sobre Otto Gross ir aqui
Me parece acertado llamar, precisamente en estos momentos, la atención
sobre una obra que hace tres milenios ya formuló la idea de que toda la
construcción de la civilización desde la destrucción de la sociedad
matriarcal-comunista de los tiempos primitivos se basaba en un error
fundamental y que veía como misión del futuro la recuperación del bien
perdido mediante la subversión de sistema autoritativo construido desde
aquel entonces. Las palabras del incomprendido que pronunció esta idea
–las palabras más supremas que jamás se pronunciaran en la historia–
fueron distorsionadas y utilizadas a lo largo de la historia para
justificar las mismas instituciones autoritarias que había maldecido en
un lenguaje preclaro. Es precisamente ahora, cuando el renacimiento del
ideal comunista anunciado por él está comenzando a convertirse en
hechos, que quizás se empiece a comprender a este pensador...
Si uno se imagina que se encuentra solo en un pueblo completamente ajeno
y se quiere comunicar con este pueblo, entonces se verá ante el
insondable problema del esfuerzo que cada niño tiene que realizar para
aprender la lengua materna y que para el adulto resulta incomprensible.
La función intelectual de la primera infancia, en la medida en la que se
puede abarcar en el terreno de la conciencia, resulta de un rango
incomparablemente superior a las funciones intelectuales de todas las
demás etapas vitales. La etapa siguiente de la presión exterior,
adaptación y represión separa al adulto de sus inicios y cubre con un
manto de olvido aquellos primeros tiempos de la experiencia - aún no
modificada - del mundo y del propio ser. Del ser innato y de sus dones
sólo queda una imagen escondida en el inconsciente, un anhelo y una
búsqueda continua y oscura, y la proyección de las posibilidades
perdidas en lo sobrenatural.-
Naturalmente se puede partir de la existencia de semejanzas entre la
evolución del individuo y la evolución general del género humano. La
misma presión del exterior que el principio autoritario de las
instituciones y el principio de poder en los mismos individuos imponen
en cada uno, la presión que separa a cada uno de su propia
individualidad, de sus calidades y valores innatos, separa también a la
humanidad en su conjunto de su periodo inicial y del primer desarrollo
de las posibilidades innatas del género humano. Parece haber un sentido
profundo en los mitos que sitúan la raza de los superhombres en el
remoto pasado del inicio de la humanidad.
No es casual – y un hecho casi incontestable - que la escritura
alfabética fuera inventada por pueblos nómadas de cazadores del
paleolítico que no practicaban la agricultura ni la artesanía, y que en
este primer escalón de la civilización se produjera por primera vez arte
verdadero que a lo largo de muchos milenios y con la creciente
evolución en el campo de logros materiales, técnicos y políticos quedó
relegado al olvido.
De esta era inicial de una organización rudimentaria y de un dominio
primitivo de los materiales y de unas posibilidades ingentes de
desarrollo de la mente humana nos separa la larga fase del desarrollo de
la civilización, de la organización de la dominación sobre el material y
la vida mediante una carga cada vez mayor sobre los individuos y las
individualidades – es decir: el sacrificio de la propia mente en aras
del poder.
La organización de la dominación sobre la naturaleza y el hombre, la
creación de la cultura material y de las instituciones autoritarias
obliga a cada individuo a desplegar fuerzas y conocimientos especiales a
expensas del conjunto de su personalidad, le obliga a la diferenciación
específica y a la actividad al mismo tiempo que a la adaptación y a la
renuncia, dirige los afectos hacia el poder y la sumisión y no hacia la
libertad, fomenta el desarrollo de aptitudes y capacidades pragmáticas
en detrimento del experimentar y estar.-
Al igual que cada uno realiza su esfuerzo más sorprendente, el aprender a
hablar, al principio de su vida, mientras persiste la plenitud
productiva de las fuerzas libres innatas, también en la evolución del
género humano los mayores actos creativos, la formación de las mismas
cualidades humanas y la idea de la cultura, la concepción de comunidad y
comunicación, de la abstracción y de la lengua pudieran concluir antes
de que la domesticación progresiva haya podido reducir el intelecto a
facultades de dominación y sujeción.-
Las ideas más elevadas de la humanidad llegan de estos tiempos
primitivos al futuro. Nosotros las concebimos como el día venidero y
como nuestra voluntad, la antigüedad aún las vivía como memoria. Los
valores de la era humana más antigua, “el dorado periodo original”, son
definidos por el romano Ovidio, con una sencilla grandeza, como programa
ideal del futuro lejano:
“... Vindice nullo sponte sua sine lege bonum...”(1)
Conciliando acervo y objetivo lejano, la versión artística más elaborada
de la herencia de los tiempos primitivos, el Génesis de la Biblia(2),
concede el valor supremo a la ausencia de autoridad y poder dentro de
las relaciones humanas, especialmente en las relaciones entre hombre y
mujer, y define de esta manera el problema global del destino humano
desde el principio del pasado hasta la conclusión del futuro.-
No deja de ser ajeno que la presión interior impida una lectura
despreocupada del Génesis... y más ajeno aún resulta que algunas partes
especialmente expresivas no nos hayan hecho pensar más.
