Tenemos que hablar del amor, de los triunfos del amor. El amor libre es
una exigencia libertaria que se opone pronto a los matrimonios
arreglados o al corsé estatista de un contrato que encierra a la mujer
como si fuera una propiedad del hombre. Sacudiéndose la tiranía de un
patriarcado establecido sobre el dominio de las mujeres, la cuestión del
amor libre sigue siendo el proyecto de la libertad de amar. Porque el
amor libre es ante todo una crítica de la exclusión.
Evidentemente, algunos pueden creer que el amor libre está perfectamente
introducido en las costumbres de una liberación sexual anunciada.
Porque así es en las ideas libertarias, y su fuerza original se infiltra
por aquí y por allá poco a poco, muchas veces sin premeditación. De la
camaradería amorosa y revolucionaria elaborada por Émile Armand
a la vida aislada de los solteros, el camino de la igualdad de los
sexos no parece sin embargo tan fácil. Aquí reside el combate cotidiano
contra las exclusiones.
La primera conquista del amor libre ha sido aclarar la diferencia entre
reproducción y sexualidad. Porque explotando esta diferencia se ha
fabricado la desigualdad, una desigualdad obscena que ha permitido
encerrar a las mujeres en la estrecha obligación de la reproducción. La
sexualidad no se resuelve con la reproducción y existen todas las
conductas en la naturaleza. Si la viviparidad humana tiene sus
obligaciones, ya no es posible alegar esas dificultades para establecer,
con pleno derecho, la desigualdad. El deseo del niño no está negado por
la sexualidad libre. Y no es menos cierto que si la reproducción supone
un compromiso amoroso, éste puede estar fundado en un consentimiento
libre. Cuando se instituye realmente como una alienación del individuo,
el contrato que hace rígido el matrimonio pretende a veces presentarse
como un medio de protección del débil, presuponiendo la incapacidad de
responsabilidad en los protagonistas. Al negar la humanidad misma de los
individuos, el contrato matrimonial se convierte rápidamente en una
póliza de costumbres, prohibiendo la homosexualidad y otras formas
amorosas, inscribiendo la exclusividad de la relación amorosa en
beneficio del control de la crianza de la progenitura.
Biológicamente, el ser humano se coloca entre el bonobo y el gorila. Si
del bonobo tiene una cierta reivindicación de la pluralidad de las
conductas sexuales, con el gorila comparte la exogamia de las féminas.
En el gorila, en efecto, las hembras son apartadas del grupo de
pertenencia. El pachá reina solo en un harén de hembras procedentes de
intercambios con otros grupos. Encontramos algo así como la concepción
de la comunidad de mujeres desarrollada por Carpócrates y el comunismo
primitivo de los agnósticos libertinos. Entre los humanos, las mujeres
salen del grupo y [en muchos países] el cambio de nombre de soltera a
nombre de mujer casada establece esa ruptura. Pero el humano no siempre
exhibe poligamia. Los múltiples grupos humanos, desde los papúes a los
indios, llevan a cabo a menudo una estructura comunitaria. La pareja
exclusivamente monógama es progresivamente construida a lo largo de la
Edad Media, y se impone singularmente durante la transformación
industrial del siglo XIX. Le sucede la pareja, cuya soledad molesta a la
sociedad. No obstante, al emanciparse de la obligación de reproducirse,
la sexualidad lleva a los individuos a descubrirse los unos a los
otros, a sentirse y a comprenderse. Así es como los bonobos utilizan la
sexualidad para evitar que surjan conflictos.
El segundo éxito del amor libre es haber eliminado la coraza de las
fábulas religiosas. El rechazo de la bendición no sólo se ha opuesto a
la injerencia religiosa en los asuntos de las personas, sino que ve el
juramento religioso como la negación misma del amor. Al romper las
cadenas que imponen las iglesias, el amor ha recuperado algo de su
candor.
Las religiones monoteístas, al imponer la exclusividad del dios que
veneran, reinvindican la exclusión. Su dios no sólo ha ensangrentado una
parte del mundo, sino que ha podrido el matrimonio al prohibir la
anticoncepción y la libertad. Han sido necesarias las leyes republicanas
sobre el divorcio para abrir una brecha en esa eternidad. Al
emanciparse de dios, el divorcio ha perturbado enormemente a sus lacayos
sectarios. Ha introducido la fractura fundamental que rompe la
extensión temporal del juramento. Al introducir la libertad en el seno
de la relación humana, el amor libre ha encontrado rápidamente su
injerencia atea, estableciendo un abismo definitivo en el aparato cínico
de las ceremonias devotas.
