domingo, 23 de diciembre de 2012

La Sexualidad y el Naturismo* x Mariano Gallardo

Hace unos meses, en una revista natunsta española emprendí una polémica sobre cuál será el criterio naturista en materia sexual. No pude terminarla debido a la limitación de criterio del director de la revista en que debatíamos la cuestión.

Para mí, en el dominio del amor no deben establecerse reglas generales, ni una fórmula única para todos válida.

Lo mismo que en carácter no somos todos iguales, así también en temperamento sexual no son todas las personas del mismo modo.

Lo que para unos puede constituir un vicio, una depravación, para otros puede resultar una cosa completamente natural y normal.

Yo creo que en la Naturaleza no hay nada sistemático ni rutinario. Reglas generales hay pocas. Lo que abunda son principios particulares. Puede decirse que cada unidad viviente se
rije por una ley especial. Esto es lo que constituye el rasgo singular que da personalidad peculiar al individuo.

La individualidad no es privativa de esta o de aquella manifestación biológica del individuo, sino que se proyecta en todos los dominios de la personalidad de éste.

Lo mismo que en cada persona hay una personalidad física, y una personalidad sentimental, y una personalidad intelectual, hay también una personalidad sexual. En amor no somos todos iguales. Como no lo somos en inteligencia, en sentimientos, en carácter, etc.

Hay mujeres poliándricas, hombres monógamos, mujeres que se bastan con un solo amor y hombres que precisan varias mujeres.

Al lado de éstos están las mujeres y los hombres que no precisan el amor, viviendo muy bien sin mantener relación sexual de ningún género.

Ante este variado panorama erótico, ¿cuál será el proceder natural y lógico en materia de relaciones sexuales, para todos los humanos?

¿Será la monogamia indisoluble? ¿Será la abstinencia sexual? ¿Será la pluralidad erótica?

Una fórmula de amor única para todo el mundo, es un desatino, y no tiene nada de
naturista.

Lo natural, creo yo, es que cada cual tome el camino que más de acuerdo esté con su peculiar manera de ser.

El que se sienta monógamo, que lo sea. La mujer que precise tres maridos, que los tenga.
Y la que no quiera casarse, que no se case.

Esto es lo natural. Lo que no tiene nada de naturista es observar toda la vida abstinencia sin haber nacido para vivir apartado — o apartada — del amor.

Todo lo que sea violentar las tendencias naturales del individuo no tiene nada de natural.

Imponer la monogamia a quien no desea el amor, es tan antinaturista como reprimir sus deseos eróticos quien siente necesidad de amar.

La represión sexual en la persona que no siente la abstinencia, es una violencia tan repulsiva
como la de limitar a un solo amor la experiencia erótica del individuo con temperamento
sexual pluralista.

Cortar en el dominio amoroso un patrón único para todas las personas, es un proceder ilógico, anticientífico, irracional, que no tiene nada de naturista.

Cuando en los aspectos físico, intelectual y moral no hay dos personas iguales, se nos quiere hacer pasar como pauta naturista la imposición a todo el mundo de una fórmula de realización sexual común y exclusiva a todos los humanos.

Cuando en los demás dominios no hay una persona igual a otra, ¿cómo es posible que
todas sean iguales en el dominio de la sexualidad?

Esto es absurdo. Por eso estimo que el criterio naturista en materia sexual es la aceptación
de una libertad amplia en la que quepan tantas manifestaciones de la sexualidad como caracteres amorosos puedan darse en las unidades humanas.

Nada más. Sólo esperamos que se nos quiera comprender.

*Extraido de La Revista Blanca. No. 386. Barcelona, 30 de Junio de 1936. Pg. 54

La construcción de la identidad personal* x Capi Vidal

Si el anarquismo realiza una crítica permanente a las instituciones estatales, basadas en reglas y códigos rígidos e inamovibles, es interesante llevar esa crítica al terreno de la persona y su psique. Así, la «institucionalidad» de los elementos que configuran nuestra identidad personal puede ser un impedimento para diferenciar y elaborar nuestro campo perceptual. El estatismo político y social tiene su analogía en las normas y códigos que podemos construir a nivel personal y que nos llevan igualmente a dificultades, distorsiones y dogmatismos. Algunos expertos han insistido en que las ideas nunca deben ser «institucionalizadas», muy al contrario, deben permanecer en constante revisión y ser reemplazadas para promover nuevas formas de organización. Es una concepción anarquista, es decir, dinámica y cambiante, tanto de la sociedad como de los procesos de construcción personales. El objetivo final de una identidad personal emancipadora es permanecer siempre fresco y abierto, preparado para enfrentar la realidad, en cada momento, con formas nuevas y efectivas, sin vínculos rígidos con reglas preestablecidas. Llegamos aquí a un debate irresuelto en la historia del pensamiento humano: la diferencia entre las convicciones morales (la ética deontológica) y la valoración de las conductas por sus consecuencias (la ética teleológica). Parece ser que, finalmente y frente a todo intento de preceptos y conceptos preestablecidos, son las experiencias de relaciones humanas y la interacción social las que acaban impulsando y orientando el desarrollo moral. Así, los patrones de moralidad se entenderían como construcciones que los individuos realizar para ordenar sus interacciones. Las regulación de las conductas humanas constituyen un complejo conjunto de normas, las cuales abarcan desde las que son indispensables para la convivencia cotidiana hasta los más altos imperativos morales; es por eso que se ha insistido en que esa dicotomía entre hechos y valores, entre el «ser» y el «deber ser», resulta falsa y no puede establecerse una rígida línea de separación entre los dos polos.

En el proceso de construcción de la identidad personal, se busca la autonomía moral y la maximización de las oportunidades de emancipación del sujeto. El objetivo es, a un nivel pedagógico, no solo el desarrollo de habilidades y la ejecución de tareas, también la capacidad de afrontar y comprender las situaciones problemáticas que el sujeto va a encontrar una y otra vez. Más que nunca, es necesaria la formación de un sentido crítico en el sujeto, lo que contribuye a su crecimiento autónomo y al proceso de formación de una identidad auténticamente personal. Desarrollar el sentido crítico y la autonomía es dejar a un lado todas las presiones ambientales de naturaleza sociocultural; se entiende que es una crítica positiva que trata de diferenciar lo que es valioso de lo que no lo es. Por supuesto, esa capacidad crítica del sujeto depende de la calidad de las interacciones con el medio social, de la cultura que se le presenta y de la manera en que se hace. El sujeto crítico busca con su reflexión una posible verdad, pero sabiendo que no existe ninguna absoluta; del mismo modo, se evita la «institucionalización» de una idea inmutable. Por otra parte, el sentido crítico no se construye adecuadamente sin el conocimiento reflexivo de ciertos hechos personales y sociales, los cuales pueden hallarse en polémica desde el punto de vista de los valores y requieren ejercicios prácticos de juicio, de comprensión y de transformación. Una comprensión crítica de la realidad requiere, tanto de un desarrollo de habilidades morales, como de una capacidad de modificarlas en base a la argumentación, el debate y la discusión. Es por eso que el intercambio de ideas y opiniones constante, en aras de llegar a un entendimiento, lleva a la evitación de todo dogmatismo y autoritarismo.

Recapitulemos. No existe propiamente sujeto, identidad personal, sin los otros, los cuales contribuyen de manera decisiva a su propia configuración. De sus relaciones con la comunidad, la persona toma modos de ser y estilos de hacer, desarrolla unas capacidades e inhibe otras, en suma, forma su identidad. Somos animales simbólicos, es decir, seres capaces de innovar y de crear; es por ello que han ido aumentando las posibilidades de acción racional, de los individuos y de la especie, gracias a esas grandes capacidades de aprendizaje. También nos define como humanos nuestra capacidad de actuar, lo cual a veces se manifiesta como incertidumbre o es incluso pernicioso, ya que en no pocas ocasiones las elecciones se realizan en contextos de fatalidad. Así, se ha asumido la complejidad e incertidumbre de los fenómenos humanos o, lo que es lo mismo, del fenómeno moral. La tradicional diferenciación entre una ética de las convicciones y una ética consecuencialista ha dado paso a una especie de síntesis entre ambas, lo que ha apoyado una educación basada en la autonomía moral de la persona y en el desarrollo de su sentido crítico, basado en la capacidad para revisar viejas convicciones, en transgredir todo legado cultural y en buscar nuevas argumentos racionales en un sentido siempre dialógico. Por otra parte, esa preocupación por las actitudes individuales, por la construcción de una identidad personal no erosionada por fuerzas externas ni colectivas, es paralela a una realización de la libertad que exija la moralización de las instituciones, las costumbres y los hábitos sociales.

*tomado de  http://reflexionesdesdeanarres.blogspot.com.es/2012/07/la-construccion-de-la-identidad.html

jueves, 20 de diciembre de 2012

Llamamiento y Otros Fogonazos

"Porque entonces los humanos llegan a la madurez y tienen en sus gestos la soberanía del niño...El maná fluye, reinventemos la magia...Queda apostar por la existencia de otra posibilidad, un delgado filo, pero suficiente para que podamos caminar por él, suficiente para que todos aquellos que escuchen puedan caminar y
vivir en él."
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miércoles, 7 de noviembre de 2012

Centros sociales okupados: Islas de resistencia social

Los Centros Sociales OKupados son islas de resistencia social autogestionadas, completamente opuestas a la dictadura explotadora del Estado y su incapacidad de solucionar los problemas con los que nuestra sociedad sumida en una crisis terminal se enfrenta.
Son espacios liberados donde se da rienda suelta a la cultura, el arte y la creatividad, donde priman valores como la igualdad, la horizontalidad y el respeto.

