde no existe, de conferirle moralidad donde no es más que asqueroso regateo. El despotismo del legislador es impotente para restablecer la unión de almas y el apetito de los sentidos en el seno del hogar donde no exista más que animosidad y odio.

“Admitir el principio de la libertad del amor es reivindicar intensamente para los demás, como para nosotros mismos, el derecho de amar a quien nos plazca, de la manera que nos plazca, sin otra obligación que la de tomar bajo nuestra res­ponsabilidad el daño que nuestra conducta haya aportado a la existencia del prójimo”.

(Jean Marestan)

BIGAMIA

Figura jurídica que describe el estado civil de una persona casada por segunda vez mientras vive el primer cónyuge. Pue­de llegar a usarse en lenguaje coloquial para designar la condi­ción de quien ha constituido dos parejas o familias, con o sin casamiento formal. En muchos casos, cuando se habla de poli­gamia o se rotula a alguien como “polígamo” en realidad se está observando que tiene una relación sexual/afectiva con dos personas.

LIBERTAD

“La libertad en el amor implica que quienes la practiquen posean una educación sexual amplia y práctica. Por libertad de amar, por amor libre, por amor en libertad y por libertad sexual, entiendo la entera posibilidad que tiene un ser de amar a otro o a varios simultáneamente (sincrónicamente), según lo empuje o lo incite su determinismo particular, sin atención nin­guna a las leyes dictadas por los gobiernos en materia de inclinaciones, a las costumbres recibidas o aceptadas como código moral por las sociedades humanas actuales. Para mí, la liber­tad del amor se concibe por encima del bien y del mal conven­cionales”.

(Emile Armand)

MATRIMONIO COLECTIVO

Un matrimonio que involucra a más de dos. Aunque no está reconocido por la mayoría de los sistemas legales y religio­sos de Occidente, aquellos que propugnan este modelo suelen realizar acuerdos que hacen funcionar la relación colectiva en forma semejante a los contratos legales del matrimonio bipersonal. El grupo vive en común, comparte una economía familiar, el cuidado de los niños y las responsabilidades domés­ticas. La forma más habitual es la tríada entre dos mujeres y un hombre o entre dos hombres y una mujer, aunque pueden exis­tir grupos más numerosos. Se diferencia de la poligamia tradicional por cierto énfasis en la paridad de varones y mujeres, por la ausencia de un referente central despótico (por ejemplo, el patriarca) y por el derecho de cada uno a retirarse de la unión libremente cuando así lo desee.

MONOGAMIA

En el mejor de los casos, una relación bipersonal basada en un acuerdo explícito de sus miembros de no involucrarse sexual/ afectivamente con otros. En el peor, una institución cerrada formalmente a relaciones externas pero en la cual uno de sus miembros (históricamente el varón) quiebra ocasionalmente las reglas que impone en forma rígida (e hipócrita) al otro miem­bro. Puede desarrollarse mediante una aceptación tácita de cier­ta “doble moral” (se condena verbalmente la infidelidad al tiem­po que se realizan prácticas adúlteras reiteradas) o finalizar cuando la ruptura de las reglas llega a un grado inaceptable (se descubre la “traición”); en este último caso, uno o los dos miem­bros de la relación podrán formar luego nuevas uniones monogámicas con otros. La mayoría de los sujetos en la socie­dad contemporánea vive en un estado de monogamia secuencial, que implica varias uniones y rupturas de corazón a lo largo de una sola vida.

ORGÍA

Fusión ilimitada de cuerpos que se pierden unos en otros, en un espacio y tiempo excepcionales, donde se trasgreden las prohibiciones y normas habituales del orden social y familiar. Puede incluir la alteración de las reglas del coito habi­tual entre órganos genitales para abrirse al contacto e inter­cambio polimorfo de fluidos entre cuerpos. Ésta sería la acep­ción más estricta, pero también se la ha asociado con ceremo­nias o ritos arcaicos para asegurar la fecundidad de los cam­pos en sociedades agrarias. Esta última interpretación fue cues­tionada por Georges Bataille, para quien la orgía organiza un desorden de tipo sagrado, que no toma en cuenta las conse­cuencias sobre el mundo del trabajo. El término en sí tuvo diversas atribuciones de sentido según las épocas, llegando incluso a representar un tipo de fiesta con altos grados de ebriedad y descontrol, sin carácter sexual explícito. En las últimas décadas del siglo XX, términos como “cama redon­da”, party o simplemente “fiesta” fueron utilizados como sinónimos por distintos grupos, al mismo tiempo que el carác­ter orgiástico pudo resultar empobrecido o extremadamente limitado por pautas para regular el deseo en los encuentros colectivos (por ejemplo, prohibir o evitar caricias y otros con­tactos entre machos, como ocurre en la escena clásica de la pornografía heterosexual).