El Génesis expresa con unas palabras muy claras que el matrimonio y la
dependencia de la mujer son efectos nefastos de actos contrarios a la
voluntad de Dios. (A.T. III. 16).
El significado profundo de estas palabras aumenta si se repara en la
expresión que condena el acto de los primeros seres humanos que no se
puede interpretar como “maldición” o “aplicación de condenas” – la
concepción que el Génesis tiene de Dios es demasiado elevada para ello
-, sino sólo como manifestación de la comprensión divina de las leyes de
causalidad y de las profundidades del alma, como la enunciación del
efecto inevitable de una causa dada. Es decir, las palabras de Dios hay
que leerlas como: “Serás, por haber hecho esto...”, por lo que
determinan una consecuencia.
El nacimiento de la familia en su forma actual, la dependencia de la
mujer del hombre, el matrimonio patriarcal, es una consecuencia interior
– derivada de las leyes psicológicas - del pecado original. Mas en el
resultado interior del acto queda encerrada la expresión de su propia
naturaleza.
En el texto, el pecado original se designa simplemente con el símbolo
ampliamente discutido: comer del árbol del conocimiento del Bien y del
Mal. ¿Cuál es el significado de este símbolo? (II.17)
Sobre todo se constata un momento negativo. Las interpretaciones que
apuntan a un pecado de la soberbia o de la desobediencia son poco
serias. El Dios del Génesis “no es como un hombre que se enoja”.
Además: el símbolo del pecado original no hace de ninguna manera
referencia a la relación sexual. No hace falta recordar las palabras
previas: “Creced y multiplicaos”. Basta pensar en la creación de los
humanos como seres sexuales diferenciados para entender que no tiene
sentido la idea de que Dios pretendiera la renuncia a la sexualidad. Lo
que sí es indudable es que el acto prohibido interfiere en la sexualidad
ya que sus consecuencias afectan a este campo. Mas éstas son tan
características que resulta difícil errar en la conclusión del tipo de
pecado – no comprendo cómo la represión ha podido bloquear este
camino...
El efecto psicológico inmediato es la creación del pudor sexual (III:
7). Tiene que haber habido pues un acto cuya primera consecuencia es la
pérdida – a través de una modificación interior profunda - del saber de
la pureza de toda sexualidad, de la libertad magnífica de la vivencia
sexual. Dicho de otra manera, un acto que rebajaba la sexualidad, una
desfiguración de la relación interior con la sexualidad – en cada caso
un pecado contra la naturaleza y el sentido de la sexualidad.
Ahora bien, en todo el relato del pecado original se establece
implícitamente, mediante una técnica artística inalcanzable en el
tratamiento del símbolo, que cada expresión de las dos personas que
representan los primeros hombres se convierte en un hecho definitivo que
perdura. Con una fuerza apremiante se establece un nivel que no admite
que algún elemento de lo acontecido se viva como algo único y limitado
al momento. Se impone la impresión de que se trata de logros o
desviaciones de vigencia para todos los tiempos.-
De modo que las consecuencias del acto prohibido, también allí donde
sólo se narra algo que ha tenido lugar – como esta reacción automática
de la ocultación repentina de la sexualidad -, devienen una
transformación duradera y vigente hasta el presente.-
El pecado original es un acontecimiento de los tiempos originales que
modificó de forma decisiva tanto la estructura de la sociedad como el
carácter de cada persona y que ha impuesto a toda la humanidad unas
normas nuevas en el plano social y psicológico. Es decir, a este
acontecimiento se deben la negación de la sexualidad y el orden familiar
dominado por el varón.