 

domingo, 21 de octubre de 2012

¿Decrecimiento? x Clément Homs


El "decrecimiento" es percibido como una consigna más que como un programa consistente o como un proyecto de sociedad. Los debates en el seno de estructuras asociativas que van apareciendo poco a poco se preguntan sobre el sentido mismo de este término un tanto ambivalente: por una parte constatamos a la vez la carga radical de emotividad y de reacción reveladora en nuestro imaginario que suscita su utilización; por otra parte constatamos igualmente, la incomprensión y el malentendido sobre el verdadero objetivo que suscita este término. En resumen, diremos que "decrecimiento" es un movimiento naciente pero que a la vez está calando en la sociedad aunque también sufre mucha incomprensión e incluso un rechazo radical[1]. El debate sobre la utilización de este término, iniciado en el seno del movimiento, continua, lo que pudiera desembocar en una reformulación del término (quizás bajo el nombre de "política de civilización" como lo defiende E. Morin por ejemplo, utilizándolo para oponerlo a lo que Besson-Girard llama la "descivilización material"[2]). Sea como sea, el término "decrecimiento" tiene el mérito de hacer reaccionar y atacar en su núcleo duro, en el ojo del huracán, a la "mega-máquina" capitalista, es decir, a la ideología irreal del crecimiento infinito del PIB, del petróleo y de la propaganda publicitaria. Hay que recordar desde el principio, para evitar todo malentendido, que al hablar de decrecimiento lo referimos al crecimiento del PIB y no al sentido metafísico que comúnmente lo damos al término de "crecimiento". Los objetores del crecimiento no combaten el sentido metafísico del término crecimiento (crecimiento espiritual, crecimiento de los vínculos sociales, crecimiento del individuo que da lugar al arte, la música, la gran cultura, la ética, la religión). Proponemos, inversamente al crecimiento del PIB, la rabiosa intensificación de la auto-realización de la vida en cada uno de nosotros, de "ser uno mismo", de este "crecimiento interior y estar contento consigo mismo" que conforma nuestras ansias vitales. Porque esta vida frugal, convivial, intensa, que desborda de vitalidad misma no se puede confundir con el objetivo del saber científico. Porque a esta vida no le da sentido la biología, sino que le da sentido una vida verdadera, es decir una vida que transcurra sin distancia ni diferencia con nuestra infinita ansia interior[3]. Este punto es fundamental para evitar que a los objetores del crecimiento se nos etiquete de "reaccionarios", "vichystas", "prehistóricos", o incluso como partidarios de un "retorno a la edad de piedra"...Insistamos: lo que criticamos es el Becerro de Oro de la ubicuidad planetaria pero también de la izquierda tradicional, que es la creencia en la virtud benefactora (en el sentido material, existencial e incluso moral) del aumento del PIB. El crecimiento del PIB no implica ni "felicidad perpetua", ni progreso moral, ni embriaguez vital en sí misma. ¡Y sin embargo esto es lo que nos han venido prometiendo todos los Adam Smith de la Tierra desde el siglo XVIII...y aun hoy prometen todos los discursos patronales, publicitarios y políticos tanto de la derecha como de la izquierda!.

Las leyes que guían nuestra acción no son las leyes del mercado, de la matemática, de la biología o de los cuerpos celestes, sino que son las leyes estéticas de la sensibilidad, las leyes del don, de la imitación, de la simpatía y de la empatía, las leyes de la ética y de la responsabilidad que tienen su fundamento en "el-mundo-sensible-de-la-vida" (vida no en un sentido biológico sino en el sentido fenomenológico). Nosotros no somos por tanto ni "tecnófobos" ni "anti-científicos", sino que criticamos la ciencia que se considera sola en el mundo y que se comporta como tal al convertirse en técnica. Defendemos la vuelta al momento histórico que precedió a la conmoción ontológica que supuso que la acción dejara de obedecer a las prescripciones de la vida para someterse a los principios de la eficacia[4]. Lo que combatimos, no es la ciencia o la técnica (lo que sería un tanto absurdo), sino esta creencia según la cual la ciencia es el único forma de acceder al conocimiento[5]. Para nosotros, junto al saber científico, también hay un lugar para el saber de la vida en sí misma.

Si observamos la genealogía intelectual de las ideas sobre el decrecimiento, vemos que el primero en utilizar este término fue un alumno de Schumpeter, el economista de origen húngaro Georgescu-Roegen. El término "decrecimiento" del PIB, proviene directamente de la bio-economía, del que fue fundador; no se trata entonces de un slogan vacío ni se cae por su propio peso como un pájaro ya muerto al salir de su cascarón...Georgescu-Roegen funda la bio-economía al transferir los principios de la termo-dinámica a la ciencia económica[6]. Su tesis principal es que la reflexión sobre los objetivos de la economía (ya sea esta de orientación clásica, keynesiana, marxista...), es decir la ciencia económica en su sentido más amplio, descansa desde sus raíces sobre lo impensado de su propio fundamento: la materialidad de lo existente. La economía, denominada según la propia etimología griega del término como "ciencia de las leyes del lugar", abstrae totalmente de la realidad la finitud de la naturaleza. La ciencia económica desde sus inicios se coloca en la vía inmaterial apartando por completo la materialidad ecológica. La realidad tal y como es pensada por los economistas (marxistas, liberales, neo-keynesianos...) es fundamentalmente una realidad social y económica. Este "monismo ontológico"[7] conforma hoy en día todo el espacio intelectual del que se nutren todas las ciencias humanas, económicas, sociales, independientemente de sus tendencias y divergencias internas.

El hecho de abstraer la finitud de la naturaleza, entraña pronto un nuevo imaginario del crecimiento sin límite, la idea según la cual siempre podremos tirar sobre el "capital natural" (¡y sin embargo finito!): es la ideología productivista, que no se limita al propio capitalismo occidental, sino que se extendió también al "capitalismo burocrático" (en expresión de G. Debord), es decir al comunismo real.


Hoy en día esta tensión entre la ciencia económica y la naturaleza, desembocará o ya ha desembocado, en el expolio/estrago del Planeta. La tesis en boga y ya predominante cuando se citan los grandes del capitalismo está ya consensuada, y es que no hay necesidad de salir del sistema económico, de cambiar las estructuras de nuestra vida cotidiana, sino que habrá que utilizar la técnica y la ciencia (y sin embargo fuente misma de nuestro desequilibrio actual cuando son consideradas como el único medio de acceder al saber) para permitir que este sistema muerto que es la organización actual de nuestras sociedades, sobreviva. Es la tesis del desarrollo sostenible[8].

El mensaje fundamental que aporta la tesis del decrecimiento en la actual escena política, y sin el cual no estaría del todo claro la razón de ser de tal movimiento, es el de rebelar la aporía de las "falsas buenas soluciones" del desarrollo sostenible. Por tanto avanza la tesis del "efecto rebote" al criticar la trampa que supone el ahorro realizado con las energías alternativas (bio-carburantes...): el efecto del crecimiento del volumen es más importante que la reducción de la fuente del factor de contaminación. La utilización de energías alternativas en una sociedad de crecimiento es contra-productivo, y no hará más que aumentar el volumen global de contaminación emitida. El problema del desarrollo sostenible es que es un verdadero y trágico engañabobos, porque no es capaz de vislumbrar que el crecimiento anula por completo, por efecto del volumen, los efectos positivos de sus directivas. Las soluciones científicas y técnicas son por tanto un engaño porque no son nunca suficientes. Lo peor es que las reducciones en origen de los factores de polución que se realizan, son perdidas debido al incremento del volumen de los factores de producción reducidos: es el efecto contra-productivo que anula los efectos beneficiosos conseguidos. Con el desarrollo sostenible se consigue dar rienda a los excesos tecno-científicos que nos llevan a la catástrofe ecológica mayor y/o al "accidente integral"[9]. El decrecimiento lanza la idea de que no es solamente necesario cambiar el nivel de los factores de polución en origen (tesis del desarrollo sostenible y hoy en día del capitalismo internacional), sino que sobre todo es necesario cambiar nuestros modos de vida en lo concreto de cada acto, de cada saber-hacer cotidiano (praxis), ligando por tanto su proyecto al situacionismo, que no tenía otro fin como tal, que el de transformar los elementos de la vida cotidiana en un sentido revolucionario[10]. Por tanto no solo necesitamos derrocar al capitalismo, necesitamos también una "inversión civilizacional" (E. Morin). ¡No nos hace falta solamente una política, sino también una meta-política!. Una gran transformación de nuestros imaginarios.

Georgescu-Roegen no es ni de lejos, el único intelectual precursor del decrecimiento. Otras figuras de proa del movimiento han sido por ejemplo Karl Polanyi (la Gran Transformación), Marcel Mauss (el paradigma del don), Pierre Clastre (la sociedad contra el Estado), Ivan Illich (sobre la educación, el desarrollo, la técnica...), Jacques Ellul (sobre la técnica, sobre las estrechas relaciones entre el anarquismo y el cristianismo), Edgar Morin (sobre la ambivalencia del progreso), François Partant (sobre el desarrollo), Bernard Charbonneau (sobre la adaptación/desadaptación a un territorio), André Gorz (sobre Illich, la ecología política y la economía de lo inmaterial), Serge Latouche (sobre el antiutilitarismo), Alain Gras, Mario Buonatti, Gilbert Rist, Pierre Rabhi, Marie-Dominique Perrot, Jacques Grinewald...El decrecimiento nace de la crítica al desarrollo que es la crítica a las políticas de desarrollo entre los años 1950-1970 en los países "sub-desarrollados". Después de 1992 cuando el concepto de "desarrollo sostenible" se ratifica en la cumbre de Río, las críticas al desarrollo han reconocido en este nuevo concepto, una mutación ecológica del concepto de desarrollo: de ahí la consigna proferida: "¡Abajo la impostura insostenible del desarrollo sostenible!"

Este movimiento[11] nacido en muchos casos de una corriente "tercermundista" crítica sobre sí misma, se ha propuesto sobrepasar la propia crítica al capitalismo para hacer una crítica de las políticas de desarrollo[12], o como afirma E. Morin, de la civilización misma.
Hoy en día, una parte del movimiento ecologista radical nacido de la crisis suscitado por el balance de participación de los Verdes en la Izquierda plural, ha sabido hacer fructificar este nuevo movimiento radical y sin concesiones a los poderosos. Un poco por toda Francia, grupos de "objetores del crecimiento" se constituyen en "talleres" de reflexión, que comparten e intercambian para subvertir en lo concreto los deseos comunes evitando radicalmente las redes de producción y de distribución capitalista. Es el caso del movimiento A.M.A.P. en Francia o la constitución de huertos ecológicos colectivos en las afueras de las ciudades. Allí se están produciendo experiencias de auto-producción realizadas por mediación de empresas cooperativas de auto-gestión o de comunidades agrícolas. Un poco por todos los lados, los objetores del crecimiento practican la simplicidad voluntaria, una forma de sobriedad expresada en su forma de consumo. Esta estrategia seguida por el movimiento, es la del "aquí y ahora" del saber hacer de cada uno, y no el de un hipotético retorno a cualquier forma de sentido de la historia[13], lo que por lo demás acerca a los objetores del crecimiento con la corriente del "socialismo primitivo" de comienzos del siglo XIX[14].

El decrecimiento se ajusta al proyecto de eco-democracia de Takis Fotopoulos[15], de Raimon Panikkar[16] y de Alberto Magnaghi[17], tratando de desarrollar la utopía local mediante una revitalización del espacio concreto de nuestras vidas a través de una democracia de proximidad constituida en términos de "demos" y de "bioregiones". Aunque por el momento, como afirma Takis Fotopoulos, "presentarse a las elecciones locales nos da la oportunidad de cambiar a la sociedad desde abajo, que es la única estrategia verdaderamente democrática, frente a los métodos estatistas (que se proponen cambiar la sociedad desde lo alto amparándose en el poder del Estado) y los acercamientos a la denominada "sociedad civil" (que no pretenden nunca cambiar el sistema).




