martes, 15 de enero de 2013

Glosario no monogámico básico x Osvaldo Baigorria

Definiciones adaptadas de varios textos, entre los cuales se destaca la Enciclopedia Anarquista, Vol. 1, compilada por Sebastián Faure y editada por Tierra y Libertad, México, de donde fueron extractados los fragmentos de J. Marestan y E. Armand.

AMOR

“Apego sentimental a una persona o gusto pronunciado por una cosa. Tal es la definición de uso corriente que, sin preten­derla perfecta, parece ser la más apropiada para expresar di­versos sentimientos que, con frecuencia, tanto por su origen como por su naturaleza, no tienen casi ninguna relación entre sí. Nuestra definición no será completa si no distinguimos en­tre el amor que tiene por objeto las cosas y el amor que tiene por base a seres animados, principalmente a los seres huma­nos. Y, en este último caso, distinguir entre el amor que se sien­te por uno mismo y el que sentimos por el prójimo; entre el amor idealista, familiar o apasionado, y el amor sexual, por­que las características no son idénticas.

“El amor a sí mismo está representado por el instinto de conservación personal, con el deseo de adquirir la felicidad y de asegurar el bienestar. Lo que nombramos ‘amor propio’ es el amor a sí mismo concebido desde el punto de vista moral; es decir, el respeto a uno mismo. A medida que éste tiende a con­servar lo que hay de mejor en nosotros, aumenta la inquietud de nuestra dignidad con respecto a la apreciación que puedan tener acerca de nuestra conducta aquellos a quienes le hemos concedido estima y afecto. El amor propio y el amor a sí mis­mo no son defectos, sino grandes y fuertes cualidades que vuelven activo y de trato agradable al individuo, tanto en lo que atañe a su interés particular como, indirectamente, en lo que afecta a virtudes de utilidad social.

“Ni el amor propio, ni el amor a sí mismo deben confundir­se con el egoísmo que, desde el punto de vista de la utilidad social, no es una virtud, sino un vicio, si para la palabra egoís­mo queremos conservar la significación consagrada por el uso y no exenta de razón. En efecto, la palabra egoísmo no signifi­ca -con arreglo a su etimología- amor a sí mismo, sino sobre todo rebuscamiento de satisfacciones personales sin considera­ción a las consecuencias que esa satisfacción pueda tener para el prójimo. Definido así, el egoísmo aparece como un notable factor de tiranía y como uno de los más grandes obstáculos para la armonía social.

“El amor (y, podríamos decir, el gusto particular o la incli­nación) que tenemos por ciertas cosas, en oposición a la indife­rencia, parece provenir exclusivamente de la aversión que experimentamos hacia otras cosas, las costumbres y aptitudes trasmitidas por herencia y por sugestión de nuestra educación primera, modificadas por la propia experiencia y la influencia del medio. Este amor hacia las cosas, que parecen una prolon­gación de nuestro propio yo, o -fisiológica o intelectualmente- como un alimento en relación con nuestras necesidades, es caracterizado por el deseo de posesión, que no llega a ser un mal mientras no tome proporciones extremas, como el deseo irre­frenable de apropiación o de acaparamiento.

“Si examinamos y estudiamos el amor que experimenta­mos por los seres vivientes semejantes o cercanos a nosotros, a los cuales nos ligan simpatías, encontramos algo más que el deseo del goce por la posesión, sobre todo cuando no están en juego ni la pasión erótica ni el ardor sexual. ¿Es que no vemos con frecuencia a gentes bien modestas privarse de satisfacer necesidades perentorias para socorrer, sin ninguna certeza de reciprocidad, a gentes que viven en poblaciones lejanas a las cuales seguramente ni siquiera visitarán nunca? Es porque las costumbres milenarias de la ayuda mutua, más fuerte que las rivalidades de todo género, han establecido una solidaridad que a veces se manifiesta por actos espontáneos libres de cálcu­los, incluso entre seres que pertenecen a razas o especies dife­rentes. Y es porque las personas que amamos son como una especie de prolongamiento de nosotros mismos, y un poco in­cluso nosotros mismos. De ahí que participemos indirectamen­te, a veces de manera muy viva, en sus sufrimientos y alegrías. Y esto nos induce a considerar el amor en su forma más idea­lista: la que aspira a la felicidad propia por la conciencia de la felicidad ajena, aunque ésta se pague con el sacrificio de nues­tro propio placer o de nuestra seguridad. El instinto maternal, la amistad, el misticismo social ofrecen frecuentes ejemplos de lo que acabamos de decir.

“No podemos decir lo mismo del amor cuando es engendra­do por la atracción sexual. Esta forma del amor predispone, en efecto, a un verdadero frenesí de apropiación, a una marcadísima sed de éxtasis egoísta, a pesar de las apariencias. Cuando la vio­lencia exquisita y brutal de esos apetitos se modera, principal­mente en el hombre, es sólo porque intervienen sentimientos más durables y más dulces: el cariño compartido, la estima mutua, la comunidad de costumbres y aspiraciones. Así, según los tempe­ramentos, las circunstancias y el grado de educación, el amor sexual es susceptible de tomar las más variadas formas.

“En cualquiera de sus manifestaciones, ennoblecido por la inteligencia y el saber, o simple y llanamente en su expresión sexual, el amor debe ser libre. Se basta a sí mismo desde el instante en que sin dañar a nadie embellece nuestra existencia y contribuye a nuestra felicidad. El amor no tiene necesidad de la excusa de la procreación, que es solamente su consecuencia normal, ni de una sanción legal o religiosa, que no son más que reglamentos interesados o simples formalidades convenciona­les. El amor contiene su propia poesía y su plena justificación. El humo del incienso y la lectura monótona del código civil son incapaces de hacer nacer el amor en donde no existe, de conferirle moralidad donde no es más que asqueroso regateo. El despotismo del legislador es impotente para restablecer la unión de almas y el apetito de los sentidos en el seno del hogar donde no exista más que animosidad y odio.

“Admitir el principio de la libertad del amor es reivindicar intensamente para los demás, como para nosotros mismos, el derecho de amar a quien nos plazca, de la manera que nos plazca, sin otra obligación que la de tomar bajo nuestra res­ponsabilidad el daño que nuestra conducta haya aportado a la existencia del prójimo”.

(Jean Marestan)

BIGAMIA

Figura jurídica que describe el estado civil de una persona casada por segunda vez mientras vive el primer cónyuge. Pue­de llegar a usarse en lenguaje coloquial para designar la condi­ción de quien ha constituido dos parejas o familias, con o sin casamiento formal. En muchos casos, cuando se habla de poli­gamia o se rotula a alguien como “polígamo” en realidad se está observando que tiene una relación sexual/afectiva con dos personas.

LIBERTAD

“La libertad en el amor implica que quienes la practiquen posean una educación sexual amplia y práctica. Por libertad de amar, por amor libre, por amor en libertad y por libertad sexual, entiendo la entera posibilidad que tiene un ser de amar a otro o a varios simultáneamente (sincrónicamente), según lo empuje o lo incite su determinismo particular, sin atención nin­guna a las leyes dictadas por los gobiernos en materia de inclinaciones, a las costumbres recibidas o aceptadas como código moral por las sociedades humanas actuales. Para mí, la liber­tad del amor se concibe por encima del bien y del mal conven­cionales”.

(Emile Armand)

MATRIMONIO COLECTIVO

Un matrimonio que involucra a más de dos. Aunque no está reconocido por la mayoría de los sistemas legales y religio­sos de Occidente, aquellos que propugnan este modelo suelen realizar acuerdos que hacen funcionar la relación colectiva en forma semejante a los contratos legales del matrimonio bipersonal. El grupo vive en común, comparte una economía familiar, el cuidado de los niños y las responsabilidades domés­ticas. La forma más habitual es la tríada entre dos mujeres y un hombre o entre dos hombres y una mujer, aunque pueden exis­tir grupos más numerosos. Se diferencia de la poligamia tradicional por cierto énfasis en la paridad de varones y mujeres, por la ausencia de un referente central despótico (por ejemplo, el patriarca) y por el derecho de cada uno a retirarse de la unión libremente cuando así lo desee.

MONOGAMIA

En el mejor de los casos, una relación bipersonal basada en un acuerdo explícito de sus miembros de no involucrarse sexual/ afectivamente con otros. En el peor, una institución cerrada formalmente a relaciones externas pero en la cual uno de sus miembros (históricamente el varón) quiebra ocasionalmente las reglas que impone en forma rígida (e hipócrita) al otro miem­bro. Puede desarrollarse mediante una aceptación tácita de cier­ta “doble moral” (se condena verbalmente la infidelidad al tiem­po que se realizan prácticas adúlteras reiteradas) o finalizar cuando la ruptura de las reglas llega a un grado inaceptable (se descubre la “traición”); en este último caso, uno o los dos miem­bros de la relación podrán formar luego nuevas uniones monogámicas con otros. La mayoría de los sujetos en la socie­dad contemporánea vive en un estado de monogamia secuencial, que implica varias uniones y rupturas de corazón a lo largo de una sola vida.