Ya no se pueden albergar dudas sobre la naturaleza de este
acontecimiento. Éste sólo puede referirse a un solo hecho: el abandono
del libre matriarcado de los tiempos originales, que el Génesis
identifica como el error humano fundamental y que se valora como pecado
contra el espíritu y la voluntad divinos.-
El motivo dominante de la tragedia del Génesis es pues la desviación del
desarrollo de la humanidad acontecido en la fase inicial de la creación
de la sociedad hacia un orden que paraliza el desarrollo de cualquier
hecho, devenir y vivencia humanos: el cambio de orientación del espíritu
matriarcal del desenvolvimiento sin límites a la construcción de una
familia y una sociedad basadas en el principio de la autoridad.
Desde esta perspectiva, también la simbólica del relato del pecado
original en el sentido estricto, la expresión “Conocer el Bien y el Mal”
adquiere una importancia nueva.
Después de haber comprendido el problema fundamental de toda esta obra,
se nos abre sin más el contenido del símbolo que el mismo relato expresa
con una sencillez y claridad supremas. “Conocer el Bien y el Mal” sólo
puede tener un contenido: la creación de un canon de valores y normas.
Es la potencia creadora normativa divina la que necesariamente tiene que
poseer el conocimiento de las consecuencias últimas de la nueva
orientación que en el Génesis se eleva al nivel de la igualdad con Dios.
Casi huelga decir que, en oposición a lo expuesto aquí, no procede la
interpretación que percibe la aplicación de un canon de valores ya
existentes, es decir la diferenciación en bien y mal según normas
tradicionales como algo que se sitúe encima de las medidas humanas.
La culpa trágica en el drama del Génesis es que el ser humano no es
capaz de darse nuevos estatutos, poseído de motivos demasiado humanos e
incapaz de abarcar las consecuencias de su innovación, aterrorizado por
sus primeras secuelas, con su paso en falso desviando la evolución
futura y, en tanto que usurpador de competencias divinas, dictando la
ley que gravita sobre el mundo, que es obra de hombres y profanación
eterna de la obra del Señor.
Hemos podido mostrar que el Génesis habla de aquella catástrofe cultural
que convirtió el principio patriarcal en el principio dominante.
Es ésta la gran transmutación de todos los valores en la que la
humanidad imprimió el carácter autoritativo actual a su vida y con la
que creó las normas que hoy, como siempre, siguen siendo no orgánicas y
no asimilables y que evidencian su naturaleza de cuerpo ajeno
precisamente por el hecho de que siempre y en todas partes son la fuente
de ilimitados conflictos interiores y de todas las formas de
autodestrucción por enfermedad y decadencia.
La ciencia actual de la prehistoria atribuye la creación del orden
patriarcal a un número excesivo de mujeres capturadas como esclavas y ha
encontrado argumentos de peso para esta hipótesis en los viejos usos
del matrimonio, en las leyendas y ceremonias de los raptos, etc. Sin
embargo, hay que objetar que estos actos de violencia, de cuya realidad y
universalidad no se puede dudar, también se podrían explicar – y
hacerlos de esta manera psicológicamente más inteligibles - como efecto
secundario de un deterioro ya en curso del antiguo matriarcado.
Es decir, según la prehistoria moderna un acto de violación perpetrado
por el hombre sería el verdadero pecado original, el inicio de la
catástrofe. Según la versión del Génesis fue la mujer la que, aconsejada
por un principio malo – yo diría un símbolo del inconsciente - dio el
primer impulso para crear el nuevo orden moral y jurídico cuyas
consecuencias insospechadas eran la degradación de la sexualidad en un
objeto del pudor, el establecimiento del patriarcado sobre la base de la
destrucción de la libertad y de la dignidad humana de la mujer, y, como
aire espiritual del mundo transformado - solo esto puede ser el sentido
de las palabras divinas dirigidas a Adán! - la desolación interior de
la actividad humana, también para el hombre, y el hundimiento del
espíritu en la gravedad de materialidad terrenal.