[1] En relación al término "decrecimiento", ver el artículo de Paul Ariès "La décroissance, un mot obus" en La Décroissance, n°26, avril 2005
[2] Jean-Luc Besson-Girard, "Decrescendo cantabile. Pour une décroissance harmonique". 2005 Parangon
[3] Una vida fenomenológica de principio a fin que dirían los filósofos.
[4] Profundizar al respecto con los análisis de Ellul
[5] Aquí nos remitimos a los trabajos del filósofo francés Michel Henry y especialmente su obra "La Barbarie", Puf 2005, y más en profundidad podemos estudiar sobre la ciencia la obra de Edmund Husserl, La Crise des sciences européennes et la phénoménologie transcendantale,Gallimard 1989
[6] Una presentación original del punto de vista de la obra de Georgescu-Roegen, la tenemos en «Nicholas Georgescu-Roegen ou l’invention de la bioéconomie» de Philippe Dulbecco y Pierre Garroustedans Problèmes économiques de enero 2005, p.41-48
[7] Es decir, este esencialismo unilateral de lo que es "en sí mismo"
[8] Pero aun peor que la tesis del desarrollo sostenible es la que afirma la necesidad de adaptarse al calentamiento global sin ninguna voluntad de cambiar el rumbo de las cosas. Nuestro amigo Yves Copoens, como parte de la comunidad científica tras el informe de la ONERC (Observatorio Nacional sobre los Efectos del Recalentamiento Climático) del 24 de junio del 2005 (Un climat à la dérive: comment s'adapter), se ha convertido a esta nueva corriente sin ningún atisbo de voluntarismo político. Si hace más calor y si los paisajes mediterráneos se desertizan, ¡tendremos que pensar en ponernos mas crema solar!
[9] Hacemos aquí referencia a la obra de Paul Virilo "La velocidad de la liberacion" Manantial, Buenos Aires, 1995.
[10] ver G. Debord, « Perspectives de modifications conscientes de la vie quotidienne » en la revista  Prétentaine n°4 de mayo de 1995
[11] Para ver los sitios web en internet que gravitan en torno al decrecimiento, consultar la siguiente página de vínculos.
[12] Existe una presentación muy pedagógica e inteligente sobre las críticas existentes a la ideología del desarrollo, que se puede descargar desde aquí.
[13] Una aproximación revolucionaria al decrecimiento en "Ecofascismo o ecodemocracia" en Le Monde Diplomatique noviembre 2005.
[14] Sobre este asunto recomendamos el libro de Jean-Claude Michéa, "El callejón de Adam Smith. Sobre la imposibilidad de superar al capitalismo por la izquierda",Editions Climats.
[15] Takis Fotopoulos, "Vers une démocratie générale, Une démocratie directe, économique, écologique et sociale", Seuil, Paris, 2001. También cuenta con su propio sitio web Réseau International pour la Démocratie Inclusive.
[16] Raimon Panikkar, "Politica e interculturalita", L’Altrapagina, Citta di Castello, 1995
[17] Alberto Magnaghi, "Le Projet local", Mardaga, Bruxelles, 2003

sábado, 20 de octubre de 2012

La concepción fundamentalmente comunista de la simbólica del paraíso x Otto Gross

sobre Otto Gross ir aqui

Me parece acertado llamar, precisamente en estos momentos, la atención sobre una obra que hace tres milenios ya formuló la idea de que toda la construcción de la civilización desde la destrucción de la sociedad matriarcal-comunista de los tiempos primitivos se basaba en un error fundamental y que veía como misión del futuro la recuperación del bien perdido mediante la subversión de sistema autoritativo construido desde aquel entonces. Las palabras del incomprendido que pronunció esta idea –las palabras más supremas que jamás se pronunciaran en la historia– fueron distorsionadas y utilizadas a lo largo de la historia para justificar las mismas instituciones autoritarias que había maldecido en un lenguaje preclaro. Es precisamente ahora, cuando el renacimiento del ideal comunista anunciado por él está comenzando a convertirse en hechos, que quizás se empiece a comprender a este pensador...

Si uno se imagina que se encuentra solo en un pueblo completamente ajeno y se quiere comunicar con este pueblo, entonces se verá ante el insondable problema del esfuerzo que cada niño tiene que realizar para aprender la lengua materna y que para el adulto resulta incomprensible. La función intelectual de la primera infancia, en la medida en la que se puede abarcar en el terreno de la conciencia, resulta de un rango incomparablemente superior a las funciones intelectuales de todas las demás etapas vitales. La etapa siguiente de la presión exterior, adaptación y represión separa al adulto de sus inicios y cubre con un manto de olvido aquellos primeros tiempos de la experiencia - aún no modificada - del mundo y del propio ser. Del ser innato y de sus dones sólo queda una imagen escondida en el inconsciente, un anhelo y una búsqueda continua y oscura, y la proyección de las posibilidades perdidas en lo sobrenatural.-

Naturalmente se puede partir de la existencia de semejanzas entre la evolución del individuo y la evolución general del género humano. La misma presión del exterior que el principio autoritario de las instituciones y el principio de poder en los mismos individuos imponen en cada uno, la presión que separa a cada uno de su propia individualidad, de sus calidades y valores innatos, separa también a la humanidad en su conjunto de su periodo inicial y del primer desarrollo de las posibilidades innatas del género humano. Parece haber un sentido profundo en los mitos que sitúan la raza de los superhombres en el remoto pasado del inicio de la humanidad.

No es casual – y un hecho casi incontestable - que la escritura alfabética fuera inventada por pueblos nómadas de cazadores del paleolítico que no practicaban la agricultura ni la artesanía, y que en este primer escalón de la civilización se produjera por primera vez arte verdadero que a lo largo de muchos milenios y con la creciente evolución en el campo de logros materiales, técnicos y políticos quedó relegado al olvido.

De esta era inicial de una organización rudimentaria y de un dominio primitivo de los materiales y de unas posibilidades ingentes de desarrollo de la mente humana nos separa la larga fase del desarrollo de la civilización, de la organización de la dominación sobre el material y la vida mediante una carga cada vez mayor sobre los individuos y las individualidades – es decir: el sacrificio de la propia mente en aras del poder.

La organización de la dominación sobre la naturaleza y el hombre, la creación de la cultura material y de las instituciones autoritarias obliga a cada individuo a desplegar fuerzas y conocimientos especiales a expensas del conjunto de su personalidad, le obliga a la diferenciación específica y a la actividad al mismo tiempo que a la adaptación y a la renuncia, dirige los afectos hacia el poder y la sumisión y no hacia la libertad, fomenta el desarrollo de aptitudes y capacidades pragmáticas en detrimento del experimentar y estar.-

Al igual que cada uno realiza su esfuerzo más sorprendente, el aprender a hablar, al principio de su vida, mientras persiste la plenitud productiva de las fuerzas libres innatas, también en la evolución del género humano los mayores actos creativos, la formación de las mismas cualidades humanas y la idea de la cultura, la concepción de comunidad y comunicación, de la abstracción y de la lengua pudieran concluir antes de que la domesticación progresiva haya podido reducir el intelecto a facultades de dominación y sujeción.-

Las ideas más elevadas de la humanidad llegan de estos tiempos primitivos al futuro. Nosotros las concebimos como el día venidero y como nuestra voluntad, la antigüedad aún las vivía como memoria. Los valores de la era humana más antigua, “el dorado periodo original”, son definidos por el romano Ovidio, con una sencilla grandeza, como programa ideal del futuro lejano:

“... Vindice nullo sponte sua sine lege bonum...”(1)

Conciliando acervo y objetivo lejano, la versión artística más elaborada de la herencia de los tiempos primitivos, el Génesis de la Biblia(2), concede el valor supremo a la ausencia de autoridad y poder dentro de las relaciones humanas, especialmente en las relaciones entre hombre y mujer, y define de esta manera el problema global del destino humano desde el principio del pasado hasta la conclusión del futuro.-

No deja de ser ajeno que la presión interior impida una lectura despreocupada del Génesis... y más ajeno aún resulta que algunas partes especialmente expresivas no nos hayan hecho pensar más.

El Génesis expresa con unas palabras muy claras que el matrimonio y la dependencia de la mujer son efectos nefastos de actos contrarios a la voluntad de Dios. (A.T. III. 16).

El significado profundo de estas palabras aumenta si se repara en la expresión que condena el acto de los primeros seres humanos que no se puede interpretar como “maldición” o “aplicación de condenas” – la concepción que el Génesis tiene de Dios es demasiado elevada para ello -, sino sólo como manifestación de la comprensión divina de las leyes de causalidad y de las profundidades del alma, como la enunciación del efecto inevitable de una causa dada. Es decir, las palabras de Dios hay que leerlas como: “Serás, por haber hecho esto...”, por lo que determinan una consecuencia.

El nacimiento de la familia en su forma actual, la dependencia de la mujer del hombre, el matrimonio patriarcal, es una consecuencia interior – derivada de las leyes psicológicas - del pecado original. Mas en el resultado interior del acto queda encerrada la expresión de su propia naturaleza.

En el texto, el pecado original se designa simplemente con el símbolo ampliamente discutido: comer del árbol del conocimiento del Bien y del Mal. ¿Cuál es el significado de este símbolo? (II.17)

Sobre todo se constata un momento negativo. Las interpretaciones que apuntan a un pecado de la soberbia o de la desobediencia son poco serias. El Dios del Génesis “no es como un hombre que se enoja”.

Además: el símbolo del pecado original no hace de ninguna manera referencia a la relación sexual. No hace falta recordar las palabras previas: “Creced y multiplicaos”. Basta pensar en la creación de los humanos como seres sexuales diferenciados para entender que no tiene sentido la idea de que Dios pretendiera la renuncia a la sexualidad. Lo que sí es indudable es que el acto prohibido interfiere en la sexualidad ya que sus consecuencias afectan a este campo. Mas éstas son tan características que resulta difícil errar en la conclusión del tipo de pecado – no comprendo cómo la represión ha podido bloquear este camino...
El efecto psicológico inmediato es la creación del pudor sexual (III: 7). Tiene que haber habido pues un acto cuya primera consecuencia es la pérdida – a través de una modificación interior profunda - del saber de la pureza de toda sexualidad, de la libertad magnífica de la vivencia sexual. Dicho de otra manera, un acto que rebajaba la sexualidad, una desfiguración de la relación interior con la sexualidad – en cada caso un pecado contra la naturaleza y el sentido de la sexualidad.
Ahora bien, en todo el relato del pecado original se establece implícitamente, mediante una técnica artística inalcanzable en el tratamiento del símbolo, que cada expresión de las dos personas que representan los primeros hombres se convierte en un hecho definitivo que perdura. Con una fuerza apremiante se establece un nivel que no admite que algún elemento de lo acontecido se viva como algo único y limitado al momento. Se impone la impresión de que se trata de logros o desviaciones de vigencia para todos los tiempos.-

De modo que las consecuencias del acto prohibido, también allí donde sólo se narra algo que ha tenido lugar – como esta reacción automática de la ocultación repentina de la sexualidad -, devienen una transformación duradera y vigente hasta el presente.-

El pecado original es un acontecimiento de los tiempos originales que modificó de forma decisiva tanto la estructura de la sociedad como el carácter de cada persona y que ha impuesto a toda la humanidad unas normas nuevas en el plano social y psicológico. Es decir, a este acontecimiento se deben la negación de la sexualidad y el orden familiar dominado por el varón.