ORGÍA

Fusión ilimitada de cuerpos que se pierden unos en otros, en un espacio y tiempo excepcionales, donde se trasgreden las prohibiciones y normas habituales del orden social y familiar. Puede incluir la alteración de las reglas del coito habi­tual entre órganos genitales para abrirse al contacto e inter­cambio polimorfo de fluidos entre cuerpos. Ésta sería la acep­ción más estricta, pero también se la ha asociado con ceremo­nias o ritos arcaicos para asegurar la fecundidad de los cam­pos en sociedades agrarias. Esta última interpretación fue cues­tionada por Georges Bataille, para quien la orgía organiza un desorden de tipo sagrado, que no toma en cuenta las conse­cuencias sobre el mundo del trabajo. El término en sí tuvo diversas atribuciones de sentido según las épocas, llegando incluso a representar un tipo de fiesta con altos grados de ebriedad y descontrol, sin carácter sexual explícito. En las últimas décadas del siglo XX, términos como “cama redon­da”, party o simplemente “fiesta” fueron utilizados como sinónimos por distintos grupos, al mismo tiempo que el carác­ter orgiástico pudo resultar empobrecido o extremadamente limitado por pautas para regular el deseo en los encuentros colectivos (por ejemplo, prohibir o evitar caricias y otros con­tactos entre machos, como ocurre en la escena clásica de la pornografía heterosexual).

PAREJA ABIERTA

Noción de cierta circulación mediática durante las décadas de 1960/70. Puede considerarse que una pareja es “abierta” si existe acuerdo entre sus miembros de que es aceptable involucrarse sexual y/o afectivamente con alguien aparte de esa relación. Suelen negociarse normas específicas según las necesidades de cada pareja, o al menos de uno de sus miem­bros. Por ejemplo, alguien puede requerir notificación previa de cualquier relación exterior que establezca su compañero/a. O puede pedir “no me digas nada”; es decir, aceptar las rela­ciones exteriores pero rehusar todo intercambio de informa­ción en torno de ellas (“ojos que no ven, corazón que no sien­te”). O puede negociarse que alguien se involucre sexual y/o afectivamente con otro/a fuera de la pareja sólo cuando estén todos presentes (“lo hacemos todos juntos o nada”), como los swingers. Algunos tendrán reglas estableciendo poder de veto sobre nuevos amantes (jerarquizando al o a los amantes más antiguos); otros acordarán cuánto tiempo puede pasar cada uno con sus amantes (noches enteras o parciales, fines de se­mana, etc.). Estas y otras restricciones sobre la relación, aun­que necesarias para el mantenimiento del orden afectivo, redu­cen el alcance del carácter libertario que puede sugerir el epíte­to “abierto”.

POLIANDRIA

La posibilidad de tener varios maridos. Proviene de la botánica, como condición de la flor que tiene muchos es­tambres.

POLIFIDELIDAD


Pauta normativa para una relación cerrada que involucra a más de dos personas. Por ejemplo, un grupo de cuatro limita la relación sexual/afectiva para que ocurra sólo entre ellos (son “fieles” al grupo). Como concepto, se hizo célebre durante 1970/ 1980 gracias a la comuna Kerista, de San Francisco, que con­sistió en varias viviendas grupales que seguían este modelo. Se la asocia con el neologismo inglés poliamory, que refiere a la posibilidad de tener muchos amores y que puede ser definido como la filosofía y la práctica de amar a más de una persona a la vez.

POLIGINIA

La posibilidad de tener varias esposas, según la acepción botánica que define así a la flor con muchos pistilos (hembras).

POLIGAMIA

La posibilidad o el derecho de casarse, unirse, convivir o asociarse sexual/afectivamente con un número indefinido de personas. Históricamente ha sido asociada con el derecho mas­culino excluyente de poseer varias mujeres (ver poliginia) y con la dominación patriarcal. Sin embargo, se ha extendido su acep­ción al régimen de relaciones en el que una mujer está vincula­da con dos o más varones (poliandria) o con dos o más muje­res, así como a la situación en la que el varón está vinculado con dos o más varones: la práctica no se encuentra hoy del todo limitada por definiciones de género.

PROMISCUO/A

Se dice del sujeto que mantiene relaciones sexuales con va­rios. Con frecuencia de carácter denigratorio, el epíteto está asociado con una mezcla confusa e indiferente. La promiscui­dad en el sentido de múltiple convivencia con personas de dis­tinto sexo se origina probablemente en la trasgresión a la anti­gua regla católica de mezclar carne y pescado en una misma comida durante los días de cuaresma y otros períodos: promiscuar sería mezclarse y participar en cosas heterogéneas u opuestas.

PRIMARIA O PRINCIPAL, RELACIÓN

Una relación primaria o principal es aquella considerada la más importante para uno/a y por lo general supone cierto gra­do alto de compromiso. Se la ha llamado también relación cen­tral (Cooper) en oposición a las relaciones periféricas, laterales o secundarias cuyo grado de compromiso es menor que el que existe con la relación principal. Nótese que alguien puede man­tener relaciones centrales con más de una persona a la vez, así como cada una de éstas podría tener varias relaciones periféricas al mismo tiempo. Todos podemos ser centro y periferia.

SWINGERS


Minoría que disfruta de relaciones sexuales ocasionales en­tre amigos, conocidos y desconocidos. El rótulo tiene su origen en la clase media norteamericana de los años 1940, acaso ex­traído de un juego de intercambio de cónyuges entre marines en bases del Pacífico Sur. Su origen social y cultural condicionó el desarrollo de esta práctica de carácter orgiástico limitado. Suele ser iniciada por parejas heterosexuales que promueven encuentros eróticos colectivos en bares, discotecas y casas par­ticulares, o bien se conocen mediante avisos personales o en eventos programados por redes sociales. Algunas sólo tienen relaciones con otras parejas, otras forman tríos, aun otras invi­tan a un cuarto hombre para la mujer, o a una cuarta mujer para el varón, etc. Por lo general, desalientan el contacto sexual entre varones y toleran o estimulan una bisexualidad controla­da entre mujeres. También hay parejas gays que disfrutan asis­tiendo a bares, discotecas, baños o cines para tener relaciones con desconocidos, pero la etiqueta de swinger quedó sobre todo asociada con una práctica de base heterosexual. Dado que el encuentro erótico tiene un carácter recreativo e intermitente, el discurso anarquista del amor libre, con todas sus connotacio­nes de compromiso, afectividad y contención en el tiempo, puede encontrarse como retórica con escasa o limitada influen­cia dentro de estos grupos.

Las siete virtudes del amor libre x Thierry Lodé

Tenemos que hablar del amor, de los triunfos del amor. El amor libre es una exigencia libertaria que se opone pronto a los matrimonios arreglados o al corsé estatista de un contrato que encierra a la mujer como si fuera una propiedad del hombre. Sacudiéndose la tiranía de un patriarcado establecido sobre el dominio de las mujeres, la cuestión del amor libre sigue siendo el proyecto de la libertad de amar. Porque el amor libre es ante todo una crítica de la exclusión.

Evidentemente, algunos pueden creer que el amor libre está perfectamente introducido en las costumbres de una liberación sexual anunciada. Porque así es en las ideas libertarias, y su fuerza original se infiltra por aquí y por allá poco a poco, muchas veces sin premeditación. De la camaradería amorosa y revolucionaria elaborada por Émile Armand a la vida aislada de los solteros, el camino de la igualdad de los sexos no parece sin embargo tan fácil. Aquí reside el combate cotidiano contra las exclusiones.

La primera conquista del amor libre ha sido aclarar la diferencia entre reproducción y sexualidad. Porque explotando esta diferencia se ha fabricado la desigualdad, una desigualdad obscena que ha permitido encerrar a las mujeres en la estrecha obligación de la reproducción. La sexualidad no se resuelve con la reproducción y existen todas las conductas en la naturaleza. Si la viviparidad humana tiene sus obligaciones, ya no es posible alegar esas dificultades para establecer, con pleno derecho, la desigualdad. El deseo del niño no está negado por la sexualidad libre. Y no es menos cierto que si la reproducción supone un compromiso amoroso, éste puede estar fundado en un consentimiento libre. Cuando se instituye realmente como una alienación del individuo, el contrato que hace rígido el matrimonio pretende a veces presentarse como un medio de protección del débil, presuponiendo la incapacidad de responsabilidad en los protagonistas. Al negar la humanidad misma de los individuos, el contrato matrimonial se convierte rápidamente en una póliza de costumbres, prohibiendo la homosexualidad y otras formas amorosas, inscribiendo la exclusividad de la relación amorosa en beneficio del control de la crianza de la progenitura.