El texto del Génesis reza que la mujer espera que el cambio previsto
traiga comodidades y ventajas - se deja claro que se trata de ventajas
nimias - y que por eso parte la fruta. No puede tratarse de una
casualidad: nos vemos ante el símbolo antiguo y universal de cerrar un
trato...
Queda por analizar la psicología que actúa aquí. Podemos reconstruir sus
rasgos esenciales a partir del cuadro general de la sociedad matriarcal
y de las condiciones de su ocaso.
El problema inicial y principal de toda economía es la utilización de
una aportación suplementaria de trabajo exterior para permitir a la
mujer asumir sus funciones maternas. La solución comunista de este
problema es el matriarcado que, al mismo tiempo, es la forma más
perfecta de la socialización ya que libera a cada uno y une a todos al
convertir el mismo cuerpo social en centro y garantía de la libertad
individual más elevada.
El matriarcado no impone barreras o normas, ni moral o control a la
sexualidad. Desconoce el concepto de la paternidad y no precisa su
comprobación en el caso concreto. Acepta la maternidad como el mayor
trabajo prestado a la misma sociedad en tanto que representante legal
legítima de las futuras generaciones y traslada a la sociedad la
obligación de la compensación material; es decir, no tiene motivo para
evidenciar la paternidad, justo lo contrario de lo que ocurre en el
patriarcado que se basa en la determinación de un sujeto responsable y
obligado a pagar y que, por tanto, necesita convertir las condiciones
indispensables para conseguir tal evidencia - en primer lugar la
obligación de la exclusividad sexual - en el contenido de su moral y de
sus instituciones.
He aquí la diferencia decisiva y esencial. El matriarcado sitúa el
conjunto de los derechos y obligaciones, de responsabilidad y vínculo,
entre los individuos en un lado y la sociedad en el otro. La institución
patriarcal, en cambio, desplaza el centro de gravedad al vínculo
jurídico entre los individuos.
En el poderío del matriarcado toda entrega individual sólo puede hacerse
valer en la relación del individuo con la sociedad y toda sensación de
poder sólo existe en la colectividad.(3) En la relación mutua de los
individuos se da el espacio para desarrollar unas relaciones que pueden
mantenerse como fin en sí y que están libres de aspectos de autoridad y
poder. El matriarcado no contamina las relaciones entre los sexos con
obligaciones, moral y responsabilidad, con imperativos económicos,
legales o morales. No conoce el poder ni la sumisión, ni la ley
contractual, ni autoridad, ni matrimonio o prostitución.
Resulta harto difícil imaginarse los motivos que podían haber llevado a
abandonar un orden positivo de estas características. Este hecho sólo se
hace concebible partiendo de la negación recogida en el Génesis: que en
el momento de la transformación no se alcanzaba a ver sus
consecuencias. El Génesis ve precisamente en la empresa de inaugurar
nuevos vínculos y, con ello, nuevos valores cuyas secuelas eran
imprevisibles, la arrogación de la espiritualidad divina. La
intervención sin distancia en la obra divina, el orgullo desmesurado de
un intento de esta índole, constituye la culpa trágica para el Génesis,
por lo que basta la elaboración del motivo para cumplir con la necesidad
artística de su exposición. Por eso el Génesis se limita a indicar que
la mujer se esperaba una ventaja de la introducción de un elemento legal
y contractual entre los sexos.
Un tal espíritu supone la existencia de un periodo de transición, lleno
de transformaciones civilizadoras e innovaciones técnicas, dentro de un
ambiente de una incertidumbre naciente, un periodo de variaciones, lleno
de caos de desviaciones y nuevas posibilidades. Se trata de uno de
aquellos periodos, que para nosotros que llevamos el peso de nuestra
historia, representan el horizonte de la esperanza, pero que situaban al
borde del abismo a una humanidad a punto de perder lo mejor sin poder
ganar nada comparable a cambio.