PAREJA ABIERTA

Noción de cierta circulación mediática durante las décadas de 1960/70. Puede considerarse que una pareja es “abierta” si existe acuerdo entre sus miembros de que es aceptable involucrarse sexual y/o afectivamente con alguien aparte de esa relación. Suelen negociarse normas específicas según las necesidades de cada pareja, o al menos de uno de sus miem­bros. Por ejemplo, alguien puede requerir notificación previa de cualquier relación exterior que establezca su compañero/a. O puede pedir “no me digas nada”; es decir, aceptar las rela­ciones exteriores pero rehusar todo intercambio de informa­ción en torno de ellas (“ojos que no ven, corazón que no sien­te”). O puede negociarse que alguien se involucre sexual y/o afectivamente con otro/a fuera de la pareja sólo cuando estén todos presentes (“lo hacemos todos juntos o nada”), como los swingers. Algunos tendrán reglas estableciendo poder de veto sobre nuevos amantes (jerarquizando al o a los amantes más antiguos); otros acordarán cuánto tiempo puede pasar cada uno con sus amantes (noches enteras o parciales, fines de se­mana, etc.). Estas y otras restricciones sobre la relación, aun­que necesarias para el mantenimiento del orden afectivo, redu­cen el alcance del carácter libertario que puede sugerir el epíte­to “abierto”.

POLIANDRIA

La posibilidad de tener varios maridos. Proviene de la botánica, como condición de la flor que tiene muchos es­tambres.

POLIFIDELIDAD


Pauta normativa para una relación cerrada que involucra a más de dos personas. Por ejemplo, un grupo de cuatro limita la relación sexual/afectiva para que ocurra sólo entre ellos (son “fieles” al grupo). Como concepto, se hizo célebre durante 1970/ 1980 gracias a la comuna Kerista, de San Francisco, que con­sistió en varias viviendas grupales que seguían este modelo. Se la asocia con el neologismo inglés poliamory, que refiere a la posibilidad de tener muchos amores y que puede ser definido como la filosofía y la práctica de amar a más de una persona a la vez.

POLIGINIA

La posibilidad de tener varias esposas, según la acepción botánica que define así a la flor con muchos pistilos (hembras).

POLIGAMIA

La posibilidad o el derecho de casarse, unirse, convivir o asociarse sexual/afectivamente con un número indefinido de personas. Históricamente ha sido asociada con el derecho mas­culino excluyente de poseer varias mujeres (ver poliginia) y con la dominación patriarcal. Sin embargo, se ha extendido su acep­ción al régimen de relaciones en el que una mujer está vincula­da con dos o más varones (poliandria) o con dos o más muje­res, así como a la situación en la que el varón está vinculado con dos o más varones: la práctica no se encuentra hoy del todo limitada por definiciones de género.

PROMISCUO/A

Se dice del sujeto que mantiene relaciones sexuales con va­rios. Con frecuencia de carácter denigratorio, el epíteto está asociado con una mezcla confusa e indiferente. La promiscui­dad en el sentido de múltiple convivencia con personas de dis­tinto sexo se origina probablemente en la trasgresión a la anti­gua regla católica de mezclar carne y pescado en una misma comida durante los días de cuaresma y otros períodos: promiscuar sería mezclarse y participar en cosas heterogéneas u opuestas.

PRIMARIA O PRINCIPAL, RELACIÓN

Una relación primaria o principal es aquella considerada la más importante para uno/a y por lo general supone cierto gra­do alto de compromiso. Se la ha llamado también relación cen­tral (Cooper) en oposición a las relaciones periféricas, laterales o secundarias cuyo grado de compromiso es menor que el que existe con la relación principal. Nótese que alguien puede man­tener relaciones centrales con más de una persona a la vez, así como cada una de éstas podría tener varias relaciones periféricas al mismo tiempo. Todos podemos ser centro y periferia.

SWINGERS


Minoría que disfruta de relaciones sexuales ocasionales en­tre amigos, conocidos y desconocidos. El rótulo tiene su origen en la clase media norteamericana de los años 1940, acaso ex­traído de un juego de intercambio de cónyuges entre marines en bases del Pacífico Sur. Su origen social y cultural condicionó el desarrollo de esta práctica de carácter orgiástico limitado. Suele ser iniciada por parejas heterosexuales que promueven encuentros eróticos colectivos en bares, discotecas y casas par­ticulares, o bien se conocen mediante avisos personales o en eventos programados por redes sociales. Algunas sólo tienen relaciones con otras parejas, otras forman tríos, aun otras invi­tan a un cuarto hombre para la mujer, o a una cuarta mujer para el varón, etc. Por lo general, desalientan el contacto sexual entre varones y toleran o estimulan una bisexualidad controla­da entre mujeres. También hay parejas gays que disfrutan asis­tiendo a bares, discotecas, baños o cines para tener relaciones con desconocidos, pero la etiqueta de swinger quedó sobre todo asociada con una práctica de base heterosexual. Dado que el encuentro erótico tiene un carácter recreativo e intermitente, el discurso anarquista del amor libre, con todas sus connotacio­nes de compromiso, afectividad y contención en el tiempo, puede encontrarse como retórica con escasa o limitada influen­cia dentro de estos grupos.