Biológicamente, el ser humano se coloca entre el bonobo y el gorila. Si del bonobo tiene una cierta reivindicación de la pluralidad de las conductas sexuales, con el gorila comparte la exogamia de las féminas. En el gorila, en efecto, las hembras son apartadas del grupo de pertenencia. El pachá reina solo en un harén de hembras procedentes de intercambios con otros grupos. Encontramos algo así como la concepción de la comunidad de mujeres desarrollada por Carpócrates y el comunismo primitivo de los agnósticos libertinos. Entre los humanos, las mujeres salen del grupo y [en muchos países] el cambio de nombre de soltera a nombre de mujer casada establece esa ruptura. Pero el humano no siempre exhibe poligamia. Los múltiples grupos humanos, desde los papúes a los indios, llevan a cabo a menudo una estructura comunitaria. La pareja exclusivamente monógama es progresivamente construida a lo largo de la Edad Media, y se impone singularmente durante la transformación industrial del siglo XIX. Le sucede la pareja, cuya soledad molesta a la sociedad. No obstante, al emanciparse de la obligación de reproducirse, la sexualidad lleva a los individuos a descubrirse los unos a los otros, a sentirse y a comprenderse. Así es como los bonobos utilizan la sexualidad para evitar que surjan conflictos.

El segundo éxito del amor libre es haber eliminado la coraza de las fábulas religiosas. El rechazo de la bendición no sólo se ha opuesto a la injerencia religiosa en los asuntos de las personas, sino que ve el juramento religioso como la negación misma del amor. Al romper las cadenas que imponen las iglesias, el amor ha recuperado algo de su candor.

Las religiones monoteístas, al imponer la exclusividad del dios que veneran, reinvindican la exclusión. Su dios no sólo ha ensangrentado una parte del mundo, sino que ha podrido el matrimonio al prohibir la anticoncepción y la libertad. Han sido necesarias las leyes republicanas sobre el divorcio para abrir una brecha en esa eternidad. Al emanciparse de dios, el divorcio ha perturbado enormemente a sus lacayos sectarios. Ha introducido la fractura fundamental que rompe la extensión temporal del juramento. Al introducir la libertad en el seno de la relación humana, el amor libre ha encontrado rápidamente su injerencia atea, estableciendo un abismo definitivo en el aparato cínico de las ceremonias devotas.

El tercer éxito del amor libre consiste en esa ausencia de reducción del otro. El niño ya no es un bastardo. En lugar de perpetrar la ilegítima consecuencia de un concubinato, es un hijo del amor. Es incluso pertinente en la comunidad familiar reconstituida, y todos los niños son reconocidos como iguales. El enamorado no es cornudo, la persona no es infiel. El amor se ha hecho plural, y a la familia propietaria le sucede una comunidad de individuos libres. Esta es la actitud que me lleva a reconocer en el otro al individuo último que construye mi amor. No entra ya en esas categorías humillantes y obscenas contenidas en la institución de la exclusión. Como rechazo a estas disminuciones, el amor libre contiene verdaderamente una idea revolucionaria al privilegiar la autonomía individual.

La cuarta victoria de la exigencia libertaria del amor libre tiene lugar a partir de 1968, con el deseo de autenticidad, el rechazo de la exclusividad en las relaciones y una voluntad de transformación de las culturas cotidianas. Esta reivindicación de la autenticidad de los amores ha sido caricaturizada a menudo como una mera sucesión de relaciones múltiples y superficiales. La sexualidad exclusiva (monogamia exclusiva, homosexualidad exclusiva, poligamia) no existe en la naturaleza, la única norma es la diversidad en el comportamiento sexual. Sin embargo, la liberación de las actividades sexuales puede agotarse en su propia contradicción, llevando de la autonomía aparente de las personas a la soledad desigual del aislamiento en el mundo mercantil. El amor libre no se reduce al sexo liberado ni a la promiscuidad lujuriosa. Por el contrario, la experiencia libre del otro supone una búsqueda de autenticidad. Cada uno y cada una revelan una persona única, un amor diferente que no puede reclamar ese capricho infantil de la exclusividad. La libertad que constituye nuestra individualidad es primero una exigencia de confianza, de relaciones sin la cárcel de la exclusión.

Porque el sentimiento amoroso es una contrucción paradójica, en la que cada uno tiene su experiencia singular y, no obstante, es compartida por todos. Nos designa como alguien único sobre la tierra al estar enamorados de otra persona única, y sin embargo todos hemos tenido esa experiencia. Muchas veces no hay otras razones que las de uno mismo. ¿Cómo establecer en nombre de esto la increíble perversidad de la exclusión de los otros? El matrimonio instituye esta regla doble de la exclusividad impuesta y de la sospecha inevitable porque el compromisos se considera infinito. Los celos, ese "prejuicio de la propiedad", como decía Armand, envenenan la relación amorosa y sin embargo son valorados en la sociedad mercantil. En esa penitenciaría de costumbres, las dos partes se deben desconfianza. Nosotros, por el contrario, afirmamos que el rechazo de la exclusividad amorosa es una fundamento necesario para el amor libre.

La quinta cualidad del amor libre está contenida en el trastocamiento de la economía doméstica que ha provocado esta exigencia libertaria. El matrimonio instituye la dependencia económica y sexual de las mujeres. La guerra de los sexos ha instaurado el matrimonio en una sujeción femenina a diferentes tareas no retribuidas. La familia presupone compartir de modo desigual las tareas, y la ausencia de remuneración por las actividades particulares. Llevar la casa, rápidamente encargado a las mujeres, constituye una parte de la organización económica curiosamente llevada a cabo con una servidumbre absoluta y sin sueldo. Al subrayar esta disparidad, la reivindicación de igualdad del amor libre ha puesto totalmente en desuso esta servidumbre doméstica y ha establecido las bases de una revolución de la vida cotidiana. Y "los que prefieren la revolución y la lucha de clases sin aludir explícitamente a la vida cotidiana… tienen un cadáver en la boca", como aseguraba Vaneigem.

El sexto mérito del amor libre es reconocer la fuerza legítima del deseo. Clasificados por los devotos en el apartado de las obsesiones, el deseo y el fantasma son desplazados hipócritamente a lo negativo del amor. Para la fuerza pública, la seducción de las mujeres se reduce a su duplicidad, y el deseo de los hombres se limita a la concupiscencia. Se ha instituido incluso el concepto policial de provocación pasiva. Para los funcionarios del Estado, el deseo es algo así como la vergüenza del amor. El fundamento biológico de las atracciones seductoras es perfectamente identificado y al mismo tiempo desaconsejado por el matrimonio. La atracción amorosa es demasiado animal, "un encuentro de salivas" decía Cioran. Lo que da lugar a la atracción de los otros reside también en lo extravagante.

Numerosos animales hacen gestos insólitos para seducir a su compañero. La tendencia a la exageración es un componente fundamental de la biología que permite explicar la exuberancia de los rasgos sexuales entre los animales, como el color en los pájaros, la cola del pavo real o las pinzas del cangrejo de mar. La biología evolutiva muestra que los rasgos artificialmente aumentados pueden incluso superar las estimulaciones simples. El hombre no es indiferente a la exageración de esos rasgos, como muy bien saben los publicistas, que "mejoran" los retratos femeninos para aumentar las ventas de un producto. Si el maquillaje y el tratamiento de imágenes son las últimas mentiras del mundo mercantil, también es cierto que nuestra mente es cada vez más natural. Es probable que la atracción nazca biológicamente de ese estímulo supranormal, un estímulo excesivo que desencadena una atracción más intensa, con la ayuda de ciertas feromonas. En el curso de la evolución biológica, los procesos de selección sexual han aumentado la presencia de esas características extrañas que estimulan el deseo sexual. El deseo nace de lo sensorial y su fundamento es biológico. Incluso las representaciones y dibujos femeninos, incluso las muñecas que usan los niños, todo lo que afecta a la parte baja del cuerpo humano constituye el problema, aunque se disimule con la longitud de las piernas, los ojos grandes, la finura del talle, exagerando todos los rasgos del deseo. Así, la belleza física no sería más que la impresión de un deseo formado por la composición de caracteres exagerados. Entonces es posible interrogarse sobre los determinismos del deseo, la imagen con la que nos quedamos los enamorados prisioneros al reconocer a la vez el dinamismo vivaz que constituye el deseo, y la inercia de sus constituyentes, que pueden también engañarnos. El deseo es un componente fundamental que el amor libre ha rehabilitado.

La séptima fuerza del amor libre reside curiosamente en lo incierto. La única cosa que conoce el enamorado es su propio sentimiento íntimo. Sólo existe una certeza en el amor, mi propia razón. La respuesta del otro se establece en lo desconocido. El deseo que funda el descubrimiento del otro es tan confuso que el sentimiento no desaparece nunca totalmente. El amor se prescribe como una fuerza oculta. Pero lo incierto establece igualmente la verdad del amor, la soledad de su vigor. Porque el amor no está fundado en un derecho. El malentendido no reside sólo en el miedo al engaño, al disimulo. El enamorado no tiene más derecho que el de amar. El drama casi roza la comedia. Entonces, las pruebas del amor serían exigidas como fragmentos de esos juramentos perdidos. Yo no tengo derecho a nada del amor del otro aunque tengo derecho al amor. Aquí la humanidad se construye sin obligaciones ni restricciones. Hay en la incertidumbre una fuerza viva que reconoce intuitivamente la libertad del otro. Es también un pequeño sufrimiento, que descubre a ese individuo irreductible su libertad y su humanidad.