Ya no se pueden albergar dudas sobre la naturaleza de este acontecimiento. Éste sólo puede referirse a un solo hecho: el abandono del libre matriarcado de los tiempos originales, que el Génesis identifica como el error humano fundamental y que se valora como pecado contra el espíritu y la voluntad divinos.-

El motivo dominante de la tragedia del Génesis es pues la desviación del desarrollo de la humanidad acontecido en la fase inicial de la creación de la sociedad hacia un orden que paraliza el desarrollo de cualquier hecho, devenir y vivencia humanos: el cambio de orientación del espíritu matriarcal del desenvolvimiento sin límites a la construcción de una familia y una sociedad basadas en el principio de la autoridad.

Desde esta perspectiva, también la simbólica del relato del pecado original en el sentido estricto, la expresión “Conocer el Bien y el Mal” adquiere una importancia nueva.

Después de haber comprendido el problema fundamental de toda esta obra, se nos abre sin más el contenido del símbolo que el mismo relato expresa con una sencillez y claridad supremas. “Conocer el Bien y el Mal” sólo puede tener un contenido: la creación de un canon de valores y normas. Es la potencia creadora normativa divina la que necesariamente tiene que poseer el conocimiento de las consecuencias últimas de la nueva orientación que en el Génesis se eleva al nivel de la igualdad con Dios.
Casi huelga decir que, en oposición a lo expuesto aquí, no procede la interpretación que percibe la aplicación de un canon de valores ya existentes, es decir la diferenciación en bien y mal según normas tradicionales como algo que se sitúe encima de las medidas humanas.

La culpa trágica en el drama del Génesis es que el ser humano no es capaz de darse nuevos estatutos, poseído de motivos demasiado humanos e incapaz de abarcar las consecuencias de su innovación, aterrorizado por sus primeras secuelas, con su paso en falso desviando la evolución futura y, en tanto que usurpador de competencias divinas, dictando la ley que gravita sobre el mundo, que es obra de hombres y profanación eterna de la obra del Señor.

Hemos podido mostrar que el Génesis habla de aquella catástrofe cultural que convirtió el principio patriarcal en el principio dominante.

Es ésta la gran transmutación de todos los valores en la que la humanidad imprimió el carácter autoritativo actual a su vida y con la que creó las normas que hoy, como siempre, siguen siendo no orgánicas y no asimilables y que evidencian su naturaleza de cuerpo ajeno precisamente por el hecho de que siempre y en todas partes son la fuente de ilimitados conflictos interiores y de todas las formas de autodestrucción por enfermedad y decadencia.

La ciencia actual de la prehistoria atribuye la creación del orden patriarcal a un número excesivo de mujeres capturadas como esclavas y ha encontrado argumentos de peso para esta hipótesis en los viejos usos del matrimonio, en las leyendas y ceremonias de los raptos, etc. Sin embargo, hay que objetar que estos actos de violencia, de cuya realidad y universalidad no se puede dudar, también se podrían explicar – y hacerlos de esta manera psicológicamente más inteligibles - como efecto secundario de un deterioro ya en curso del antiguo matriarcado.

Es decir, según la prehistoria moderna un acto de violación perpetrado por el hombre sería el verdadero pecado original, el inicio de la catástrofe. Según la versión del Génesis fue la mujer la que, aconsejada por un principio malo – yo diría un símbolo del inconsciente - dio el primer impulso para crear el nuevo orden moral y jurídico cuyas consecuencias insospechadas eran la degradación de la sexualidad en un objeto del pudor, el establecimiento del patriarcado sobre la base de la destrucción de la libertad y de la dignidad humana de la mujer, y, como aire espiritual del mundo transformado - solo esto puede ser el sentido de las palabras divinas dirigidas a Adán! - la desolación interior de la actividad humana, también para el hombre, y el hundimiento del espíritu en la gravedad de materialidad terrenal.

El texto del Génesis reza que la mujer espera que el cambio previsto traiga comodidades y ventajas - se deja claro que se trata de ventajas nimias - y que por eso parte la fruta. No puede tratarse de una casualidad: nos vemos ante el símbolo antiguo y universal de cerrar un trato...

Queda por analizar la psicología que actúa aquí. Podemos reconstruir sus rasgos esenciales a partir del cuadro general de la sociedad matriarcal y de las condiciones de su ocaso.

El problema inicial y principal de toda economía es la utilización de una aportación suplementaria de trabajo exterior para permitir a la mujer asumir sus funciones maternas. La solución comunista de este problema es el matriarcado que, al mismo tiempo, es la forma más perfecta de la socialización ya que libera a cada uno y une a todos al convertir el mismo cuerpo social en centro y garantía de la libertad individual más elevada.

El matriarcado no impone barreras o normas, ni moral o control a la sexualidad. Desconoce el concepto de la paternidad y no precisa su comprobación en el caso concreto. Acepta la maternidad como el mayor trabajo prestado a la misma sociedad en tanto que representante legal legítima de las futuras generaciones y traslada a la sociedad la obligación de la compensación material; es decir, no tiene motivo para evidenciar la paternidad, justo lo contrario de lo que ocurre en el patriarcado que se basa en la determinación de un sujeto responsable y obligado a pagar y que, por tanto, necesita convertir las condiciones indispensables para conseguir tal evidencia - en primer lugar la obligación de la exclusividad sexual - en el contenido de su moral y de sus instituciones.

He aquí la diferencia decisiva y esencial. El matriarcado sitúa el conjunto de los derechos y obligaciones, de responsabilidad y vínculo, entre los individuos en un lado y la sociedad en el otro. La institución patriarcal, en cambio, desplaza el centro de gravedad al vínculo jurídico entre los individuos.

En el poderío del matriarcado toda entrega individual sólo puede hacerse valer en la relación del individuo con la sociedad y toda sensación de poder sólo existe en la colectividad.(3) En la relación mutua de los individuos se da el espacio para desarrollar unas relaciones que pueden mantenerse como fin en sí y que están libres de aspectos de autoridad y poder. El matriarcado no contamina las relaciones entre los sexos con obligaciones, moral y responsabilidad, con imperativos económicos, legales o morales. No conoce el poder ni la sumisión, ni la ley contractual, ni autoridad, ni matrimonio o prostitución.

Resulta harto difícil imaginarse los motivos que podían haber llevado a abandonar un orden positivo de estas características. Este hecho sólo se hace concebible partiendo de la negación recogida en el Génesis: que en el momento de la transformación no se alcanzaba a ver sus consecuencias. El Génesis ve precisamente en la empresa de inaugurar nuevos vínculos y, con ello, nuevos valores cuyas secuelas eran imprevisibles, la arrogación de la espiritualidad divina. La intervención sin distancia en la obra divina, el orgullo desmesurado de un intento de esta índole, constituye la culpa trágica para el Génesis, por lo que basta la elaboración del motivo para cumplir con la necesidad artística de su exposición. Por eso el Génesis se limita a indicar que la mujer se esperaba una ventaja de la introducción de un elemento legal y contractual entre los sexos.

Un tal espíritu supone la existencia de un periodo de transición, lleno de transformaciones civilizadoras e innovaciones técnicas, dentro de un ambiente de una incertidumbre naciente, un periodo de variaciones, lleno de caos de desviaciones y nuevas posibilidades. Se trata de uno de aquellos periodos, que para nosotros que llevamos el peso de nuestra historia, representan el horizonte de la esperanza, pero que situaban al borde del abismo a una humanidad a punto de perder lo mejor sin poder ganar nada comparable a cambio.

El punto crítico del matriarcado – también podríamos decir: la sociedad comunista a partir de su unidad más pequeña – es su complejidad social; la cohesión interior de los grupos que permite su establecimiento es al mismo tiempo la condición de su existencia. Reconstruirla sobre una base más amplia será la tarea principal en los tiempos venideros para rectificar la culpa original de haberla abandonado a la hora de la primera ola de incremento de complicaciones sociales...

Seguramente era una fase en la que el aumento del aprovechamiento de los recursos naturales parecía aconsejar la introducción de un sistema económico descentralizado. Era la primera sublevación del individualismo económico contra la vieja moral social: el nacimiento de la propiedad. Parece que el Génesis la relaciona también con el descubrimiento de la agricultura – así al menos se podría explicar la alusión al trabajo de la tierra a la hora de la predicción de la desdicha a venir.(4)

Un periodo de desintegración social pues en el que se corrompe tanto la estructura social como el sentimiento de relación natural entre los individuos, la moral elemental. Este periodo de incertidumbre exterior e interior puede ser el contexto en el que la mujer, para afrontar la situación difícil de la maternidad, puede llegar a esperar una mayor seguridad y un apoyo más fuerte por parte de un individuo y puede llegar a pensar que estaría más segura y materialmente mejor situada si un solo individuo se responsabilizara de este apoyo. Contrato individual en vez de la garantía social hasta entonces natural... Persiste el problema de la contrapartida.

Todo el error del nuevo orden, todo el conflicto moral irreductible de la nueva moral, se concentra en este momento de la contrapartida. La contrapartida de la mujer para el apoyo económico por parte del individuo es fundamentalmente la sexualidad, y esta utilización de la sexualidad es el pecado contra la sexualidad del cual el Génesis nos muestra sus consecuencias inmediatas: la transformación de las sensaciones hasta tal punto de concebir la sexualidad como un objeto de pudor.

Es decir, el contenido de la nueva relación legal es que la mujer se vende en forma de prostitución y matrimonio y su primer resultado directo es el pudor sexual.

La consecuencia siguiente es la familia autoritaria, el elemento constitutivo de la autoridad como institución.

Es, sobre todo, un elemento accesorio inevitable que convierte la venta de la sexualidad en esta desgracia con secuelas terribles que origina la desviación hacia la vergüenza sexual. Esta consideración casi parece demasiado evidente: para que un acto se pudiera convertir en un objeto de compra, para poder reclamar una indemnización por un acto común, en primer lugar se tiene que poder negar que el acto común pude haber servido a un interés común y puede haber nacido de un deseo común.

