A partir de Aristóteles, y
posteriormente y más profundamente a partir de Descartes, la filosofía y
la ciencia occidental se han sustentado en la idea de que el sujeto, tal como es, está en condiciones de obtener el conocimiento total y verdadero
de la realidad a partir de lo que es capaz de percibir y analizar, sin
necesidad de que se deba operar en su percepción o en su consciencia
transformación alguna. Es decir, independientemente de las condiciones
formales y las reglas del método que se deban respetar, la verdad en
su totalidad, para el pensamiento occidental, se presenta llana y
naturalmente a la percepción y a la mente analítica del investigador
(incluidos los instrumentos empleados por el investigador para expandir
el alcance de sus cinco sentidos) sin comprometerlo a este en su propio ser, en la estructura de su propia consciencia, la cual ya se considera adecuada y plena para tener acceso a la verdad.
Esto ha sido el modo natural de concebir
el conocimiento para la cultura occidental, al menos hasta el
surgimiento de los distintas formas de relativismo posmoderno, desde la
epistemología hasta la teoría lingüística, en las que todo lo que era
denominado “verdad” para la modernidad comenzó a perder valor ontológico
o sentido en sí mismo. Hoy en día, parecen decirnos tantos discursos
posmodernos, no existe algo como la verdad, solo construcciones
subjetivas del sujeto sobre una realidad que le es en sí y naturalmente
inaccesible.
Sin embargo, como señaló agudamente el filosofo e historiador de las ideas Michel Foucault en una de sus obras fundamentales, La Hermenéutica del Sujeto, durante todo el extenso período que llamamos Antigüedad y la historia anterior a este, las cuestiones filosóficas del “qué es la verdad” y “cómo tener acceso a la verdad”,
así como las prácticas especificas (muchas y muy diversas) de
transformación de la consciencia del sujeto para tener acceso a la
verdad, nunca se separaron. No estaban separadas para los llamados
“chamanes” de las sociedades prehistóricas, no lo estaban para la
extensa historia de la filosofía Oriental, ni lo estaban para los
filósofos presocráticos, ni tampoco para Sócrates y Platón. Todas las
filosofías antiguas postulaban que la verdad total nunca se da al sujeto
con pleno derecho sin operarse en su ser, en su punto de vista, una
transformación profunda.
La palabra “psiconáuta” significa “navegante del alma (psique)” y, en términos amplios, refiere a la práctica consistente en experimentar y explorar lo real en y a través de diversos estados de consciencia.
Este concepto recupera la idea antigua de que la verdad (es decir, la
realidad objetiva y completa) no puede ser percibida y comprendida por
el sujeto desde un único punto de vista. Desde una perspectiva
no-dualista, la división moderna entre “realidad objetiva” e “interpretación subjetiva” carece de sentido, ya que no es posible hablar de puntos de vista ontológicamente
objetivos y subjetivos sobre la realidad sin separar ilusoriamente al
sujeto de la totalidad de lo real de la cual forma parte. Holísticamente
hablando, no hay realidades objetivas y experiencias subjetivas de lo
real, nuestra percepción es nuestra realidad y todo lo que podemos experimentar es realidad,
es una parte efectiva de lo real. De todo lo que podemos hablar es de
puntos de vista más amplios o integrales y puntos de vista más parciales
o falsos respecto de la totalidad de lo real.
En su modelo neurológico de la
consciencia, el reconocido psicólogo, filosofo y psiconauta Timothy
Leary planteó que nuestra consciencia posee al menos ocho circuitos cerebrales distintos desde los que puede experimentar la realidad: el circuito de bio-supervivencia, el circuito emocional-territorial, el circuito semántico, el circuito socio-sexual, el circuito neurosomático holístico, el circuito neurogénetico colectivo, el circuito de meta-programación y el circuito cuántico no-local, y cada uno de estos circuitos funciona como un “túnel de realidad”
distinto para nuestra experiencia perceptiva de lo real, nos da acceso a
un aspecto diferente de lo real. En términos generales, nuestra
cultura, según Leary, ha avanzado masivamente hasta los primeros cuatro
circuitos, quedando un enorme “potencial de realidad” no actualizado.
Toda la “verdad” de nuestra cultura se ha constituido fundamentalmente
sobre esos primeros cuatro circuitos, dando especial preponderancia al
semántico para experimentar y formarse una visión de la realidad.