Decididamente, el amor libre instaura a la vez una reconciliación amorosa de las libertades y una exigencia de emancipación social. He aquí todo el sentido crítico de Lucienne Gervais: "Se representa a menudo al amor haciendo burla a los viejos: pues bien, yo veo al amor, libre al fin, haciendo burla a las morales caducas, a los viejos usos y a las viejas costumbres. Veo al amor haciendo burla al viejo mundo".

Referencias:

ARMAND E. 1906 « Les « Colonies » communistes », L’Ere Nouvelle
CIORAN E. 1987 « Précis de décomposition ». Eds Gallimard
GERVAIS L. 1907 « L'amour libre », l'anarchie, n° 111
LODE T. 2006 « La guerre des sexes chez les animaux » Eds O Jacob
VANEIGEM R 1967 « Traité de savoir vivre à l’usage des jeunes générations » Eds Gallimard.
ZAÏKOVSKA S. 1913 « Le féminisme », La Vie anarchiste n°12, 1er mai 1913

Anarquismo y sexualidad* x Helena Andrés Granel

Tradicionalmente la sexualidad se ha concebido como un ámbito de la experiencia humana situado al margen del discurso, y concretamente, al margen del discurso político, al ser entendida como una pulsión o instinto natural(1). Sin embargo, lejos de estar inscrita en la naturaleza, la sexualidad se construye discursivamente(2) y desempeña un papel esencial en la conformación de un determinado orden social. De esta forma es regulada de distintos modos en los distintos sistemas sociales, que propician, favorecen e institucionalizan determinadas formas de expresión sexual al tiempo que actúan de forma coercitiva o directamente prohibitiva con respecto a otras que se consideran potencialmente peligrosas y desestabilizadoras del orden social.


Sexualidad y reproducción son reguladas socialmente, al tiempo que las modificaciones y transformaciones en los discursos y las prácticas sexuales constituyen un aspecto trascendental, y no marginal, en los procesos históricos. Es por ello que la sexualidad debe ser historizada, es decir, analizada y contemplada desde una perspectiva histórica y sociocultural.

Como construcción sociocultural e histórica, la sexualidad no se encuentra aislada del ámbito político, sino que constituye en sí misma una cuestión política, siendo el sistema sexual parte esencial del sistema social. Desde esta perspectiva es especialmente interesante el análisis del discurso anarquista con respecto a la sexualidad. Esto es así por dos razones fundamentalmente: en primer lugar, el anarquismo conectó abiertamente las esferas política y sexual, al considerar que el proceso de cambio social debía darse de forma paralela en el ámbito personal y en el político; en segundo lugar, en consecuencia puso en circulación discursos alternativos y contrahegemónicos con respecto a los discursos dominantes sobre la sexualidad, de forma coherente con su concepción de lo que debía ser una organización social antiautoritaria.

No quiere esto decir que los autores anarquistas impusieran una ruptura absoluta con respecto a los discursos dominantes. Por el contrario, muchas de sus concepciones sobre la naturaleza de la sexualidad humana, y sobre lo que en ella era “normal” o “desviado”, los reprodujeron de forma acrítica erigiéndose nuevamente en discurso regulador de la sexualidad. Así, al tiempo que combatían los prejuicios religiosos sobre el sexo, con frecuencia adoptaban posturas esencialistas con respecto a la diferencia sexual. Toda propuesta innovadora se inscribe en un contexto sociohistórico pudiendo difícilmente desvincularse de una forma radical de las concepciones generales de su época. Así, como ha señalado Richard Cleminson en sus trabajos sobre la política sexual en el anarquismo español, esta estuvo siempre caracterizada por una fuerte tensión entre la ruptura y la tradición (3).

Frente a las concepciones marxistas de toma del poder estatal, el anarquismo propugna el cambio social mediante un proceso de transformación cultural y el desarrollo de nuevos modos de relación de los que estén excluidos la autoridad y la coacción. Al no centrar su crítica social en las relaciones de producción, atendiendo de esta forma a una diversidad de problemas sociales y humanos no circunscritos exclusivamente al ámbito económico, el anarquismo consideró esenciales para la transformación social revolucionaria aspectos como la liberación sexual y la subversión de las tradicionales relaciones de género. La revolución social no podría limitarse de este modo a un cambio en los sistemas políticos y económicos sino que debía incluir un cambio sustancial en los modos de relación entre los individuos, proyecto en el que, necesariamente, tendrían lugar las cuestiones relativas a la vida privada y la sexualidad. Así, el proyecto anarquista de reforma sexual, como parte fundamental de su proyecto de revolución social, incluía como condición esencial la emancipación de las mujeres, la construcción de relaciones de género igualitarias y antiautoritarias y la elevación de una nueva moral sexual que suplantara a la vieja moral burguesa.

Sexualidad y naturismo: hacia el amor libre

Se podría quizá decir que en el pensamiento anarquista español existió cierta tensión entre las concepciones esencialistas y constructivistas de la sexualidad. Esta aparente contradicción no lo es tal sin embargo, si tenemos en cuenta cuál era su concepción de la naturaleza humana y de la sociedad. Para la mayoría de teóricos anarquistas, la sexualidad era concebida como un hecho biológico natural, reprimida por la coacción de una moral calificada de absurda e hipócrita que, partiendo de la concepción cristiana de la negación del placer y la misoginia, la asociaba al pecado y la perversión. Por otro lado, esta misma moral coaccionadora y represiva está configurando unas determinadas pautas de comportamiento sexual, que no son naturales sino socialmente construidas.

Como ha señalado Álvarez Junco, las corrientes revolucionarias se han caracterizado, en contraposición a las conservadoras, por la valoración positiva de lo natural y el rechazo a lo artificial y convencional [4]. El pensamiento libertario constituye el ejemplo paradigmático al propugnar la vuelta del ser humano a la Naturaleza y vincular abiertamente anarquismo y naturismo:

Siempre predicaron los anarquistas la vuelta del hombre a la naturaleza; en efecto, todas las anomalías, injusticias y opresiones, radican en haberse alterado las leyes naturales, en perjuicio de unos, para favorecer a otros. (…) Las ideas naturismo y anarquismo van tan íntimamente unidas, que no pueden separarse (…)(5)

Desde la perspectiva libertaria, la explotación, la injusticia y la desigualdad significan un quebrantamiento de las leyes naturales. Como males artificiales, la ley, la propiedad y la autoridad crean un medio social inarmónico que corrompe al ser humano desnaturalizando su conducta6. Por el contrario, la naturaleza es orden y armonía, la naturaleza es, en esencia, anárquica. Y también en el ámbito de la sexualidad, la oposición entre naturaleza y sociedad, instinto y ley, sería una constante en el discurso anarquista. “La sociedad, ciegamente, se enfrenta contra el instinto, contra la Naturaleza, y legisla, codifica y organiza el amor”, escribía la anarquista individualista brasileña María Lacerda de Moura(7).

Frente a los artificios y leyes que coaccionaban la plena expansión de la libertad humana, incluyendo la expresión de su naturaleza sexual, su defensa de la liberación sexual y el combate contra esta moral coaccionadora y represiva se realizará de dos formas: bien defendiendo la legitimidad del deseo sexual como fuerza instintiva y natural, fuente de salud y placer, o bien insistiendo en el carácter cultural y artificial de las normas de comportamiento sexual, que se fundamentan en valores históricos y sociales y son, por tanto, modificables.

Los anarquistas propondrán así una reforma sexual cuya finalidad será la destrucción de esa vieja moral burguesa, estrechamente vinculada a los valores de la sociedad capitalista, y la elevación de una nueva moral. De acuerdo con las tradicionales concepciones ácratas, que consideraban que el ser humano se había apartado de la naturaleza al obedecer a unas leyes que contradecían sus derechos naturales, esta nueva moral no podía ser otra que la “moral de la naturaleza”, aquella acorde a una supuesta naturaleza humana esencial.

Las propuestas anarquistas de liberación sexual, en consecuencia, otorgarían un lugar privilegiado en su discurso a la cuestión del llamado “amor libre”. Frente a cualquier intento de institucionalización y reglamentación sociopolítica de las relaciones amorosas, la sexualidad debía expresarse libremente de acuerdo a la propia naturaleza humana. Y a grandes rasgos el anarquismo concebía que era la libertad la esencia de esta, aquello que definía al ser humano como tal, concediéndole su capacidad creativa y de transformación, de forma que las formulaciones rígidas, autoritarias y dogmáticas no significaban sino trabas al desarrollo del potencial humano.