Dicho de otra manera, por parte de la mujer que ha de ser resarcida de la sexualidad, la sexualidad ha de ser presentada como un mal, como algo que ella misma no desea, sino que sólo aguanta, a diferencia del carácter activo de la sexualidad masculina que se ha convertido en un fin en sí. De esta manera empieza a instaurarse una ficción que domina todo, que a lo largo de las generaciones se inscribe cada vez más hondo en el inconsciente y se considera cada vez más como algo dado por la naturaleza y una diferencia innata entre los sexos – la ficción de la oposición y de la imposibilidad de comprensión entre hombre y mujer; de esta manera se instaura la coacción a un comportamiento activo y pasivo, respectivamente, la obligación de la mujer al recato mentiroso y el derecho del hombre a la brutalidad posesiva – de esta manera empieza a instaurarse sobre todo el espantoso principio de que la sexualidad como tal es un mal y un acto alienado que una parte sufre y que la otra adquiere o impone, una colisión entre dos egoísmos en vez del símbolo natural de la abolición de las fronteras entre yo y tú.

El pudor sexual, la expresión abrumadora del conflicto del ser humano con todo lo que tiene de verdadero y vivo en sí, es la señal evidente de una sexualidad que ha dejado de ser de interés mutuo. Su lugar ha sido ocupado por una lucha entre intereses opuestos, es decir, una lucha por el poder, en virtud del cual la voluntad de poder se convierte cada vez más en un fin en sí, en un automatismo que acaba convirtiendo la lucha entre los sexos en un hecho natural.

La interminable lucha por el poder crea sus propios límites y coacciones exteriores dentro de una relación de autoridad claramente definida.

Al mismo tiempo, la sociedad ha dejado de ofrecer al individuo otras garantías esenciales que no sean las materiales.

Con el desarrollo del individuo en tanto que entidad económica se pierde la posibilidad de desarrollo de la individualidad y la posibilidad de relaciones verdaderas cuya condición previa es la interacción enriquecedora de dos individualidades intactas. La lucha individual por el poder, sobre todo en forma de propiedad, adquiere su forma duradera en la sociedad por intermediación de un estado de equilibrios más o menos estable, el derecho que, tal como sabemos desde Nietzsche, es un sistema de compensación entre quienes tienen poderes parecidos. De esta manera se ha consolidado el orden familiar y social basado en la autoridad y el derecho, el reconocimiento principal de la lucha de intereses de todos contra todos, ora en forma latente, ora en forma manifiesta – “hasta que te vuelvas a convertir en polvo”.

El pensador que descubría el error de la evolución general de la civilización debía tener una conciencia sobrehumana para poder prever la catástrofe irremediable y, como consecuencia, el reencuentro del ser humano consigo mismo y su renovación.

Efectivamente propagó por el mundo un pensamiento que con las deformaciones más extrañas y con las interpretaciones más absurdas y, en parte, más grotescas ha venido pasando de generación en generación: el pensamiento de la redención.

Tanto para el Génesis como para nosotros, la redención sólo podía y puede tener un significado: la abolición de todos los efectos del camino de evolución que la humanidad tomó desde su abandono de la sociedad matriarcal comunista de los tiempos originales y desde la constitución de la familia y de la sociedad en base a la autoridad y la jerarquía.

El Génesis anuncia el advenimiento de la redención mediante la elevación interior de la mujer. La mujer machacará la cabeza del mismo principio del mal por el que el monstruoso error penetró en el mundo: el principio de poder, dentro de todas las relaciones humanas, transformado en equilibrio de la lucha perpetua de poder, solidificado en una fría tranquilidad de derechos y deberes, el principio estéril de la autoridad.

El Génesis tendrá razón: la renovación verdadera e indestructible será realizada por la revolución que destruya el principio original de la autoridad y que aporte una solución comunista al problema original de toda economía. Se tratará de la revolución que inicie la transformación desde el interior y que vuelva a encargar el entramado económico de la sociedad con el cuidado de madre y niño.

Esta revolución que reconducirá la economía a su razón fundamental y a la sociedad a grupos que representan sus unidades naturales tiene que estar inspirada por un espíritu que, superando las necesidades de subsistencia y esquivando la voluntad de poder, reconozca en la libertad la única posibilidad para establecer relaciones humanas verdaderas y que regale a cada uno el bien supremo, no tanto de su libertad individual, sino de la libertad de todos los demás.

La verdadera liberación de la mujer, la abolición de la familia patriarcal existente mediante la responsabilidad comunitaria y social de la maternidad, restituirá el interés vital de cada uno en una sociedad que le garantizará la posibilidad de la libertad suprema e ilimitada, y cada uno, independientemente de donde venga, tendrá el mismo interés en combatir las instituciones que conocemos hoy día.

El trabajo preparatorio para tal revolución tiene que originar la liberación de cada uno del principio de autoridad interiorizado, la liberación de toda adaptación al espíritu de las instituciones autoritarias que nos fue inculcado en el transcurso de una infancia en el seno de una familia autoritaria, la liberación de todas las instituciones que el niño había adoptado de personas de su entorno que estaban enfrascadas en la eterna lucha por el poder tanto contra él como entre sí; la liberación de todo rasgo servil que padece indefectiblemente cualquiera que ha pasado una infancia de estas características: la liberación del mismo pecado original, de la voluntad de poder.

Lo más abrumador de aquel pensamiento tremendo que abraza un mundo y su historia con la idea del pecado original y de la redención es que todo lo que nos podemos imaginar como logro supremo, lo que podemos esperar como mayor transformación posible, lo que nos podemos fijar como la meta más lejana, no es más que la reparación de un error humano, la recuperación de un bien y nivel humanos perdidos en tiempos inmemoriales, la liberación de una culpa heredada y de la maldición de sus efectos. Ninguna creación realmente nueva, sólo, como máximo, el reconocimiento cabal de un error total en todo y desde los tiempos primitivos, una re-transmutación de todos los valores, la voluntad de reconstruir la base antigua de las relaciones, de la sociedad y de la evolución cultural que podrá empezar a partir de entonces.

De todo lo que la humanidad ha conseguido en su largo camino - si se viene abajo en la gran lucha – nos podemos desprender. Lo más supremo que el intelecto ha realizado hasta ahora ha sido el descubrimiento de un solo individuo hace tres milenios de que todo, absolutamente todo, es error, desviación y crimen y que el acto supremo y redentor será la abolición de toda esta evolución y de todo por los actuales.(5)

Pero nosotros, cuya vida ya no tiene otro sentido que combatir hasta el fin todo lo existente, tenemos el derecho de afirmar que este individuo es - de los nuestros.

(1919)

NOTAS:

(1)“Sin ley ni autoridad, el bien por su propia voluntad...”

(2)Para mejor comprensión del texto del Génesis conviene avanzar la siguiente observación:
De entre las dos variantes sobre la creación de la mujer, la segunda – la historia con la costilla – incluso sin la demostración filológica, sólo por el contenido y el espíritu del episodio y por su contradicción con la primera redacción, se revela como versión posterior e insertada como un cuerpo ajeno. Para la creación de la mujer sólo tenemos en cuenta las palabras: “... Dios creó al hombre a su imagen, a su imagen creó un hombre y una mujer, y les dijo: "Creced y multiplicaos..."

(3)El poder, en tanto que elemento supra-individual soportado por el conjunto de la sociedad unificada en la comprensión universal entre sí, se expresa para nosotros en el símbolo ingente de la construcción de la torre de Babel.

(4)El juicio negativo sobre la agricultura no se puede clasificar de forma terminante como una interpretación literaria de una casta de nobles de origen beduino. Tampoco satisface el intento de explicar la palabra de este pensador exclusivamente como expresión de orgullo de un noble.

(5)Parece que tenemos la posibilidad de reconstruir el peculiar ambiente histórico cultural que puede haber dado el primer impulso para formular la idea del Génesis. El pensador estaba sin duda implicado en la lucha que oponía el monoteísmo autoritario y teocrático del profeta al culto de Astarte y que decidió sobre el destino del antiguo Israel y de su esfera de influencia al parecer ilimitada. En el culto de Astarte se habría concentrado en aquel entonces todo lo que quedaba de la libertad y dignidad de la mujer. La orgía como acto de culto seguía defendiendo la valoración positiva que la sociedad matriarcal libre hacía del momento sexual como tal, y la investidura litúrgica de mujeres mantenía vivo el antiguo espíritu de la soberanía femenina. Para someter el culto de Astarte, los profetas crearon el monopolio religioso del varón en la liturgia judaica que fue el origen para el desprecio de la mujer en la ideología judaica y, a partir de ella, en la cristiana y musulmana. Las concepciones del judaísmo tardío se alinearon con el helenismo en esta misma dirección, en el primer terror blanco, dirigido contra la libertad de la mujer.

En la lucha de los cultos antiguos contra los profetas -la primera y la mas violenta organización de la voluntad de poder dentro de la religión, en el cual el heroísmo cultural del antiguo Israel sucumbió- el poeta del Génesis percibió la última llama del combate de la humanidad, el final de la gran disputa por el viejo ideal del matriarcado. Veía su desenlace inevitable, el comienzo de un periodo largo de autoridad patriarcal y el nacimiento de una civilización sobre esta base que predominaría durante épocas incalculables; y veía a través de los milenios la maduración interior de la humanidad bajo una opresión creciente hasta el cambio ineludible, el renacimiento de la misma lucha que se estaba apagando delante de sus ojos.

Documental "La Educación Prohibida"

 La escuela ha cumplido ya más de 200 años de existencia y es aun
considerada la principal forma de acceso a la educación. Hoy en día, la
escuela y la educación son conceptos ampliamente discutidos en foros
académicos, políticas públicas, instituciones educativas, medios de
comunicación y espacios de la sociedad civil.

Desde su origen, la institución escolar ha estado caracterizada por
estructuras y prácticas que hoy se consideran mayormente obsoletas y
anacrónicas. Decimos que no acompañan las necesidades del Siglo XXI. Su
principal falencia se encuentra en un diseño que no considera la
naturaleza del aprendizaje, la libertad de elección o la importancia que
tienen el amor y los vínculos humanos en el desarrollo individual y
colectivo.

A partir de estas reflexiones críticas han surgido, a lo largo de los
años, propuestas y prácticas que pensaron y piensan la educación de una
forma diferente. "La Educación Prohibida" es una película documental que
propone recuperar muchas de ellas, explorar sus ideas y visibilizar
aquellas experiencias que se han atrevido a cambiar las estructuras del
modelo educativo de la escuela tradicional.

Más de 90 entrevistas a educadores, académicos, profesionales, autores,
madres y padres; un recorrido por 8 países de Iberoamérica pasando por
45 experiencias educativas no convencionales; más de 25.000 seguidores
en las redes sociales antes de su estreno y un total de 704
coproductores que participaron en su financiación colectiva,
convirtieron a "La Educación Prohibida" en un fenómeno único. Un
proyecto totalmente independiente de una magnitud inédita, que da cuenta
de la necesidad latente del crecimiento y surgimiento de nuevas formas
de educación.