El tercer éxito del amor libre consiste en esa ausencia de reducción del
otro. El niño ya no es un bastardo. En lugar de perpetrar la ilegítima
consecuencia de un concubinato, es un hijo del amor. Es incluso
pertinente en la comunidad familiar reconstituida, y todos los niños son
reconocidos como iguales. El enamorado no es cornudo, la persona no es
infiel. El amor se ha hecho plural, y a la familia propietaria le sucede
una comunidad de individuos libres. Esta es la actitud que me lleva a
reconocer en el otro al individuo último que construye mi amor. No entra
ya en esas categorías humillantes y obscenas contenidas en la
institución de la exclusión. Como rechazo a estas disminuciones, el amor
libre contiene verdaderamente una idea revolucionaria al privilegiar la
autonomía individual.
La cuarta victoria de la exigencia libertaria del amor libre tiene lugar
a partir de 1968, con el deseo de autenticidad, el rechazo de la
exclusividad en las relaciones y una voluntad de transformación de las
culturas cotidianas. Esta reivindicación de la autenticidad de los
amores ha sido caricaturizada a menudo como una mera sucesión de
relaciones múltiples y superficiales. La sexualidad exclusiva (monogamia
exclusiva, homosexualidad exclusiva, poligamia) no existe en la
naturaleza, la única norma es la diversidad en el comportamiento sexual.
Sin embargo, la liberación de las actividades sexuales puede agotarse
en su propia contradicción, llevando de la autonomía aparente de las
personas a la soledad desigual del aislamiento en el mundo mercantil. El
amor libre no se reduce al sexo liberado ni a la promiscuidad
lujuriosa. Por el contrario, la experiencia libre del otro supone una
búsqueda de autenticidad. Cada uno y cada una revelan una persona única,
un amor diferente que no puede reclamar ese capricho infantil de la
exclusividad. La libertad que constituye nuestra individualidad es
primero una exigencia de confianza, de relaciones sin la cárcel de la
exclusión.
Porque el sentimiento amoroso es una contrucción paradójica, en la que
cada uno tiene su experiencia singular y, no obstante, es compartida por
todos. Nos designa como alguien único sobre la tierra al estar
enamorados de otra persona única, y sin embargo todos hemos tenido esa
experiencia. Muchas veces no hay otras razones que las de uno mismo.
¿Cómo establecer en nombre de esto la increíble perversidad de la
exclusión de los otros? El matrimonio instituye esta regla doble de la
exclusividad impuesta y de la sospecha inevitable porque el compromisos
se considera infinito. Los celos, ese "prejuicio de la propiedad", como
decía Armand, envenenan la relación amorosa y sin embargo son valorados
en la sociedad mercantil. En esa penitenciaría de costumbres, las dos
partes se deben desconfianza. Nosotros, por el contrario, afirmamos que
el rechazo de la exclusividad amorosa es una fundamento necesario para
el amor libre.
La quinta cualidad del amor libre está contenida en el trastocamiento de
la economía doméstica que ha provocado esta exigencia libertaria. El
matrimonio instituye la dependencia económica y sexual de las mujeres.
La guerra de los sexos ha instaurado el matrimonio en una sujeción
femenina a diferentes tareas no retribuidas. La familia presupone
compartir de modo desigual las tareas, y la ausencia de remuneración por
las actividades particulares. Llevar la casa, rápidamente encargado a
las mujeres, constituye una parte de la organización económica
curiosamente llevada a cabo con una servidumbre absoluta y sin sueldo.
Al subrayar esta disparidad, la reivindicación de igualdad del amor
libre ha puesto totalmente en desuso esta servidumbre doméstica y ha
establecido las bases de una revolución de la vida cotidiana. Y "los que
prefieren la revolución y la lucha de clases sin aludir explícitamente a
la vida cotidiana… tienen un cadáver en la boca", como aseguraba Vaneigem.