Las críticas anarquistas se centraron en el autoritarismo y la jerarquización inherentes al modelo de familia “burguesa”, cuestionando la posición subordinada de las mujeres en la misma, así como los intereses económicos que condicionaban los matrimonios. Así, el concepto libertario de “amor libre” nacía en el siglo XIX como una reacción contra la moral sexual dominante. Para los anarquistas, la familia debía fundamentarse pues en el amor, no en el interés, y el propio amor, en la libertad, como sentimiento “natural” y por tanto ajeno a toda reglamentación o mandato social. Su discurso constituía de esta forma una crítica de carácter profundamente moral a la mentira, la hipocresía y la intervención de intereses materiales en las relaciones interpersonales pero también a las relaciones de poder. El matrimonio y la familia, instituciones fuertemente patriarcales, se fundamentaban además en el ejercicio del poder masculino y la llamada “doble moral sexual”, que juzgaba de modo muy desigual los comportamientos sexuales de varones y mujeres:

Oímos diariamente hablar demasiado de la libertad de los oprimidos y de la noble causa de la justicia social. Pero no oímos nunca, salvo en muy contadas ocasiones, que esos mismos apóstoles libertarios se refieran a la necesidad de declarar íntegramente libres a las mujeres. Queremos dejar de ser esclavos de los fuertes, pero no queremos dejar de ser tiranos de los débiles. Hay una cruz más pesada que la esclavitud económica de los asalariados, y es la esclavitud de la mujer, paria entre los parias, obrero sin salario y sin relevo, que está día y noche al servicio de su amo, llámese éste marido, padre, hermano, tutor o amante. (…) Consecuente con la nueva ética destinada a regir la nueva sociedad (…) surgirá naturalmente una sola moral para los dos sexos y esa nueva moral no podrá admitir sino uno de estos dos términos: “mujeres castas para hombres castos” o “mujeres libres para hombres libres”; pero nunca el de “mujeres castas para hombres libertinos”. Mas, como lo primero es imposible, por ser contrario a la naturaleza sexual humana, razón por la cual ha fracasado en todos los pueblos donde se practica la extorsión legal del matrimonio monogámico; y como la única moral concebible para una sociedad que aspira a liquidar la mentira, el fraude, la simulación y la hipocresía como fundamento de sus costumbres sería la moral basada en las leyes supremas de la naturaleza, es claro que lo primero falla por su artificialidad(8).

Junto a la institución matrimonial, la prostitución sería también duramente atacada por los anarquistas, que subrayaban el aspecto económico y los conceptos religiosos sobre el sexo como sus causas determinantes. Siendo una consecuencia directa de la sociedad capitalista, y de la “moral del matrimonio impuesta por la Iglesia y sostenida por el Estado”, solo con la transformación revolucionaria de la sociedad era posible su desaparición. “La prostitución o trata de blancas, como antes lo fuera la esclavitud, es la lógica consecuencia del régimen actual de convivencia social. (…) Solamente puede desaparecer con la causa que lo origina, la sociedad capitalista”(9). Asimismo en muchas ocasiones se entendía que el matrimonio, en la sociedad del momento, representaba una garantía de seguridad para las mujeres, ante el temor de ser abandonadas teniendo hijos, señalando la dificultad que para ellas implicaba la puesta en práctica del amor libre en una sociedad que les negaba la igualdad económica, política y sexual. Era también necesaria la construcción de una nueva sociedad para la realización efectiva del amor libre.

En definitiva, matrimonio y prostitución serán sometidos a juicio crítico y rechazados como instituciones antinaturales fundadas sobre la propiedad, la autoridad y la opresión que, lejos de conectar con la verdadera naturaleza sexual humana, no son sino pilares que sustentan el orden social capitalista.
Ya el socialista utópico Charles Fourier, cuyo pensamiento cuenta con una considerable presencia de componentes libertarios, había imaginado una sociedad antiautoritaria, a la que llamó “Armonía”, caracterizada por la ausencia de aparatos estatales y gubernamentales, basada en la espontánea asociación de individuos(10), y había realizado una amplia critica al sistema de género imperante y a la regulación política de las pasiones, que en un orden social libre deberían circular libremente, sin trabas ni coacciones de ninguna especie. Así, sostenía que el adulterio y la prostitución, basados en el engaño y la opresión, no eran sino el producto de un sistema opresivo fundado sobre la institución matrimonial, la monogamia y la fidelidad. Este autor consideraba además que el estatus de las mujeres en la civilización era de esclavitud, y que la libertad de las mujeres era condición necesaria para la existencia de una sociedad justa. Fourier fue sin duda más lejos que la mayoría de los críticos sociales de su tiempo e incluso posteriores, al superar cualquier forma de esencialismo sexual y defender abiertamente formas de expresión sexual fuertemente condenadas por la sociedad, afirmando que no existían conductas sexuales desviadas o incorrectas(11).

Muchas de las críticas anarquistas al matrimonio y la familia, implicaron no obstante más bien una crítica al matrimonio burgués en su aspecto jurídico y económico, de modo que el “amor libre” significaba en la mayoría de las ocasiones únicamente “unión libre”, unión sin intervención civil ni religiosa que, no obstante, mantenía intactos, especialmente en la práctica, los modos de relación que cuestionaba a nivel teórico.

Esta unión libre que reproducía los errores de la unión matrimonial fue también objeto de cuestionamiento y crítica. Para Federica Montseny, el modelo a seguir en cuanto a moral sexual no será otro que “la pura moral de la Naturaleza”, llegando a poner como ejemplo a los animales que, tras saciar el amor, “se separan, continúan sus vidas individuales, sus vidas que ninguna moral, ninguna ley, ninguna religión regula”(12). La familia se fundamentaba generalmente en la sumisión de la mujer, que debía por ello “convencerse de que el matrimonio legalizado o la unión libre, cualquier norma reguladora del amor y basada en la convivencia, es perjudicial para ella”. Así insistía en que el verdadero amor libre no ha sido por nadie puesto en práctica hasta el momento puesto que este tan solo se ha diferenciado del antes conocido por prescindir de la consagración religiosa o civil. En las uniones libres, la mujer continúa en una posición subordinada con respecto al hombre, que coacciona su libertad. Asimismo la convivencia y la coacción ponen fin, irremediablemente, al amor. Para ella, la solución se encontraba en el individualizamiento, en el amor sin convivencia y la desaparición del hogar(13).

La pareja fue ampliamente cuestionada por algunos como una institución sexual “a favor del macho”, y “extraña a la naturaleza psicosocial del ser humano”, en palabras de Mariano Gallardo, que sometía también a crítica el hecho de que fuese el ideal de realización sexual de la especie humana en base a una falsa idea acerca de la inferioridad natural de las mujeres. Su visión era sorprendentemente lúcida si tenemos en cuenta que la apelación a las “leyes de la naturaleza” ha sido habitualmente utilizada para justificar la división sexual y la opresión social de las mujeres. De esta forma llega a plantear que las formas de asociación sexual socialmente legítimas, en este caso la pareja constituida por mujer y hombre, no se fundamentan en unas leyes naturales sino que constituyen un régimen político, de acuerdo con las conveniencias de un determinado orden social: “Por ley de naturaleza el sexo humano es igualitario. (…) La pareja humana no está fundamentada en las leyes reguladoras de la vida sexual de nuestra especie, sino en las conveniencias particulares de una clase social, de un sexo o de una religión, o bien de un determinado régimen político. (…) No es cierto que la mujer sea inferior al hombre. (…) téngase en cuenta que esa pregonada inferioridad es puramente artificial, fruto inevitable de una civilización (…)(14)”.

Diversos autores se preocuparon así por la elaboración teórica de propuestas encaminadas a la construcción de nuevos modos de relación en el ámbito amoroso. Uno de los principales teóricos del “amor libre” fue el anarquista individualista francés Émile Armand. Su ideal de liberación sexual, tenía origen en las teorías de los socialistas utópicos, principalmente en Fourier que, como hemos visto, había propuesto la experimentación por parte del individuo de todas las formas posibles de amor y asociación, lo que además propiciaría la liberación de la mujer. Director de la revista L´En Dehors en Francia entre 1922 y 1939, las ideas de Armand encontraron eco en ciertos sectores libertarios españoles al ser sus artículos divulgados en La Revista Blanca, dirigida por la familia Urales, y en la revista valenciana Estudios. En ellos expuso sus ideas acerca de una sexualidad sin trabas, proponiendo revolucionarias alternativas a la familia(15). Contra ella dirigió fundamentalmente sus críticas, al calificarla como “un Estado en pequeño”, así como hacia los celos, que podían ser de tipo propietario, sensual y sentimental y que no significaban sino un sentimiento autoritario basado la necesidad de dominio, por lo que debían ser tratados como cualquier “pasión enfermiza” y combatidos mediante la abundancia sexual y sentimental.

Armand establecía además una relación explícita entre la moral sexual tradicional y el autoritarismo, entre la estructura sexual y política de la sociedad: “El Estado tiene, en efecto, un gran interés por que las relaciones sexuales tengan como corolario el establecimiento de la familia, porque esta es la imagen reducida de la sociedad autoritaria”(16). Desde este punto de vista, la familia es rechazada puesto que se entiende como la unidad básica de la organización social presente, como institución fundada en relaciones de poder, en que la esposa obedece al marido, así como la propia infancia aprende también ya a obedecer, por tanto como institución de reproducción del orden social.