 Sitio Web Oficial: http://www.educacionprohibida.com 
(ALLI LA PELICULA ESTA DISPONIBLE PARA DEScARGAR)

 trAILER OFICIAL


pELICULA cOMPLETA

Elogio de la vida x Alexandra David-Néel

"Sigue las sendas y los impulsos
del corazón y las escenas que atraen
a tu mirada"

Eclesiastés


INTRODUCCIÓN

Según la mentalidad burguesa, sólo había dos cosas realmente importantes: el hogar y la familia. A los 15 años Alexandra se separa de la familia y, del hogar... "un buen día Alexandra no se presentó a desayunar. La doncella enviada a llamarla, regresó con este breve comentario: "la señorita se ha marchado". ¿Pero cómo? ¿Y adónde? Había montado en su bicicleta y partido hacia el sur. Regresó de recorrer Francia de norte a sur y explorar parte de España. Cuando llegó a casa, por su cuenta, no dio muchas explicaciones sobre lo ocurrido en el intervalo. Se había marchado. Punto. No resultaba nada fácil castigar a aquella niña ¿de qué podían privarla? Tenía gustos austeros, su estilo de vida se inspiraba en los estoicos. Comía poco y no le interesaban las diversiones propias de las jóvenes de su edad. Y en cuanto a caprichos como trajes y joyas, más bien tenían que imponérselos. Sus padres se limitaron a encogerse de hombros, resignados, actitud que adoptarían a partir de entonces 1 .

Cuando Alexandra nace (1868) el pudor era el acompañante necesario. El cuerpo liberado de esa "espantosa" creación divina se oculta, mejor dicho, retorna al ocultamiento, ya no desde la religiosidad, sino desde lo moderno. Alexandra crece en el contexto del ocultamiento del cuerpo. La animalidad debe ser refinada. Las flatulencias, los "malos olores", el cepillo de dientes, el baño diario, por eso de la higiene, los perfumes, los cubiertos de mesa, las servilletas y la exacerbación de la razón son la concreción de una filosofía que aspira a la progresión humana. Una mujer que toma distancia del corsé y la racionalidad, no puede ser ubicada en tal contexto.

Los niños eran la concreción del proyecto de modernidad. El fajamiento era la práctica que ponía de relieve la importancia del cultivo de la razón y al mismo tiempo el distanciamiento de la "vergonzosa animalidad".

La vida se configuraba desde la paradoja antiguo-moderno, progreso-reacción. La concepción en torno a la vida, al hombre, mujer, niño se estructuraba en el contexto de lo novedoso y progresivo. El siglo XIX es el tiempo del distanciamiento con el oscurantismo; el mundo espiritual es el contexto de la sospecha.

El mundo de la modernidad es el mundo de la exacerbación. Es el cosmos de la paradoja, donde el cultivo de la razón se erige como la única posibilidad para la realización absoluta del ser y al mismo tiempo se pide por la liberación del cuerpo, el mundo del análisis deberá aprender a cohabitar con el cosmos del deseo, del cuerpo. La espiritualidad, el cultivo del irreverente quedará para un mejor momento.

La segunda mitad del siglo XIX fue el despertar de la irreverencia femenina. La exhibición cada vez más franca que las mujeres hacían de su fuerza parecía la contraparte pública de esa fuerza privada que los hombres evocaban, con creciente angustia en la segunda mitad del siglo XIX; ambas les aportaban argumentos formidables contra la liberación de las mujeres. Para la mayoría de los varones que se deleitaban dominando, una mujer que abandonara su esfera asignada no sólo era una rareza, un hombre-mujer; también planteaba preguntas molestas acerca del papel del varón, un papel definido no en el aislamiento, sino en la competencia perturbadora con el otro sexo.

La batalla por la libertad es la tradición francesa que ampara a Alexandra, es la sujeción de su acción, el guerrero que le impele. Francia ha sido un país de irreverencia y lucha por la emancipación. Hombres y mujeres crecen orgullosos de su país, Alexandra, fue una de ellas. Irreverencia y sometimiento son dos formas de vida instaladas en la memoria de los niños que juegan frente al palacio de Versalles. Los principios emanados en la revolución francesa son la necesidad de los adolescentes que reflexionan frente al Arco del Triunfo de la Estrella , en París.

Alexandra vive en carne y hueso la diversidad. Una madre de fe católica y padre de fe protestante, antimonárquico declarado, son los ejemplos con que crece nuestra autora. Alexandra pronto decide que la vía, en principio, debía ser la herencia paterna. Al crecer en Bruselas se incorporó a un internado calvinista, que pronto dejó para incorporarse a otro en el que era una de sólo cinco mujeres protestantes.

Alexandra crece creyendo en la vida anárquica, cuya vida fue cruzada por la teosofía, el budismo, espiritismo, pitagorismo. La diversidad es el parámetro con el que configura su existencia "la decoración de su dormitorio indicaba su creciente preocupación por la religión comparada. Tenía siempre encendida una lamparilla ante un Buda de porcelana. Sobre su lecho colgaba un crucifijo y una gran Biblia ocupaba el lugar de honor en su mesa. Todas las noches leía varios versículos antes de acostarse"

Considera que la única vía para la liberación es la irreverencia. Por eso para ella "la obediencia es la muerte" Si por algo podemos ubicar a Alexandra es por su sospecha de los parámetros establecidos en la modernidad. Mujer que sabe poner en tela de juicio "El Principio". La fe es su guía, el amor... su necesidad.

El texto al que ahora introduzco sale a la luz en 1898, ¡su ausencia lo ha delatado!. Podemos ubicarlo en el contexto del anarquismo francés. En la tradición de la sospecha y, ¿por qué no?... de la utopía.

Sigo a Rémy Ricardeu "Sucede con Alexandra David-Néel lo que a menudo acontece a aquellos autores cuya obra es rica y múltiple: no son conocidos ni leídos más que a través del estrecho y reductor prisma de la especialización, en la cual por facilidad, o por necedad, demasiadas veces se lo encierra" 2 . Filósofa, orientalista, novelista, exploradora, Alexandra fue todo eso y más. La letra, como toda, es sólo una aproximación y como tal no puede dar cuenta de lo que Alexandra fue. Qué esperaba de la vida...vivir.

ELOGIO A LA VIDA (1898)

La autoridad

La obediencia es la muerte. Cada instante en que el hombre se somete a una voluntad extraña es un instante arrancado a su propia vida.

Cuando el individuo se ve obligado a efectuar un pacto contrario a su deseo o se ve impedido para actuar de acuerdo con su necesidad, deja de vivir su propia vida y, mientras que el que manda aumenta su poder vital gracias a la fuerza de los que se le someten, aquel que obedece se aniquila, se ve absorbido por una personalidad extraña; ya no es más que fuerza mecánica, herramienta al servicio del amo.

Cuando se trata de la autoridad ejercida por un hombre sobre otros hombres, por un soberano déspota sobre sus súbditos, por un patrón sobre sus obreros, por un señor sobre sus criados, enseguida se comprende que esta personalidad emplea la vida de quienes se le someten para dar satisfacción a sus placeres, a sus necesidades o a sus intereses: o sea, para el embellecimiento y la ampliación de su propia vida en prejuicio de la de los demás. Lo que no suele entenderse tan claramente es la nefasta influencia de las autoridades de orden abstracto: las ideas, los mitos religiosos o de cualquier otro tipo, las costumbres, etc. Sin embargo, todas las manifestaciones exteriores de la autoridad tienen su origen en una autoridad mental. En efecto, ninguna autoridad material, ya sea las de las leyes o la de los individuos, posee su fuerza y su razón en sí. Ninguna se ejerce realmente por sí misma: todas se basan en ideas. Y, si el hombre llega a aceptar su realización tangible en las diversas formas revestidas por el principio de autoridad, es porque primero se doblega ante estas ideas.

La obediencia tiene dos fases distintas:

Se obedece porque no puede hacerse otra cosa.

Se obedece porque se cree que se debe obedecer en las condiciones de vida casi animal en que vivieron los primeros pueblos humanos, la voluntad del más fuerte era la ley suprema ante la cual debían, doblegarse los más débiles. <>, dice el que se siente con fuerza suficiente para obligar a otro a obedecerlo. Esta coacción no implica sanción moral alguna. Uno quiere porque tal es su placer. El otro obedece porque teme a la violencia. Pero el que obedece por temor, si logra ponerse fuera del alcance de las represalias, se apresura a actuar a su antojo, satisfecho de su libertad, dispuesto, a su vez, a imponer su voluntad a quien sea más débil que él. Este dominio a través de la fuerza física no puede, en verdad, ser llamado autoridad: no pasa de ser una coacción pasajera y únicamente material, no aceptada por la voluntad del que obedece. Sólo el dominio ejercido en nombre de ideas abstractas por el más débil sobre el más fuerte y aceptado por éste, constituye la autoridad. Se entra entonces en la segunda fase: uno obedece porque se imagina que es necesario obedecer.

Cuando las condiciones del entorno permiten que los hombres empiecen a reflexionar, aquellos cuya mentalidad está más desarrollada sienten el deseo de lograr la obediencia de los demás, ya sea por un interés puramente egoísta, ya sea, las más de las veces, porque habiéndose formado un ideal de vida que juzgan conveniente para el grupo al que pertenecen, desean verlo realizado.

El hombre, por la ignorancia, acepta la autoridad del mismo modo que también aceptará por ignorancia todas las que a continuación vayan surgiendo.

A través de estas leyes misteriosas, presentadas como la expresión de una voluntad extraterrestre, los jefes religiosos dominarán al hombre, ya no diciéndole aquel <> que se dirigía al cuerpo y al cual él podía sustraerse, sino diciéndoles <>. Así ya no es posible fuga alguna para vivir libremente fuera de la presencia del jefe temible por su fuerza. A partir de este momento, el hombre tiene una coacción invisible: la voluntad de dios, que acarrea como un fardo. Adonde quiera que vaya, en cualquier lugar y en cualquier tiempo, su memoria le repetirá lo que debe hacer o evitar. Se le ha enseñado a distinguir el bien del mal.

En todas las épocas, el hombre, como cualquier ser, ha distinguido las cosas que le procuran satisfacción de aquellas que le producen sufrimiento. En ningún momento fue preciso enseñarle este mal y este bien naturales. Sin embargo, apoyándose en la voluntad expresada por los dioses, voluntad incomprensible e indiscutible, se le obligó a aceptar como la expresión del bien la resignación pasiva, la sumisión ciega, el dolor, la renuncia a las aspiraciones más naturales: el mal bajo todas sus formas. El mal oficial es aquí la propia vida con todos sus deseos y alegrías, su necesidad de libertad, su curiosidad por las cosas, su curiosidad de rebeldía, su horror por el sufrimiento, todo cuanto es bello y verdadero.