El sexto mérito del amor libre es reconocer la fuerza legítima del
deseo. Clasificados por los devotos en el apartado de las obsesiones, el
deseo y el fantasma son desplazados hipócritamente a lo negativo del
amor. Para la fuerza pública, la seducción de las mujeres se reduce a su
duplicidad, y el deseo de los hombres se limita a la concupiscencia. Se
ha instituido incluso el concepto policial de provocación pasiva. Para
los funcionarios del Estado, el deseo es algo así como la vergüenza del
amor. El fundamento biológico de las atracciones seductoras es
perfectamente identificado y al mismo tiempo desaconsejado por el
matrimonio. La atracción amorosa es demasiado animal, "un encuentro de
salivas" decía Cioran. Lo que da lugar a la atracción de los otros
reside también en lo extravagante.
Numerosos animales hacen gestos insólitos para seducir a su compañero.
La tendencia a la exageración es un componente fundamental de la
biología que permite explicar la exuberancia de los rasgos sexuales
entre los animales, como el color en los pájaros, la cola del pavo real o
las pinzas del cangrejo de mar. La biología evolutiva muestra que los
rasgos artificialmente aumentados pueden incluso superar las
estimulaciones simples. El hombre no es indiferente a la exageración de
esos rasgos, como muy bien saben los publicistas, que "mejoran" los
retratos femeninos para aumentar las ventas de un producto. Si el
maquillaje y el tratamiento de imágenes son las últimas mentiras del
mundo mercantil, también es cierto que nuestra mente es cada vez más
natural. Es probable que la atracción nazca biológicamente de ese
estímulo supranormal, un estímulo excesivo que desencadena una atracción
más intensa, con la ayuda de ciertas feromonas. En el curso de la
evolución biológica, los procesos de selección sexual han aumentado la
presencia de esas características extrañas que estimulan el deseo
sexual. El deseo nace de lo sensorial y su fundamento es biológico.
Incluso las representaciones y dibujos femeninos, incluso las muñecas
que usan los niños, todo lo que afecta a la parte baja del cuerpo humano
constituye el problema, aunque se disimule con la longitud de las
piernas, los ojos grandes, la finura del talle, exagerando todos los
rasgos del deseo. Así, la belleza física no sería más que la impresión
de un deseo formado por la composición de caracteres exagerados.
Entonces es posible interrogarse sobre los determinismos del deseo, la
imagen con la que nos quedamos los enamorados prisioneros al reconocer a
la vez el dinamismo vivaz que constituye el deseo, y la inercia de sus
constituyentes, que pueden también engañarnos. El deseo es un componente
fundamental que el amor libre ha rehabilitado.
La séptima fuerza del amor libre reside curiosamente en lo incierto. La
única cosa que conoce el enamorado es su propio sentimiento íntimo. Sólo
existe una certeza en el amor, mi propia razón. La respuesta del otro
se establece en lo desconocido. El deseo que funda el descubrimiento del
otro es tan confuso que el sentimiento no desaparece nunca totalmente.
El amor se prescribe como una fuerza oculta. Pero lo incierto establece
igualmente la verdad del amor, la soledad de su vigor. Porque el amor no
está fundado en un derecho. El malentendido no reside sólo en el miedo
al engaño, al disimulo. El enamorado no tiene más derecho que el de
amar. El drama casi roza la comedia. Entonces, las pruebas del amor
serían exigidas como fragmentos de esos juramentos perdidos. Yo no tengo
derecho a nada del amor del otro aunque tengo derecho al amor. Aquí la
humanidad se construye sin obligaciones ni restricciones. Hay en la
incertidumbre una fuerza viva que reconoce intuitivamente la libertad
del otro. Es también un pequeño sufrimiento, que descubre a ese
individuo irreductible su libertad y su humanidad.
Decididamente, el amor libre instaura a la vez una reconciliación
amorosa de las libertades y una exigencia de emancipación social. He
aquí todo el sentido crítico de Lucienne Gervais: "Se representa a
menudo al amor haciendo burla a los viejos: pues bien, yo veo al amor,
libre al fin, haciendo burla a las morales caducas, a los viejos usos y a
las viejas costumbres. Veo al amor haciendo burla al viejo mundo".
Referencias:
ARMAND E. 1906 « Les « Colonies » communistes », L’Ere Nouvelle
CIORAN E. 1987 « Précis de décomposition ». Eds Gallimard
GERVAIS L. 1907 « L'amour libre », l'anarchie, n° 111
LODE T. 2006 « La guerre des sexes chez les animaux » Eds O Jacob
VANEIGEM R 1967 « Traité de savoir vivre à l’usage des jeunes générations » Eds Gallimard.
ZAÏKOVSKA S. 1913 « Le féminisme », La Vie anarchiste n°12, 1er mai 1913
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