Frente al amor esclavo de las sociedades autoritarias, debía oponerse el amor libre de la sociedad anárquica. El anarquismo debía combatir el amor celoso como una “categoría del arquismo” y la monogamia, artificial, sería derrocada por un régimen de “camaradería amorosa”. Por ella entendía “una concepción de asociación voluntaria que engloba las manifestaciones amorosas, los gestos pasionales y voluptuosos”(17). “La fórmula del amor en libertad, todos a todas, todas a todos, está llamada a ser la preferida del medio anarquista”(18).

Sin duda, la propuesta armandista apuntaba a un profundo cambio en la psicología amorosa de los individuos de forma que el amor “perdería gradualmente su carácter pasional para llegar a ser una simple manifestación de compañerismo”, una forma de amor más acorde a un medio social en que la libertad individual fuese plenamente respetada y que al tiempo propiciaba los sentimientos de solidaridad y amor en la colectividad, al no quedar circunscritos al ámbito egoísta y propietario de la familia.
Pero esta concepción no estaría exenta de críticas. A ella, María Lacerda de Moura opondría, siguiendo a Han Ryner, su propuesta de “amor plural”. Así, establecería una interesante discusión con Armand, que podemos seguir en la prensa libertaria española de los años treinta. Si bien compartía su idea de lucha contra los celos, contra el instinto de propiedad sexual, desde un punto de vista particularmente feminista, combatió abiertamente el concepto de “camaradería amorosa” que, a su modo de ver, “esclaviza a la mujer, la hace servil y mata el verdadero amor; es el retorno a la promiscuidad, el comunismo sexual degradante, en el cual la mujer continúa representando el papel de cosa, objeto de placer”.

Por ello esta autora se expresó tanto en contra de la estricta monogamia como del “comunismo sexual”: “la unión monógama y la familia indestructible son la base y sostén de la religión, del Estado, y de la propiedad privada”. La liberación sexual de la mujer es condición esencial para la emancipación humana. El individuo “que impone a la mujer un amor único, uniforme, para toda la vida, que monopoliza, que sojuzga y coacciona las expansiones sexuales femeninas constituye un enemigo inconsciente de la emancipación humana y un obstáculo para el progreso ético de la Humanidad”(19).

Sin embargo, “la amistad, la simpatía y el amor no se imponen”. El amor debía ser una elección individual espontánea, no reducible a la mera satisfacción del instinto sexual al margen de cualquier afinidad afectiva, y por ello la fórmula de amor plural era a su modo de ver la más adecuada a la naturaleza humana. Por otra parte, también estaba presente en sus textos la idea, en cierto modo esencialista, de que la naturaleza femenina repugna la promiscuidad y que “el amor de la mujer es más sentimentalista que sexual”(20).

Errico Malatesta fue otro de los muchos anarquistas que escribieron sobre amor libre, si bien lo hizo problematizando el concepto. Los males del amor, sostenía, no son modificables sino por lenta evolución, los celos, pese a ser un “sentimiento lamentable”, no son modificables a voluntad y un cambio en el régimen político y económico no es suficiente para transformar “los sentimientos de los hombres”:

Algunos dicen que el remedio se hallaría en la abolición radical de la familia, la abolición de la pareja sexual más o menos estable, reduciendo el amor al solo acto físico o, mejor dicho, transformándolo, con el añadido de la unión sexual, en un sentimiento semejante a la amistad, un sentimiento que reconozca la multiplicación, la variedad, la simultaneidad de los afectos. ¿Y los hijos? Hijos de todos. (…) Se nos dice, eliminadas las cuestiones de intereses, todos los hombres serían hermanos y se amarían unos a otros. (…) Pero aún esto no es el amor. Amar a todo el mundo se parece mucho a no amar a nadie. (…) Por lo demás, el amor es lo que es. Cuando se ama fuertemente, se siente la necesidad de contacto, de la posesión exclusiva del ser amado. Los celos, comprendidos en el mejor sentido de la palabra, parecen formar y forman generalmente una sola cosa con el amor. El hecho podrá ser lamentable, pero no puede cambiarse a voluntad (21).

No hubo, como podemos ver, uniformidad ni homogeneidad, sino una diversidad de discursos acerca de lo que el amor libre debía significar, aunque todos ellos, en resumidas cuentas, apuntaban al individualismo y la autodeterminación del individuo en materia amorosa. De esta forma, y pese a sus divergencias, parecían confluir en una idea común: la necesidad de eliminar el autoritarismo en las relaciones sexuales, la lucha contra la existencia de un único modelo de relación socialmente legítimo y la defensa de la diversidad en este sentido, de acuerdo a los distintos temperamentos individuales. En cualquier caso las formas de vida sentimental o sexual debían decidirse “a posteriori” y no “a priori”, estar abiertas a la comparación, la experimentación, la tentativa o el ensayo(22).

En relación con el amor, la anarquía no puede decir sino una sola cosa: abolición del matrimonio oficial, de las leyes que lo regulan, de la esclavitud económica que lo impone, de la prepotencia del macho sobre la hembra, que es el origen o la consecuencia de ese matrimonio. (…) ¿Pluralidad de amores? ¿Amor único? Será lo que será. (…) El amor es un sentimiento muy complejo y una necesidad muy individual, muy diversa en sus mil manifestaciones para que los anarquistas puedan adoptar al respecto una sola y exclusiva teoría y regla de conducta(23).

Y el propio Armand expresaba: “Cuando los individualistas reivindican la libertad de la vida sexual -en todas las circunstancias: tanto fuera como dentro de la unión-, no se pronuncian ni a favor ni en contra de la unicidad o pluralidad en el amor. Dogmatizar en este sentido o en el otro es igualmente antiindividualista”(24).

Por su parte, Mariano Gallardo sostenía que, dado que no todos somos iguales, y que “en la Naturaleza no hay nada sistemático ni rutinario”, tampoco en el dominio del amor debía haber reglas o fórmulas únicas: “Una fórmula de amor única para todo el mundo, es un desatino, y no tiene nada de naturista. Lo natural, creo yo, es que cada cual tome el camino que más de acuerdo esté con su peculiar manera de ser. El que se sienta monógamo, que lo sea. La mujer que precise tres maridos, que los tenga. Y la que no quiera casarse, que no se case. Esto es lo natural”(25).

Desde su concepción de que el sexo “natural” se hallaba reprimido, condenado a la prohibición, el discurso anarquista respecto a la sexualidad pretendió ser subversivo, erigirse en discurso alternativo y contrahegemónico. Concebirla como un hecho biológico natural y hablar abiertamente, científicamente, de ella, implicaba un desafío al orden social burgués afianzado en el siglo XIX, a su política sexual represiva para la que la única sexualidad socialmente legítima era aquella que tenía lugar en el seno del matrimonio con una finalidad reproductiva.

Neomalthusianismo y control de la natalidad

Estas propuestas de liberación sexual se hallarían, pues, fuertemente vinculadas a la idea de la necesidad de la educación sexual de forma que la restricción voluntaria de la natalidad y el ejercicio de la maternidad consciente en que se basaba el neomalthusianismo formarían parte esencial de esta apuesta por una revolución en las costumbres sexuales.

No solamente el ser humano debe conocer qué delicias -sentimentales, emocionales, físicas- nos reserva la vida sexual, sino también qué responsabilidades implica. Una educación sexual seria no debería ignorar el problema de la procreación voluntaria (…). O, en fin, las precauciones a tomar para evitar los peligros temibles de las contaminaciones venéreas. (…) Los individualistas no separan “libertad de vida sexual” de “educación sexual”(26).

A finales del siglo XIX, ya el pedagogo anarquista Paul Robin había fundado la Liga de la Regeneración Humana en Francia, basada en el principio de combatir la pobreza mediante el autocontrol de la natalidad. En 1900 se celebraba en París de forma clandestina, dada la prohibición de las autoridades, el Primer Congreso Neomalthusiano Internacional, al que asistieron, entre otros, el propio Paul Robin, Francisco Ferrer Guardia y Emma Goldman. En él se acordaba la creación de una Federación Universal de la Liga de la Regeneración Humana, que se encargaría de luchar en pro de una maternidad libre y consciente. La Liga tendría su propia sección en España desde 1904 y crearía en Barcelona el primer centro de planificación familiar en España(27).

La aceptación de las ideas neomalthusianas sin embargo no había sido unánime. Autores como Federico Urales o Leopoldo Bonafulla, se habían opuesto a la reducción de las tasas de natalidad entre las clases trabajadoras, por considerarla un freno a la revolución proletaria. Las propias concepciones de Kropotkin acerca del apoyo mutuo, la solidaridad y la abundancia de recursos para abastecer a toda la población mundial, oponían al darwinismo social un proyecto revolucionario de transformación social fundamentado en el reparto equitativo de los recursos(28).