El punto crítico del matriarcado – también podríamos decir: la sociedad
comunista a partir de su unidad más pequeña – es su complejidad social;
la cohesión interior de los grupos que permite su establecimiento es al
mismo tiempo la condición de su existencia. Reconstruirla sobre una base
más amplia será la tarea principal en los tiempos venideros para
rectificar la culpa original de haberla abandonado a la hora de la
primera ola de incremento de complicaciones sociales...
Seguramente era una fase en la que el aumento del aprovechamiento de los
recursos naturales parecía aconsejar la introducción de un sistema
económico descentralizado. Era la primera sublevación del individualismo
económico contra la vieja moral social: el nacimiento de la propiedad.
Parece que el Génesis la relaciona también con el descubrimiento de la
agricultura – así al menos se podría explicar la alusión al trabajo de
la tierra a la hora de la predicción de la desdicha a venir.(4)
Un periodo de desintegración social pues en el que se corrompe tanto la
estructura social como el sentimiento de relación natural entre los
individuos, la moral elemental. Este periodo de incertidumbre exterior e
interior puede ser el contexto en el que la mujer, para afrontar la
situación difícil de la maternidad, puede llegar a esperar una mayor
seguridad y un apoyo más fuerte por parte de un individuo y puede llegar
a pensar que estaría más segura y materialmente mejor situada si un
solo individuo se responsabilizara de este apoyo. Contrato individual en
vez de la garantía social hasta entonces natural... Persiste el
problema de la contrapartida.
Todo el error del nuevo orden, todo el conflicto moral irreductible de
la nueva moral, se concentra en este momento de la contrapartida. La
contrapartida de la mujer para el apoyo económico por parte del
individuo es fundamentalmente la sexualidad, y esta utilización de la
sexualidad es el pecado contra la sexualidad del cual el Génesis nos
muestra sus consecuencias inmediatas: la transformación de las
sensaciones hasta tal punto de concebir la sexualidad como un objeto de
pudor.
Es decir, el contenido de la nueva relación legal es que la mujer se
vende en forma de prostitución y matrimonio y su primer resultado
directo es el pudor sexual.
La consecuencia siguiente es la familia autoritaria, el elemento constitutivo de la autoridad como institución.
Es, sobre todo, un elemento accesorio inevitable que convierte la venta
de la sexualidad en esta desgracia con secuelas terribles que origina la
desviación hacia la vergüenza sexual. Esta consideración casi parece
demasiado evidente: para que un acto se pudiera convertir en un objeto
de compra, para poder reclamar una indemnización por un acto común, en
primer lugar se tiene que poder negar que el acto común pude haber
servido a un interés común y puede haber nacido de un deseo común.
Dicho de otra manera, por parte de la mujer que ha de ser resarcida de
la sexualidad, la sexualidad ha de ser presentada como un mal, como algo
que ella misma no desea, sino que sólo aguanta, a diferencia del
carácter activo de la sexualidad masculina que se ha convertido en un
fin en sí. De esta manera empieza a instaurarse una ficción que domina
todo, que a lo largo de las generaciones se inscribe cada vez más hondo
en el inconsciente y se considera cada vez más como algo dado por la
naturaleza y una diferencia innata entre los sexos – la ficción de la
oposición y de la imposibilidad de comprensión entre hombre y mujer; de
esta manera se instaura la coacción a un comportamiento activo y pasivo,
respectivamente, la obligación de la mujer al recato mentiroso y el
derecho del hombre a la brutalidad posesiva – de esta manera empieza a
instaurarse sobre todo el espantoso principio de que la sexualidad como
tal es un mal y un acto alienado que una parte sufre y que la otra
adquiere o impone, una colisión entre dos egoísmos en vez del símbolo
natural de la abolición de las fronteras entre yo y tú.
El pudor sexual, la expresión abrumadora del conflicto del ser humano
con todo lo que tiene de verdadero y vivo en sí, es la señal evidente de
una sexualidad que ha dejado de ser de interés mutuo. Su lugar ha sido
ocupado por una lucha entre intereses opuestos, es decir, una lucha por
el poder, en virtud del cual la voluntad de poder se convierte cada vez
más en un fin en sí, en un automatismo que acaba convirtiendo la lucha
entre los sexos en un hecho natural.