Los primeros códigos, escritos o no, fueron muy distintos según los medios o las razas donde se originaron y sufrieron numerosas modificaciones en relación con la evolución de las sociedades. Pero cualesquiera que sean las leyes y las fuerzas sociales ante las que se inclinan los hombres, lo cierto es que su poder está subordinado a la aceptación de un código moral.

Sólo el hombre que, por una prevención del sentido natural, cree en el bien-sufrimiento, en el bien- desagradable y en el mal como fuente de goce, puede entender la necesidad de una organización destinada a imponer el bien por la fuerza y a reprimir por la violencia a los que estarían tentados de entregarse al mal para obtener de él una satisfacción.

En la lucha suscitada por el antagonismo que existe entre el verdadero interés del individuo y la regla de conducta a la que cree que debe conformarse, el hombre se habitúa a la sujeción y está dispuesto a aceptarla cuando ésta se manifiesta a través de una autoridad exterior. Claro que pelea y discute; el bien y el mal difieren de un individuo a otro, de un pueblo a otro; uno se enorgullece de lo que el otro reprueba, pero, en el fondo, el principio es siempre el mismo. Cuando alguien pretende eliminar la moral del vecino y el aparato autoritario por el que se impone, su objetivo es sustituirla por su propia moral que, al igual que otra, tendrá que imponerse por la fuerza a aquellos que no la admitan. Como siempre hay muchos puntos comunes entre las personas de la misma raza, en general los beligerantes acaban prefiriendo sacrificar algo de su concepción del bien, mientras sus adversarios se erigen en guardianes del código. De este modo ambos evitan al enemigo común: el hombre verdaderamente libre que actúa según su necesidad sin someterse a nadie.

Si el hombre menos ignorante hubiese mantenido la distinción que en sí mismo tan profundamente siente -el bien útil, el mal nocivo-, poco a poco habría progresado, empleando los mejores medios para evitar el sufrimiento y satisfacer sus necesidades materiales e intelectuales. Habría habido higienistas, inventores, sabios de todos lo géneros. La credulidad, sin embargo, hizo que se sometiera ante las supuestas voluntades de seres quiméricos; y así hubo padres, reyes, guerreros, políticos; sufrió, lloró, martirizó su propia carne para salvar el alma, sacrificando su existencia a supuestos deberes sociales.

En las sociedades modernas, la autoridad ya no está basada oficialmente en una divinidad. Se habla aún en ellas del bien y del mal, pero en realidad el cumplimiento de las leyes llamadas morales (desde que se dejó de llamarlas divinas) ya no es obligatorio. Del bien solo se retiene aquello que los legisladores consideran útil y lucrativo para el orden social del momento. Ciertamente la virtud sigue siendo recomendada en bellos discursos, pero el vicio es mucho mejor aceptado.

Ya no nos piden que salvemos el alma, basta con ser una persona honesta, o sea, que actuemos según la voluntad de los legisladores en los actos externos de nuestra existencia.

Por limitada que sea esta concepción tiene suficientes elementos para provocar bastantes víctimas: la honra, el patriotismo y otras virtudes laicas han matado tanta gente como antiguamente lo hicieron los dioses. Y así continuará mientras el hombre procure su regla de conducta al margen de la ciencia, única entidad capaz de esclarecerlo respecto a sus intereses efectivos y única autoridad que debe reconocerse.

Los primeros legisladores, al imponer códigos en nombre de los dioses, no tuvieron que exaltar su moralidad; los hombres habituados a obedecer simplemente por la fuerza se sometieron, una ves más, por temor a una fuerza mayor.

Pero después al dejar de creer en los dioses, el hombre, liberado de sus terrores, debía lógicamente dejar de obedecer a todo lo que no estuviera en armonía con su interés. Todavía estamos lejos de tal resultado.

Del antagonismo de los intereses

I

Cuanto más se aleja el hombre de sus orígenes, más se desarrolla su mentalidad y más aumentan sus nece­sidades; cada nueva facultad que se despierta en él amplía su vida, incrementa su actividad y reclama nuevas satisfacciones.

Si en los tiempos prehistóricos el hombre primitivo podía vivir casi aislado en los bosques, limitándose a unirse a veces a otros individuos para llevar a buen tér­mino una cacería difícil o para defenderse de un peli­gro, era porque el número excesivamente reducido de sus necesidades, que no superaban las de un animal salvaje, requería con poca frecuencia la colaboración de otros. Es solamente uniéndose a sus semejantes co­mo el hombre actual puede escapar a la existencia mi­serable de sus primeros antepasados, luchar eficaz­mente contra las leyes adversas de la naturaleza, defen­der su vida y aumentar sus recursos en todos los aspec­tos.

Si en los tiempos prehistóricos el hombre primitivo podía vivir casi aislado en los bosques, limitándose a unirse a veces a otros individuos para llevar a buen tér­mino una cacería difícil o para defenderse de un peli­gro, era porque el número excesivamente reducido de sus necesidades, que no superaban las de un animal salvaje, requería con poca frecuencia la colaboración de otros. Es solamente uniéndose a sus semejantes co­mo el hombre actual puede escapar a la existencia mi­serable de sus primeros antepasados, luchar eficaz­mente contra las leyes adversas de la naturaleza, defen­der su vida y aumentar sus recursos en todos los aspec­tos.

No es necesario ser muy sabio ni dedicarse a exten­sas observaciones para darse cuenta de que las agrupa­ciones humanas no responden en absoluto a las nece­sidades de los individuos. En lugar de alivianar el es­fuerzo y de hacerles la vida más fácil, lo cual es la pri­mera razón de ser de una asociación entre hombres, las sociedades aumentan la violencia de la lucha al am­pliar su aspecto ingrato y reemplazar a la lucha del hombre contra las fuerzas naturales por la lucha del hombre contra el hombre.

Uno se pregunta en vano qué ventaja precisa pro­porciona a los hombres su unión en sociedad. Si bien el hombre aislado y errante corre a menudo el riesgo de sufrir la falta de lo necesario para su existencia, co­menzando por la primera de todas las necesidades que es la alimentación, el individuo sometido a la servi­dumbre social no está demasiado más seguro de obte­ner lo que reclama su naturaleza, simplemente porque ningún contrato le garantiza el pan. Al igual que sus antepasados sobre la tierra no cultivada, es necesario que se esfuerce por obtener su alimentación, y mien­tras que aquellos por lo menos no se iban a las manos unos contra otros, sino cuando la penuria los impulsa­ba a ello, una gran cantidad de nuestros contemporá­neos no comen cada día si no disputan con otros hom­bres el pan que los debe alimentar.

¡Que es la competencia, si no un término hipócrita que designa ese perpetuo combate de los unos contra los otros, esa guerra sin tregua que continúa, implaca­ble, en el seno de nuestras sociedades! Se trata de una lucha no solamente execrable por los dolores que en­gendra, sino también estúpida porque ni siquiera se puede esperar de ella el desarrollo de la fuerza física o de la inteligencia. En estos combates, el vigor del cuer­po o del espíritu no tiene más que una influencia muy pequeña. No cabe esperar que los más hermosos ejem­plares de la raza eliminen a los otros y procreen genera­ciones más hermosas y más perfectas. Las sociedades lograron desterrar este último razonamiento, por el cual a veces la naturaleza parece justificar las luchas que se libran en ella. Ahora el más fuerte es el que po­see. Ese vencerá y subsistirá, mientras que con frecuen­cia desaparecieran los robustos y los inteligentes.

Las sociedades actuales no tienen como base la unión y la comunidad de intereses entre los miembros que las componen, sino muy por el contrario la divi­sión y la oposición de tales intereses. Estas sociedades subsisten sobre la base de una competencia ficticia y llevada hasta el extremo que no sólo explota el sufri­miento de las masas en provecho de la minoría de pri­vilegiados, sino que además restringe para todos la par­te de felicidad y de vida que el hombre encontraría en una asociación normalmente constituida. Esta compe­tencia nefasta se manifiesta de la forma más irracional. El problema no es sólo que los hombres tienen intere­ses opuestos a los de sus asociados, sino también que sus propios intereses se encuentran en contradicción unos con otros.

¿Acaso el mundo judicial tiene un gran interés, co­mo parece en principio, en conservar la criminalidad, la deslealtad en las transacciones y todos los hechos punibles a causa de los cuales existe? Por supuesto que no.

Los criminales que dañan a sus semejantes por mise­ria o por perversión mental bastan para justificar la existencia de la corporación judicial. Pero al legitimar a una de sus instituciones, ellos contribuyen al mantenimiento del estado social que los llevó al crimen y per­miten así que otros individuos se formen en el mismo medio, que prepara para las mismas tareas nefastas y los destina, por tanto, a los mismos castigos. Así se eterniza el desfile de los miserables que alimentan a una parte de sus semejantes al precio del dolor de otros y de su propia desdicha.

Por ser un individuo, cada miembro de la corpora­ción judicial tiene un interés totalmente diferente. Y al igual que sus conciudadanos, el hecho de que existan toda clase de delitos lo hace víctima de un estado de cosas en el que el crimen y la falta de honradez son ne­cesarios para el funcionamiento de uno de los meca­nismos de la organización social.
¿A los jefes militares acaso no les interesa que se perpetúen los tontos odios entre los pueblos, que son lo único que les permite subsistir en su función? Sin embargo, un ejemplo que de ahora en adelante será histórico acaba de demostrar cuántos intereses similares son nefastos para el individuo y cuántos puede sopor­tar cuando el germen maligno e inhumano de la institución que sostiene deja de elegir sus víctimas en otra parte y se vuelve contra él mismo.

Las masacres entre hombres sólo pueden compren­derse en aquellos períodos bárbaros donde la falta de alimentación y la verdadera lucha por la vida obliga­ban a las poblaciones a arrojarse sobre sus vecinos para despojarlos de los víveres que poseían o, a veces, tam­bién para alimentarse de los mismos vecinos. ¿Qué ce­guera impulsa a los hombres a matarse entre ellos a causa de la ambición de un déspota o de un ministro, por la palabra de un diplomático, por un arreglo entre financieros o por cualquier otra causa que ignoran y que no les concierne?

Se han escrito muchas frases sentimentales en con­tra de la guerra, ¿cuál fue el resultado? Ninguno. Por otra parte, el hombre no tiene por qué preocuparse por una cuestión sentimental siempre discutible. Para él hay una sola cosa real: su interés, y sólo a él debe con­sultar para todo y en todo momento. La guerra es ho­rrible, pero no es por eso por lo que hay que rechazar­la. En las luchas primitivas, cuando la vida del indivi­duo hambriento estaba en juego, su interés lo impulsa­ba a apropiarse de los alimentos de su semejante o a su­primir una existencia para prolongar la suya, y tenía ra­zón al hacerlo. Su instinto le decía: vive, y su voluntad de vivir era su derecho estricto e indiscutible.