Malthus había sustentado que el crecimiento de la población tenía lugar en progresión geométrica mientras que el crecimiento de la producción y los recursos se efectuaba en progresión aritmética ocasionando un grave desequilibrio. El neomalthusianismo anarquista se basó sin embargo en una peculiar resignificación de sus tesis. La limitación de nacimientos entre las clases populares era para los anarquistas concebida como una estrategia defensiva frente a las condiciones de vida impuestas por el capitalismo y como una estrategia de emancipación femenina, de modo que la preocupación por la superpoblación, aunque contemplada, no fue central.

Si las altas tasas de natalidad eran consideradas como algo beneficioso para el Estado, el neomalthusianismo anarquista significó más bien una oposición directa a los discursos poblacionistas de la burguesía y de los régimenes totalitarios llegando a plantearse, incluso, como forma de resistencia política frente al capital y la guerra(29). Así el “birth control” fue considerado un instrumento emancipatorio en manos del proletariado, manifestándose contra aquellos que opinaban que “haciendo muchos hijos habrá más anarquistas”, y que enseñándoles a ser rebeldes la sociedad cambiará antes. Profundo error. El exceso de población obrera ocasiona paro forzoso y abaratamiento de la mano de obra al tiempo que sirve para nutrir los ejércitos capitalistas. Por ello, los gobiernos fomentan la natalidad “concediendo ridículos premios a las madres de fecundidad extraordinaria”(30).

María Lacerda de Moura se lamentaba por el hecho de que revolucionarios como Kropotkin o Bakunin hayan sido hostiles al neomalthusianismo, que en sus propias palabras es un “instrumento revolucionario” y “un medio de combate social”. “Los motivos invocados para desencadenar la represión contra las ideas neomalthusianas resúmense en el siguiente postulado burgués-capitalista-religioso: La patria necesita soldados; la fábrica, obreros, y la Iglesia, fieles”(31).

Por otra parte, pese a afirmar la necesidad de reducir las tasas de natalidad, Malthus había rechazado explícitamente el uso de métodos anticonceptivos, propugnando la castidad y la abstinencia sexual32. La ruptura del neomalthusianismo con las ideas de Malthus estribó además en la aceptación, defensa y divulgación de la anticoncepción como forma de control de natalidad.

La disociación de reproducción y sexualidad sería, pues, uno de los principales puntos de ruptura del discurso anarquista. Para Armand, la reproducción no constituía una necesidad ni un instinto y las relaciones sexuales no tenían una finalidad únicamente reproductiva. Además, frente a la opinión de los detractores del control racional de la natalidad y en clara ruptura con el discurso médico dominante que había conceptuado a las mujeres como seres maternales y asexuales por naturaleza, consideraba que la maternidad no es la razón de ser fisiológica de la mujer, que debe disponer de su persona para decidir libremente. Así, exponía su tesis individualista de la procreación voluntaria:

En un medio basado sobre la explotación y la autoridad, lo que buscamos, nosotros, anarquistas de ambos sexos, es vivir nuestra vida pero sin renunciar a las delicias del amor sexual, ni a las exigencias de nuestra naturaleza sentimental. Para la mujer, pues, la procreación no es una función indispensable en la vida. (…) Los procedimientos preventivos, permiten a nuestras compañeras, ser madres según su voluntad. Es un medio de resistencia de más, contra la opresión y el determinismo de las circunstancias exteriores(33).

Además de constituir una forma de resistencia, la limitación de nacimientos como vemos implicaba un cambio sustancial en la concepción de las mujeres y de cuál había de ser su papel en la transformación social. María Lacerda de Moura denunciaba que tanto para los reaccionarios como para los revolucionarios, la mujer no es otra cosa que “una máquina destinada a fabricar carne de cañón o de barricada. Para ellos, no existe el problema femenino. (…) La mujer para ellos está al servicio de la procreación irreflexiva e inconsciente. Es tan solo la matriz fecunda e inagotable, destinada a producir los soldados burgueses, o bien los soldados rojos de la revolución social”(34). Y la propia Emma Goldman, también activa propagandista neomalthusiana, escribía: “¿Quién lucharía entonces en las guerras? ¿Quién haría de carcelero o de policía si las mujeres se negaran a dar a luz indiscriminadamente? ¡La raza, la raza!, gritan el rey, el presidente, el capitalista, el sacerdote. Hay que salvar a la raza, aunque la mujer sea degradada al papel de pura máquina […]”(35).

En esta labor de difusión del neomalthusianismo en España (y en América Latina) tendría un papel fundamental la revista Estudios, así como su precedente Generación Consciente, obligada a cambiar de nombre en 1923 a causa de la fuerte represión gubernamental contra la propaganda por la procreación consciente. Ampliamente dedicadas a la publicación de artículos acerca de la sexualidad, ambas pretendían hablar abiertamente de ella, abordarla desde una perspectiva científica y laica, borrando los prejuicios religiosos sobre el sexo que constituían una traba a la emancipación humana. A través de esta tarea educativa perseguían así incidir en la transformación social considerando que la trascendencia de la cuestión sexual es absoluta por su relación con las cuestiones sociales. Los puntos esenciales de su programa fueron: 

-Educación sexual y lucha contra la ignorancia en esta materia.
-Abolición de la prostitución y lucha antivenérea.
-Libertad sexual de la mujer.
-Maternidad consciente, control de la natalidad y propaganda neomalthusiana(36).
Así, Estudios difundió a partir de los años veinte (al igual que muchas otras publicaciones anarquistas) una amplia información acerca de los métodos anticonceptivos dando a conocer algunas de las principales obras sobre la materia como Contracepción y procreación prudencial, de la doctora Stopes; Medios para evitar el embarazo de G. Hardy, La educación sexual de Marestán, o Generación consciente de Frank Sutor; el folleto de Bulffi Huelga de vientres o Profilaxis anticoncepcional, de Hildegart. En ambas aparecieron además con frecuencia artículos de reformadores sexuales no vinculados al movimiento libertario y que pertenecían sin embargo a un movimiento reformista eugénico, tales como Luis Huerta, Gregorio Marañón, Luis Jiménez de Asúa o Nicolás Amador.

Desde sus páginas, Isaac Puente esgrimía los siguientes argumentos en pro del neomalthusianismo:

-La anticoncepción, practicada por las clases cultas, debe dejar de ser un privilegio para convertirse en un derecho. La disminución de las tasas de natalidad no entraña un peligro para la conservación de la especie aunque sí perjudica a la presente organización social al disminuir “la carne de cañón y el número de brazos”. El obrero tiene derecho a mejorar su posición económica y “no aumentar el número de los sin trabajo”.
-Existen, además, razones de orden eugénico y médico: tal es el caso de los individuos que no deben reproducirse por padecer enfermedades hereditarias o taras transmisibles.,
-Es necesario disociar la práctica sexual de la procreación y reconocer el “derecho a la cópula no reproductora, el derecho a gozar del amor por el amor mismo”.
-Lo moral es “limitarse a tener solamente los hijos que bien se pueden criar y educar”.
-Desde ningún punto de vista es más defendible el neomalthusianismo que desde el de la maternidad consciente. Derecho de la madre a serlo plenamente y a dejarlo de ser. Emancipación de la mujer de la esclavitud de su sexo: el parir incesantemente(37).

Las décadas de los veinte y treinta del siglo XX habían conocido el desarrollo de un movimiento de reforma sexual de carácter eugénico protagonizado por una élite profesional de médicos, abogados o juristas preocupados por la herencia y por cuestiones higiénicas, la mortalidad infantil, o las enfermedades infecciosas. La Liga Española para la Reforma Sexual, integrada en la Liga Internacional para la Reforma Sexual, fue fundada en 1932 por Hildegart Rodríguez, y presidida inicialmente por Gregorio Marañón. Hubo contactos entre ambas corrientes de reforma sexual, la libertaria y la protagonizada por la élite profesional, mas la divergencia de sus planteamientos impidió una estrecha colaboración(38).

A diferencia de los profesionales no vinculados al movimiento libertario, los anarquistas insertaban la reforma sexual en el seno de un proyecto revolucionario más amplio. Sus máximos representantes, los doctores Isaac Puente y Félix Martí Ibáñez(39), mantuvieron posiciones revolucionarias y no concebían una reforma sexual al margen de la transformación de las estructuras socioeconómicas. Y si bien con frecuencia entre los reformadores sexuales anarquistas también eran aducidas motivaciones de carácter eugenésico, estas siempre partían de una perspectiva anticapitalista, teniendo para ellos una finalidad claramente emancipadora.

La ideología neomalthusiana en el seno del anarquismo español cobraría, ya en la década de los treinta, en el contexto de la II República, una especial fuerza, gozando de una amplia aceptación. La propia CNT, en su Congreso celebrado en Zaragoza en mayo de 1936, había incluido la educación sexual y la procreación consciente entre los aspectos a considerar por el comunismo libertario(40). Y la política sanitaria impulsada por los anarcosindicalistas durante su gestión, en plena guerra civil, entre noviembre de 1936 y mayo de 1937, con la cartera ministerial de Sanidad a cargo de Federica Montseny y la Consejería de Sanidad de la Generalitat a cargo de Félix Martí Ibáñez, había incluido un proyecto de reforma sexual y eugénica que contempló incluso la legalización de la interrupción voluntaria del embarazo(41).