La interminable lucha por el poder crea sus propios límites y coacciones
exteriores dentro de una relación de autoridad claramente definida.
Al mismo tiempo, la sociedad ha dejado de ofrecer al individuo otras garantías esenciales que no sean las materiales.
Con el desarrollo del individuo en tanto que entidad económica se pierde
la posibilidad de desarrollo de la individualidad y la posibilidad de
relaciones verdaderas cuya condición previa es la interacción
enriquecedora de dos individualidades intactas. La lucha individual por
el poder, sobre todo en forma de propiedad, adquiere su forma duradera
en la sociedad por intermediación de un estado de equilibrios más o
menos estable, el derecho que, tal como sabemos desde Nietzsche, es un
sistema de compensación entre quienes tienen poderes parecidos. De esta
manera se ha consolidado el orden familiar y social basado en la
autoridad y el derecho, el reconocimiento principal de la lucha de
intereses de todos contra todos, ora en forma latente, ora en forma
manifiesta – “hasta que te vuelvas a convertir en polvo”.
El pensador que descubría el error de la evolución general de la
civilización debía tener una conciencia sobrehumana para poder prever la
catástrofe irremediable y, como consecuencia, el reencuentro del ser
humano consigo mismo y su renovación.
Efectivamente propagó por el mundo un pensamiento que con las
deformaciones más extrañas y con las interpretaciones más absurdas y, en
parte, más grotescas ha venido pasando de generación en generación: el
pensamiento de la redención.
Tanto para el Génesis como para nosotros, la redención sólo podía y
puede tener un significado: la abolición de todos los efectos del camino
de evolución que la humanidad tomó desde su abandono de la sociedad
matriarcal comunista de los tiempos originales y desde la constitución
de la familia y de la sociedad en base a la autoridad y la jerarquía.
El Génesis anuncia el advenimiento de la redención mediante la elevación
interior de la mujer. La mujer machacará la cabeza del mismo principio
del mal por el que el monstruoso error penetró en el mundo: el principio
de poder, dentro de todas las relaciones humanas, transformado en
equilibrio de la lucha perpetua de poder, solidificado en una fría
tranquilidad de derechos y deberes, el principio estéril de la
autoridad.
El Génesis tendrá razón: la renovación verdadera e indestructible será
realizada por la revolución que destruya el principio original de la
autoridad y que aporte una solución comunista al problema original de
toda economía. Se tratará de la revolución que inicie la transformación
desde el interior y que vuelva a encargar el entramado económico de la
sociedad con el cuidado de madre y niño.
Esta revolución que reconducirá la economía a su razón fundamental y a
la sociedad a grupos que representan sus unidades naturales tiene que
estar inspirada por un espíritu que, superando las necesidades de
subsistencia y esquivando la voluntad de poder, reconozca en la libertad
la única posibilidad para establecer relaciones humanas verdaderas y
que regale a cada uno el bien supremo, no tanto de su libertad
individual, sino de la libertad de todos los demás.
La verdadera liberación de la mujer, la abolición de la familia
patriarcal existente mediante la responsabilidad comunitaria y social de
la maternidad, restituirá el interés vital de cada uno en una sociedad
que le garantizará la posibilidad de la libertad suprema e ilimitada, y
cada uno, independientemente de donde venga, tendrá el mismo interés en
combatir las instituciones que conocemos hoy día.
El trabajo preparatorio para tal revolución tiene que originar la
liberación de cada uno del principio de autoridad interiorizado, la
liberación de toda adaptación al espíritu de las instituciones
autoritarias que nos fue inculcado en el transcurso de una infancia en
el seno de una familia autoritaria, la liberación de todas las
instituciones que el niño había adoptado de personas de su entorno que
estaban enfrascadas en la eterna lucha por el poder tanto contra él como
entre sí; la liberación de todo rasgo servil que padece
indefectiblemente cualquiera que ha pasado una infancia de estas
características: la liberación del mismo pecado original, de la voluntad
de poder.