La naturaleza no posee nuestro sentimentalismo y tampoco nuestra crueldad imbécil. Aquí no es cues­tión de enternecimientos ni de lágrimas. La guerra y el militarismo son un engaño para los pueblos, para to­dos los pueblos, y es por ello que hay que presentarles oposición.

¿Qué interés pueden tener los trabajadores del pen­samiento o los trabajadores manuales en una guerra? ¿Qué se les arrebataría? Lo más común es que no po­sean nada, pues quienes ellos llaman sus compatriotas no les han dejando nada. Y del otro lado del río o de la montaña, más allá de los océanos, hasta donde alcanza la vista y hasta donde puede llegar el pensamiento, se ve a hombres que luchan y sufren por el pan, que lu­chan y sufren por la ciencia y a los cuales otros hom­bres arrojan fuera de la vida.

¡Qué importa el color y el lenguaje del que es el Amo, qué importa el suelo que se pisa si no se puede comer, ni pensar, ni actuar según la propia fuerza y el propio deseo! El Amo es el enemigo, cualquiera que sea. El enemigo está en todos los países y en cada una de las personas que pueden decir: yo quiero. Y más ciertamente aún el enemigo está en cada hombre, en la ignorancia que no necesita ayuda para crear Amos.

II

El ser humano no necesita buscar su meta fuera de él ni colocarla en nada exterior, ya sean hombres o ideas.

Nada lo obliga a violentarse para lograr un objetivo cualquiera. No tiene otra meta que ser él mismo tal co­mo la naturaleza lo hizo conservarse como tal, pre­servando su individualidad contra todo lo que sea ca­paz de limitarla o de causarle sufrimiento.

Algunos me preguntan qué pondría en el lugar de esas leyes y esas instituciones cuya utilidad niego. Na­da: La Vida. La vida que arrastra a los seres en el fluir de la evolución, que los ubica y los hace moverse de acuerdo con las leyes que gobiernan la materia de la cual están compuestos. Leyes no ficticias y exteriores, sino derivadas de las propiedades inherentes a los dife­rentes estados de la materia.

Hay personas que temen ver derrumbarse el aparato social actual y no recuerdan que a pesar de las numero­sas civilizaciones y sociedades desaparecidas a lo largo de las eras y de las cuales apenas se tiene un recuerdo, la humanidad siempre queda viva sobre las ruinas de las viviendas que ya dejaron de estar a su medida. Otros hombres preguntan con inquietud: ¿qué nos amparará?, ¿a dónde iremos a vivir? A todos ellos se les puede responder con las mismas palabras que utilizó Lutero cuando se le planteó una pregunta parecida con respecto al apoyo que los príncipes alemanes le podían retirar.

«Adónde iría, respondió: bajo el cielo.

¿Dónde construirá sus moradas la humanidad? ¡Bajo el cielo!

Siempre bajo el mismo cielo que existe hoy

¿Dónde vivirá? ¡Sobre la tierra!

¿Cuál será el conductor del hombre? ¡El mismo!»

No se trata de reemplazar una obligación por otra obligación, sino de dejar que cada individuo ocupe en el universo el lugar que le corresponde y dé vía libre a la actividad propia de los elementos que lo componen.

La humanidad en general, así como el individuo en particular, no tiene como meta ser grande ni gloriosa, ni trabajar, ser o hacer cualquier cosa. Es una produc­ción del universo, surgió un día en su seno y continua­rá existiendo hasta que las circunstancias que permitieron su aparición se modifiquen y entonces desaparez­ca en la eterna sucesión de las transformaciones de la materia, es decir, de Eso que Es.

Dado que la existencia individual es la única razón conocida, la única finalidad del hombre, éste debe pre­servarla y defenderla contra todo y contra todos, sin permitir jamás que se le imponga el sacrificio de la me­nor parte de esta vida, única cosa que le pertenece de verdad.

Quienquiera que dificulte la vida de un hombre im­pidiéndole vivir plenamente con todas sus facultades y todas sus necesidades atenta contra su existencia, pues si bien no la suprime de golpe con la muerte, al menos la limita al quitarle todos los instantes durante los cua­les el individuo cede a las imposiciones y actúa o se abstiene de actuar contrariando su propio impulso; en una palabra, deja de vivir su vida para convertirse en un instrumento en manos de otro.

Si comprende que para él su existencia personal es la única razón de ser, la finalidad última y la única meta que debe perseguir, el hombre consciente la defenderá contra cualquier obstáculo, ya sean hombres o cosas que intenten atacarla, y empleará para ello todos los medios en su poder, pues se sentirá fuerte en el dere­cho que le da el ejemplo de la naturaleza y las aspira­ciones de todo su ser que se esfuerza sin interrupciones para alcanzar la vida.

En esta lucha más que en cualquier otra se deben emplear todas las armas, la fuerza o la astucia, pues el hombre emprende su legítima defensa.

La meta del hombre es ser hombre.

El objetivo de su vida es vivir.

Notas:

1 Ruth Middleton, Alexandra David-Néel. Retrato de una aventurera, España, CIRSE, 1999.

2 Alexandra David-Néel, Elogio a la vida, España, Octaedro, 2000.

A los resignados x Albert Libertad

sobre ALBERT LIBERTAD  AQUI


Odio a los resignados, tanto como a los inmundos, como a los poltrones.

¡Odio la resignación! Odio la inmundicia, odio la inacción.

Odio al enfermo abatido por alguna fiebre maligna; odio al enfermo imaginario que con un poco de voluntad podría ponerse en pie.

Compadezco al hombre encadenado, rodeado de guardianes, aplastado por el peso del hierro y del número.

Odio a los soldados, postrados por el peso de un galón o tres estrellas; a los trabajadores, postrados por el peso del capital.

Estimo al hombre que dice lo que siente allí donde se encuentra; odio al votante en perpetua conquista de una mayoría.

Estimo al sabio aplastado bajo el peso de la investigación científica, odio al individuo que se postra bajo el peso de una fuerza desconocida, de una X cualquiera, de un Dios.

Odio a todos aquellos que cediendo a otros, por miedo, por resignación, una parte de su fuerza de hombres, no sólo se aplastan a sí mismos, sino también a mí, a todo lo que yo amo, bajo el peso de su infame concurso o de su estúpida inercia.

Odio, sí, los odio porque lo siento, siento que no me postro ante el galón del oficial, ante la banda del alcalde, ante el oro del capitalista, ante todas sus morales y religiones; desde hace tiempo sé que todo esto no son más que fruslerías que se rompen como el cristal... Yo estoy postrado bajo el peso de la resignación de otros. Odio la resignación.

Amo la vida.

Quiero vivir, no mezquinamente como los que no satisfacen más que una parte de sus músculos, de sus nervios, sino yendo más allá, satisfaciendo tanto los músculos faciales como los de las piernas, los riñones tanto como el cerebro.

No quiero entregar una parte del ahora a cambio de una parte ficticia del mañana, no quiero ceder nada del presente a cambio del viento del porvenir.

No quiero postrar nada de mí bajo las palabras “patria, Dios, honor”. Conozco muy bien el vacío de estas palabras: fantasmas religiosos y laicos.

Me burlo de las pensiones, de los paraísos; esperanzas utilizadas por el capital y la religión para mantener la resignación.
Me río de todos los que acumulan para la vejez y se privan en la juventud; de aquellos que, para comer a los sesenta, ayunan a los veinte.

Quiero comer mientras tenga los dientes fuertes para desgarrar y triturar carnes suculentas y saludables frutas, mientras mis jugos gástricos digieran sin ningún problema; quiero saciar mi sed con líquidos refrescantes y tónicos.

Quiero amar a las mujeres, o a la mujer que más convenga a nuestros comunes deseos, y no quiero resignarme a la familia, a la ley, al Código; nadie tiene derecho sobre nuestros cuerpos. Tu quieres, yo quiero.

Burlémonos de la familia, de la ley, antiguas formas de resignación.

Pero eso no es todo: puesto que tengo ojos y oídos quiero, además de comer, beber y hacer el amor, disfrutar de otras maneras. Quiero ver hermosas esculturas, hermosas pinturas, admirar a Rodin o a Monet. Quiero escuchar las mejores óperas de Beethoven o de Wagner. Quiero conocer los clásicos de la comedia, repasar el bagaje literario y artístico que ha ligado a los hombres del pasado con los del presente; o mejor, repasar la obra por siempre inacabada de la humanidad.

Quiero gozo para mí, para la compañera que elija, para mis hijos, para mis amigos. _ Quiero una casa para descansar agradablemente los ojos una vez terminado el trabajo.Porque quiero el gozo del trabajo también, ese gozo sano, ese gozo fuerte.

Quiero que mi brazos usen la sierra, el martillo, la pala, la guadaña. Que los músculos se desarrollen, que la caja torácica ensanche con movimientos fuertes, útiles y razonados.

Quiero ser útil, quiero que seamos útiles. Quiero ser útil a mi vecino y quiero que mi vecino me sea útil a mí. Deseo que hagamos más porque mi necesidad de gozar es insaciable. Y es porque quiero gozar que no me resigno.

Sí, sí, quiero producir, pero quiero gozar; quiero amasar la harina, pero comer el mejor pan; hacer la vendimia, pero beber el mejor vino; construir una casa, pero vivir en el mejor alojamiento; construir muebles, pero poseer también lo útil, ver lo bello; quiero hacer teatros, pero tan grandes que puedan alojar a todos mis compañeros.

Quiero participar en la producción, pero también en el consumo.

Hay hombres que sueñan con producir para dejar a otros, oh ironía, la mejor parte de sus esfuerzos; yo quiero, unido libremente con otros, producir pero también consumir.

Resignados, mirad, escupo a vuestros ídolos, escupo a Dios, escupo a la Patria, escupo a Cristo, escupo a todas las banderas, escupo al capital y al Toisón de Oro, escupo a las Religiones: fruslerías, yo me mofo, me río de todas ellas...

No son nada sin vosotros, abandonadlas y se desharán como migajas.

Vosotros sois por tanto una fuerza, oh resignados, una de esas fuerzas ignoradas, pero que no por eso deja de ser fuerza, y no puedo escupir sobre vosotros, sólo puedo odiaros ... o amaros.

Por encima de todos mis deseos está el de ver sacudiros vuestra resignación en un terrible despertar de vida.
No hay ningún paraíso futuro, no hay porvenir, no hay sino presente.
¡Vivamos!
¡Vivamos! La resignación es la muerte.
La rebelión es la vida.