Conclusiones

El pensamiento feminista  ha puesto de manifiesto cómo nuestras formas de pensar y sentir el amor y la sexualidad, aparentemente primigenias o naturales, se encuentran profundamente mediatizadas por la cultura dominante. Asimismo, ha cuestionado ampliamente la dicotomía público/privado, insistiendo en el modo en que las esferas política y sexual se encuentran interconectadas, en que lo personal es político, y en que los factores de cambio en la sociedad no se dan de forma exclusiva en el llamado espacio público, sino en buena parte por las transformaciones en la vida privada y la sexualidad.

Dado que, como hemos visto, el discurso anarquista vinculó estrechamente el problema sexual al político-económico, su defensa de una revolución sexual no tenía una implicación meramente personal y privada sino que se constituía en un pilar básico de la transformación social. En las páginas de Estudios, Hem Day, había afirmado la necesidad de una nueva ética sexual, dada la influencia de lo sexual en la vida política y social, puesto que “las cuestiones sexuales en nuestra civilización desempeñan un papel extraordinario en la vida política y social de la Humanidad”. Así debían darse de forma paralela un cambio en las costumbres y un cambio radical en el sistema político económico.

Estos planteamientos supusieron un claro avance con respecto a algunas de las ideas que sustentaría, décadas después, el movimiento feminista que consideró los aspectos sexuales y privados de la vida humana como una cuestión política, situando al patriarcado como el sistema sobre el que se sustentaban todos los otros sistemas de opresión e insistiendo en que cualquier revolución que pretendiese alcanzar un profundo cambio social debía comenzar por una revisión radical y absoluta de la sexualidad(42).
Por otra parte, si bien las definiciones y concepciones anarquistas de la sexualidad como expresión de un instinto natural, especialmente desde una perspectiva científico-médica, reprodujeron ideas dominantes en la época constituyéndose en discursos reguladores de la sexualidad, las propuestas libertarias de construcción de relaciones interpersonales y amorosas no autoritarias expresaron ya una clara conciencia de que el sistema sexual, como parte del sistema social, se conforma de acuerdo a relaciones de poder.

1.- Arantza Campos Rubio, Charles Fourier: pasión y utopía, de la atracción pasional a la política sexual, Universidad del País Vasco, 1995, p.179.
2.- Desde el siglo XVIII, como ha puesto de manifiesto Foucault, se dio una verdadera “explosión discursiva en torno al sexo”, una multiplicación de discursos que no se situaban fuera del poder o contra él, sino “en el lugar mismo donde se ejercía y como medio de su ejercicio”, producción discursiva cuyos efectos de poder penetrarán los cuerpos; véase Michel Foucault, Historia de la sexualidad. La voluntad de saber, Siglo XXI, Buenos Aires 2006, p.25-47.
3.- Richard Cleminson, Anarquismo y homosexualidad, Huerga y Fierro, Madrid 1995; “Beyond Tradition and Modernity: The Cultural and Sexual Politics of Spanish Anarchism”: Spanish Cultural Studies, Oxford University Press, 1996.
4.- José Álvarez Junco, La ideología política del anarquismo español, Siglo XXI, Madrid 1991, p.44.
5.- Antonia Maymón, “Anarquismo y naturismo”: La Revista Blanca, 15 de septiembre de 1925, p.11-12.
6.- Álvarez Junco, op. cit., p.51-52.
7.- María Lacerda de Moura, “¿Tiene sexo la inteligencia?”: Estudios, diciembre de 1931, p.10-13.
8.- Julio R. Barcos, “Una moral para los dos sexos”: Generación Consciente, abril de 1929, p.169-170.
9.- Frixo Eufonia, “La trata de negros, la trata de blancas (la esclavitud, la prostitución)”: La Revista Blanca, 13 de enero de 1933, p.499-501.
10.- Mirella Larizza, Presupuestos del anarquismo de Charles Fourier, Zero, Algorta 1970.
11.- Arantza Campos Rubio, Charles Fourier: pasión y utopía, de la atracción pasional a la política sexual, Universidad del País Vasco, 1995.
12.- Federica Montseny, “La mujer, problema del hombre IV”: La Revista Blanca, 15 de abril de 1927, p.679-682.
13.- Ibídem.
14.- Mariano Gallardo, “Tendencias del instinto sexual humano”: Estudios, diciembre de 1934, p.7.
15.- Dolors Marín, “La influencia de Emile Armand en España”, introducción al libro de Émile Armand, Individualismo anarquista y camaradería amorosa, Barcelona 2000.
16.- Émile Armand, op. cit., p.61-62.
17.- Ibídem, p.57.
18.- Ibídem, p.65.
19.- María Lacerda de Moura, “Los libertarios y el feminismo”: Estudios, julio de 1932, p.15-17.
20.- Ídem, “El amor plural frente a la camaradería amorosa”: Estudios, mayo de 1934, p.22-23; “¿Qué es el amor plural?”: Estudios, abril de 1934, p.24-25.
21.- Errico Malatesta, “Amor y anarquía”, recogido en Baigorria, p.36.
22.- Así lo proponía también Armand, op. cit., p.59.
23.- Luigi Fabbri, “Lo único y la pluralidad”: La Protesta, 22 de diciembre de 1924, Buenos Aires, recogido en Baigorria, El amor libre, Anarres, Buenos Aires 2006, p.28.
24.- Emile Armand, “La educación sexual”, en op. cit., p. 50.
25.- Mariano Gallardo, “La sexualidad y el naturismo”: La revista Blanca, 30 de junio de 1936, p.54.
26.- Emile Armand, “La educación sexual”, en op. cit., p.50.
27.- Eduard Masjuan, “Procreación consciente y discurso ambientalista: anarquismo y neomalthusianismo en España e Italia, 1900-1936: Ayer 46 (2002), p.63-92; véase también del mismo autor, La ecología humana en el anarquismo ibérico, Icaria, Barcelona 2000.
28.- Mary Nash, “El neomalthusianismo anarquista y los conocimientos populares sobre el control de natalidad en España”, Presencia y protagonismo. Aspectos de la historia de la mujer, Serbal, Barcelona 1984, p.316; Masjuan, La ecología… p.233.
29.- Así lo plantea Masjuan, La ecología…
30.- “Sobre la procreación”, Generación Consciente, septiembre de 1923, p.61-62.
31.- María Lacerda de Moura, “Ley de Malthus”: Estudios, junio de 1932, p.7-9.
32.- “Rechazaré siempre todo medio artificial y fuera de las leyes de la Naturaleza que se quiera emplear para contener el desarrollo de la población; los obstáculos que recomiendo son aquellos que están conformes a la razón y sancionados por la religión”, Malthus, citado por Hildegart Rodríguez en “Maternidad Consciente”: Genética, eugenesia y pedagogía sexual. Primeras Jornadas Eugénicas Españolas, Javier Morata, Madrid 1934, p.209.
33.- Émile Armand, “Tesis individualista de la procreación voluntaria”: Generación Consciente, abril de 1925, p.2-5.
34.- María Lacerda de Moura, “La ley de Malthus”: Estudios, junio de 1932, p.7-9.
35.- Emma Goldman, “La trampa de la protección”, en Baigorria, p.51.
36.- “A modo de programa”: Estudios, junio de 1931, p.1-3.
37.- Isaac Puente, “Neomalthusianismo”: Estudios, octubre de 1930, p.2-4.
38.- Mary Nash, “La reforma sexual en el anarquismo español”, en Bert Hofmann (ed.), El anarquismo español y sus tradiciones culturales, Vervuet Iberoamericana, Madrid 1995. Sobre eugenesia en España veánse los trabajos de Raquel Álvarez Peláez, “Eugenesia y darwinismo social en el pensamiento anarquista”, en Bert Hofmann (ed.), El anarquismo español y sus tradiciones culturales, y “Origen y desarrollo de la eugenesia en España”, en José Manuel Sánchez Ron (ed.), Ciencia y sociedad en España: de la Ilustración a la guerra civil, El Arquero - CSIC, Madrid 1988.
39.- Véanse las Actas del I Simposium Internacional Félix Martí Ibáñez, Medicina, Historia e Ideología, Generalitat, Valencia 2004.
40.- “Concepto confederal del Comunismo Libertario”, recogido en Gabriel Jackson, Entre la reforma y la revolución 1931-1939, Crítica, Barcelona 1980.
41.- Félix Martí Ibáñez, “En torno a la reforma eugénica del aborto”: Estudios, enero de 1937, p.11-12; “Sanidad, Asistencia social y Eugenesia en la Revolución Social española”: Estudios, enero de 1937, p.34-38.
42.- Así lo sostuvieron feministas radicales como Kate Millet, véase Política sexual, Cátedra, Madrid 1995, p.63-69.
*Este artículo fue publicado por primera vez en Germinal. Revista de Estudios Libertarios núm.5 (octubre de 2008)