Si el anarquismo realiza una crítica permanente a
las instituciones estatales, basadas en reglas y códigos rígidos e
inamovibles, es interesante llevar esa crítica al terreno de la persona y
su psique. Así, la «institucionalidad» de los elementos que configuran
nuestra identidad personal puede ser un impedimento para diferenciar y
elaborar nuestro campo perceptual. El estatismo político y social tiene
su analogía en las normas y códigos que podemos construir a nivel
personal y que nos llevan igualmente a dificultades, distorsiones y
dogmatismos. Algunos expertos han insistido en que las ideas nunca deben
ser «institucionalizadas», muy al contrario, deben permanecer en
constante revisión y ser reemplazadas para promover nuevas formas de
organización. Es una concepción anarquista, es decir, dinámica y
cambiante, tanto de la sociedad como de los procesos de construcción
personales. El objetivo final de una identidad personal emancipadora es
permanecer siempre fresco y abierto, preparado para enfrentar la
realidad, en cada momento, con formas nuevas y efectivas, sin vínculos
rígidos con reglas preestablecidas. Llegamos aquí a un debate irresuelto
en la historia del pensamiento humano: la diferencia entre las
convicciones morales (la ética deontológica) y la valoración de las
conductas por sus consecuencias (la ética teleológica). Parece ser que,
finalmente y frente a todo intento de preceptos y conceptos
preestablecidos, son las experiencias de relaciones humanas y la
interacción social las que acaban impulsando y orientando el desarrollo
moral. Así, los patrones de moralidad se entenderían como construcciones
que los individuos realizar para ordenar sus interacciones. Las
regulación de las conductas humanas constituyen un complejo conjunto de
normas, las cuales abarcan desde las que son indispensables para la
convivencia cotidiana hasta los más altos imperativos morales; es por
eso que se ha insistido en que esa dicotomía entre hechos y valores,
entre el «ser» y el «deber ser», resulta falsa y no puede establecerse
una rígida línea de separación entre los dos polos.
En el proceso
de construcción de la identidad personal, se busca la autonomía moral y
la maximización de las oportunidades de emancipación del sujeto. El
objetivo es, a un nivel pedagógico, no solo el desarrollo de habilidades
y la ejecución de tareas, también la capacidad de afrontar y comprender
las situaciones problemáticas que el sujeto va a encontrar una y otra
vez. Más que nunca, es necesaria la formación de un sentido crítico en
el sujeto, lo que contribuye a su crecimiento autónomo y al proceso de
formación de una identidad auténticamente personal. Desarrollar el
sentido crítico y la autonomía es dejar a un lado todas las presiones
ambientales de naturaleza sociocultural; se entiende que es una crítica
positiva que trata de diferenciar lo que es valioso de lo que no lo es.
Por supuesto, esa capacidad crítica del sujeto depende de la calidad de
las interacciones con el medio social, de la cultura que se le presenta y
de la manera en que se hace. El sujeto crítico busca con su reflexión
una posible verdad, pero sabiendo que no existe ninguna absoluta; del
mismo modo, se evita la «institucionalización» de una idea inmutable.
Por otra parte, el sentido crítico no se construye adecuadamente sin el
conocimiento reflexivo de ciertos hechos personales y sociales, los
cuales pueden hallarse en polémica desde el punto de vista de los
valores y requieren ejercicios prácticos de juicio, de comprensión y de
transformación. Una comprensión crítica de la realidad requiere, tanto
de un desarrollo de habilidades morales, como de una capacidad de
modificarlas en base a la argumentación, el debate y la discusión. Es
por eso que el intercambio de ideas y opiniones constante, en aras de
llegar a un entendimiento, lleva a la evitación de todo dogmatismo y
autoritarismo.
Recapitulemos. No existe propiamente sujeto,
identidad personal, sin los otros, los cuales contribuyen de manera
decisiva a su propia configuración. De sus relaciones con la comunidad,
la persona toma modos de ser y estilos de hacer, desarrolla unas
capacidades e inhibe otras, en suma, forma su identidad. Somos animales
simbólicos, es decir, seres capaces de innovar y de crear; es por ello
que han ido aumentando las posibilidades de acción racional, de los
individuos y de la especie, gracias a esas grandes capacidades de
aprendizaje. También nos define como humanos nuestra capacidad de
actuar, lo cual a veces se manifiesta como incertidumbre o es incluso
pernicioso, ya que en no pocas ocasiones las elecciones se realizan en
contextos de fatalidad. Así, se ha asumido la complejidad e
incertidumbre de los fenómenos humanos o, lo que es lo mismo, del
fenómeno moral. La tradicional diferenciación entre una ética de las
convicciones y una ética consecuencialista ha dado paso a una especie de
síntesis entre ambas, lo que ha apoyado una educación basada en la
autonomía moral de la persona y en el desarrollo de su sentido crítico,
basado en la capacidad para revisar viejas convicciones, en transgredir
todo legado cultural y en buscar nuevas argumentos racionales en un
sentido siempre dialógico. Por otra parte, esa preocupación por las
actitudes individuales, por la construcción de una identidad personal no
erosionada por fuerzas externas ni colectivas, es paralela a una
realización de la libertad que exija la moralización de las
instituciones, las costumbres y los hábitos sociales.
*tomado de http://reflexionesdesdeanarres.blogspot.com.es/2012/07/la-construccion-de-la-identidad.html
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