Lo más abrumador de aquel pensamiento tremendo que abraza un mundo y su
historia con la idea del pecado original y de la redención es que todo
lo que nos podemos imaginar como logro supremo, lo que podemos esperar
como mayor transformación posible, lo que nos podemos fijar como la meta
más lejana, no es más que la reparación de un error humano, la
recuperación de un bien y nivel humanos perdidos en tiempos
inmemoriales, la liberación de una culpa heredada y de la maldición de
sus efectos. Ninguna creación realmente nueva, sólo, como máximo, el
reconocimiento cabal de un error total en todo y desde los tiempos
primitivos, una re-transmutación de todos los valores, la voluntad de
reconstruir la base antigua de las relaciones, de la sociedad y de la
evolución cultural que podrá empezar a partir de entonces.
De todo lo que la humanidad ha conseguido en su largo camino - si se
viene abajo en la gran lucha – nos podemos desprender. Lo más supremo
que el intelecto ha realizado hasta ahora ha sido el descubrimiento de
un solo individuo hace tres milenios de que todo, absolutamente todo, es
error, desviación y crimen y que el acto supremo y redentor será la
abolición de toda esta evolución y de todo por los actuales.(5)
Pero nosotros, cuya vida ya no tiene otro sentido que combatir hasta el
fin todo lo existente, tenemos el derecho de afirmar que este individuo
es - de los nuestros.
(1919)
NOTAS:
(1)“Sin ley ni autoridad, el bien por su propia voluntad...”
(2)Para mejor comprensión del texto del Génesis conviene avanzar la siguiente observación:
De entre las dos variantes sobre la creación de la mujer, la segunda –
la historia con la costilla – incluso sin la demostración filológica,
sólo por el contenido y el espíritu del episodio y por su contradicción
con la primera redacción, se revela como versión posterior e insertada
como un cuerpo ajeno. Para la creación de la mujer sólo tenemos en
cuenta las palabras: “... Dios creó al hombre a su imagen, a su imagen
creó un hombre y una mujer, y les dijo: "Creced y multiplicaos..."
(3)El poder, en tanto que elemento supra-individual soportado por el
conjunto de la sociedad unificada en la comprensión universal entre sí,
se expresa para nosotros en el símbolo ingente de la construcción de la
torre de Babel.
(4)El juicio negativo sobre la agricultura no se puede clasificar de
forma terminante como una interpretación literaria de una casta de
nobles de origen beduino. Tampoco satisface el intento de explicar la
palabra de este pensador exclusivamente como expresión de orgullo de un
noble.
(5)Parece que tenemos la posibilidad de reconstruir el peculiar ambiente
histórico cultural que puede haber dado el primer impulso para formular
la idea del Génesis. El pensador estaba sin duda implicado en la lucha
que oponía el monoteísmo autoritario y teocrático del profeta al culto
de Astarte y que decidió sobre el destino del antiguo Israel y de su
esfera de influencia al parecer ilimitada. En el culto de Astarte se
habría concentrado en aquel entonces todo lo que quedaba de la libertad y
dignidad de la mujer. La orgía como acto de culto seguía defendiendo la
valoración positiva que la sociedad matriarcal libre hacía del momento
sexual como tal, y la investidura litúrgica de mujeres mantenía vivo el
antiguo espíritu de la soberanía femenina. Para someter el culto de
Astarte, los profetas crearon el monopolio religioso del varón en la
liturgia judaica que fue el origen para el desprecio de la mujer en la
ideología judaica y, a partir de ella, en la cristiana y musulmana. Las
concepciones del judaísmo tardío se alinearon con el helenismo en esta
misma dirección, en el primer terror blanco, dirigido contra la libertad
de la mujer.
En la lucha de los cultos antiguos contra los profetas -la primera y la
mas violenta organización de la voluntad de poder dentro de la religión,
en el cual el heroísmo cultural del antiguo Israel sucumbió- el poeta
del Génesis percibió la última llama del combate de la humanidad, el
final de la gran disputa por el viejo ideal del matriarcado. Veía su
desenlace inevitable, el comienzo de un periodo largo de autoridad
patriarcal y el nacimiento de una civilización sobre esta base que
predominaría durante épocas incalculables; y veía a través de los
milenios la maduración interior de la humanidad bajo una opresión
creciente hasta el cambio ineludible, el renacimiento de la misma lucha
que se estaba apagando delante de sus ojos.
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