Pero en términos más amplios, el
concepto de “túnel de realidad” refiere a la estructura mental habitual
desde la que nuestra percepción funciona. Una estructura formada,
primero por nuestro determinismo genéticos y luego, y muy profundamente,
por nuestros condicionamientos familiares, sociales y personales,
nuestros paradigmas filosóficos y nuestras ideas sobre nosotros mismos y
los otros. Nuestro túnel de realidad habitual es la estructura
perceptiva de nuestro yo, el centro alrededor de cual este gravita y se
define. Al abarcar solo la parte de lo real que entra justamente dentro
sus propios límites, nuestro túnel de realidad nos da siempre una visión
parcial de lo real, y siempre hay más realidad
fuera de nuestros limitados puntos de vista. La búsqueda psiconáutica,
para Leary, implica ir más allá de los límites de nuestros túneles de
realidad para abrirnos a una experiencia cada vez más amplia e integral
de lo real. Siguiendo este enfoque, denominamos “psiconáutica” a la
búsqueda, la práctica y la experiencia por las cuales el sujeto efectúa
en si mismo las transformaciones necesarias para ampliar su túnel de
realidad, es decir, su experiencia y conocimiento de lo real.
En estos términos, el archiconocido (y
casi nunca comprendido) koan zen “si un árbol cae en medio del bosque y
no hay nadie ahí para escucharlo: ¿hace ruido?” adquiere su pleno
sentido. La respuesta a esta profunda paradoja metafísica, agresivamente
molesta para el dualismo de la mente occidental es NO, el árbol no hace
ruido. No puede hacerlo, ya que no hay escuchador (sea hombre, bestia u
otra entidad) que “realice” ese aspecto de la realidad. Esto trata
sobre todo el problema del observador y lo observado, y como el
observador es en realidad un co-creador de la realidad, ya que, de
hecho, todo observador no es otra cosa que un punto de vista cósmico, un
aspecto del universo contemplándose (realizándose) a si mismo. Esto es
exactamente lo que Niels Bohr estaba diciendo con la famosa
“interpretación de Copenhague” de la física cuántica que tanto exasperó a
Einstein y al resto de los físicos aún apegados a los fundamentos
dualistas de la vieja escuela aristotélica (el llamado “paradigma de la
representación”).
En
este sentido, el brillante filosofo holístico Ken Wilber, refiriéndose a
la evolución creciente de los puntos de vista cósmicos nos dice: “En la
época en que la evolución alcanza el neocórtex (el complejo cerebro
trino, con sus correlatos internos, las imágenes, los símbolos y los
conceptos), su espacio fundamental se ha articulado en sofisticadas
estructuras cognitivas. Estas visiones del mundo incorporan los
componentes fundamentales de los espacios del mundo anteriores -como la
irritabilidad celular, los instintos reptilianos y las emociones de los
paleomamíferos- pero les agregan nuevos componentes que
articulan y desarrollan nuevas visiones del mundo. Recordemos que, en
cada uno de esos estadios, el Kosmos parece diferente porque, de hecho, es diferente
y que, en cada uno de los estadios, el Kosmos se ve a sí mismo con
nuevos ojos y se abre a nuevos mundos anteriormente inexistentes.” (Breve Historia de Todas las Cosas).
Todas las culturas antiguas han
cultivado y desarrollado técnicas de transformación de la percepción con
este mismo fin, desde el uso de alucinógenos en el chamanismo primitivo
y en los cultos de misterios paganos hasta las disciplinas
contemplativas del yoga, el sufismo, la askesis griega
pre-aristotélica o el budismo zen. Como hijos de una cultura luminosa
que en su soberbia se ha auto-restringido a experimentar y comprender la
realidad dentro del marco de su único y limitado punto de vista, y como
herederos bastardos de antiguas y valiosas tradiciones espirituales a
las que la ciencia y las religiones de letra muerta nos han enseñado a
menospreciar e ignorar, acaso se encuentra hoy en nosotros la
posibilidad de recuperar, de forma responsable e inteligente, estas
puertas de acceso a las vastas realidades que, en nuestra miopía, hemos
sido educados para considerar inexistentes.
*texto extraido de aqui
*texto extraido de aqui